Hay algunas cosas y situaciones que me gusta describir como accidentes de carretera; estás consiente
de que son terribles, pero, realmente, no puedes dejar de verlos. Y las
películas de M. Night Shyamalan
entran en esta clasificación para mí. Y es que, desde hace varios años, el trabajo
de este realizador, luego de su portentoso éxito The Sixth Sense, presentó un declive constante y mucho más
pronunciado con sus últimos trabajos: After Earth, The Happening y Lady
in The Water. Curiosamente The Visit es una película mejor realizada, pero que no destacó en su periodo de exhibición, mientras que The Last Airbender
es un punto y aparte, más un producto defectuoso desde pre-producción que una
mala película de su director.
Sin embargo, no dejo de estar atento a su trabajo ni
pierdo oportunidad de verlo, pues sus recursos como narrador cinematográfico continúan
siendo atractivos –a pesar del abuso de los mismos -, aunque sus habilidades de guionista
siguen siendo cuestionables, en gran parte por su constante recurso al twist o giro de tuerca, empleado más
como un recurso para sorprender superficialmente a su audiencia que como un
elemento de desarrollo verosímil para sus historias.
Y luego llegó Split.