“Ríe, payaso. Ríe,
payaso, aunque tu llanto corra.
Ríe, payaso,
aunque te duela el alma…”
- Gaspar Henaine
Tengo una particular actitud hacia los actores, cantantes
o cualquier otro representante de la farándula: No me cuesta trabajo
imaginarlos fuera del glamour de su oficio y dentro de las actividades comunes que
caracterizan al resto de las personas, como embriagarse, ir de comprar a los supermercados,
comer comida chatarra, ir al baño o dormir hasta tarde los domingos.
Con los comediantes me sucede lo contrario. Me cuesta
mucho trabajo imaginarlos fuera de las actitudes que muestran en el escenario o
de los personajes que han interpretado. Me es difícil imaginarlos como hombres
o mujeres con actividades, pensamientos o ideas ajenas a su oficio de hacer reír
a la gente. Parafraseando a Umberto Eco,
tal vez esto se deba a que el humor, la risa, la misma comedia surge del pueblo
y de su gente. No habla de hombres famosos o gente de poder, sino de seres
viles y ridículos, no necesariamente malos. Mundanos, para abreviar. ¿Y cómo
imaginar el carácter común de los representantes de un oficio que, por su
naturaleza, es lo más mundano y popular que podamos imaginar?
No recuerdo la primera vez que vi actuar a Gaspar Henaine, Capulina, aunque sí recuerdo haberlo visto en el cine, en la película Mi Compadre Capulina, cuando yo era todavía un niño, además de las obligadas películas de fin de semana en el Canal 2, ya fuera junto a Marco Antonio Campos Contreras Viruta o solo. Sus actuaciones que más recuerdo son las del programa de televisión Las Aventuras de Capulina, compartiendo crédito con el luchador Tinieblas, amigo y colaborador en producciones anteriores y que en esta serie se le presentaba por primera vez fuera del ámbito de la lucha libre y con una personalidad más cercana a la del superhéroe.
Las mayores carcajadas que me provocó Capulina no fueron por una actuación suya, sino por la famosa historieta Aventuras de Capulina, que publicó Editormex desde 1959 y hasta 1993, y que en los años 80, buscando reducir costos de producción, redujo su tamaño, naciendo así el legendario Aventuras de Capulinita. El dibujo de Héctor Macedo y los guiones de Ángel Morales amenizaron varias de mis tardes. Elementos como la vecindad donde vivía Capulina con su abuelito, junto con todos sus personajes recurrentes, podrían haber generado una serie de televisión que hubiera rivalizado con otras producciones de la época.
Aprendí a reconocer y a disfrutar con aquella figura
rechoncha, ataviada con un saco que apenas le cerraba, su sombrero sin fondo y que
repetía frases como yo ero un héroe. Popularmente
se le conoció como el Rey del Humorismo Blanco, bajo la
idea de que Capulina jamás recurrió a palabras altisonantes o vulgaridades
para realizar su comedia. Esto siempre me pareció una exageración, pues como
todo gran comediante Capulina también recurrió al albur,
al doble sentido y a la insinuación. Era muy conciente de que su principal
público eran los niños, pero también comprendía una regla no escrita de la comedia;
tratándose de lo que puede ser interpretado con humor, o todo está bien o nada
lo está.
Pues Gaspar Henaine
era, antes que un comediante o estrella de cine o televisión, un histrión, un
actor completo cuyo trabajo dramático rara vez disfrutamos, pero que siempre le
identificamos usando ese viejo sombrero sin fondo, con su mano sobre la frente
y repitiendo: no sé, puede ser, a lo
mejor, quién sabe, tal vez…, carcajeándonos cada vez más fuerte, sin llegar
conocer los verdaderos sentimientos que guardaba y pidiéndole simplemente que
nos hiciera reír más.
Y Capulina, así lo hacía…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario