lunes, 20 de enero de 2014

Los Otros 52, 23a Semana. "Evolucionando"

Los humanos desarrollan branquias

EVOLUCIONANDO
Ángel Zuare
SIMÓN
Cuando las torres de la catedral y de otras iglesias distribuidas alrededor de la ciudad dan las campanadas anunciando las siete, la noche se vuelve absoluta e imperturbable, con excepción de los gritos del sereno en sus rondas nocturnas encendiendo los faroles. Eso y el ruido del agua fluyendo por las acequias.
Simón se recargó sobre el borde del puente que cruza sobre el canal de la Viga, asomándose al agua que aparentemente estaba en calma. Sonrió al recordar el barullo que todas las mañanas se deja oír en ese lugar, cuando la acequia se llena de canoas y chalupas cargadas con frutas, flores y más alimentos que nutren la vida de la ciudad. Su ciudad.
Se dio la vuelta cuando escucho la voz de Joaquín tras de él. Aún no se acostumbraba al talento de su amigo para aparecer repentinamente de esa manera: -Todo está arreglado, Simón.- dijo. -La guardia irrumpió en la casa y arrestaron a los padres. Los encontraron tal y como dijiste que estarían; inconscientes, con el cuchillo en manos de la madre y la pistola en las del padre… Pero la niña no aparece.

-Ni aparecerá, Joaquín- respondió Simón, cubriéndose con la capa pues el frío empezaba a arreciar. Joaquín quedó aturdido un momento al escuchar esas palabras. -¿A qué te refieres, Simón?
-Me encargué de eso, no te preocupes.- respondió él, regresando su atención al agua.
Joaquín lanzó un bufido de consternación a través de su espesa barba rubia de español y se llevó las manos a la cintura. –Portacoelli, ¿qué fue lo que hiciste?
-¿Recuerdas cómo reaccionaron los padres de la niña cuando empezó a ahogarse durante la misa del domingo pasado?- respondió el mestizo. -¿Y cómo se asustaron al ver las marcas rojas en su cuello? Tú y yo sabíamos que eso no podía acabar bien. Fui a visitarlos hoy, hace un par de horas. Nadie me abrió la puerta así que, obviamente, me invité a pasar.
-¡Voto al diablo, Simón!, ¡¿Por qué no me hablaste para que te ayudara?!
-Esperaba estar equivocado. Realmente. Después de todo hablamos de una niña. Su hija. Pero sus padres no lo veían así. Si hubiera tardado unos minutos más tal vez la habrían matado. Las marcas del cuello ya se habían abierto y le costaba mucho trabajo respirar. Sus padres querían arrancárselas con un cuchillo de la cocina.
-¡Jesucristo! ¿Pero qué hiciste entonces?
-¿Te refieres aparte de sorprenderlos, dejarlos inconscientes y sacar a la niña de ahí?
-¡Sí, por Dios, a eso me refiero, Simón! ¡Si no la encontramos podría estar…!
-Ella estará bien.
-¿Cómo demonios lo sabes?
Simón sonrió y le indicó a su amigo que se asomara por la orilla del puente con él. Joaquín lo hizo y, por un momento, no vio nada. Finalmente, gracias a la luz de la luna llena, distinguió una silueta bajo el agua, moviéndose a veces con el flujo y a veces contra la corriente.
-Que me lleva el Diablo, Simón. ¿Acaso está..?
-Observa…
La pequeña mano de una niña de diez años emergió del agua y se movió de un lado al otro, en un gesto de despedida. Finalmente se hundió y la silueta empezó a alejarse siguiendo la acequia. Durante varios minutos Joaquín y Simón permanecieron recargados sobre la muro del puente, aunque el primero lo hacía para no caer de rodillas o desmayarse por lo impresión de lo que había presenciado.
-Tres ranuras transversales en cada lado del cuello- comenzó a explicar Simón. – Y espasmos musculares en cada respiración que tomaba. No hay que ser un académico para saber de qué se trataba. Empezó a respirar con facilidad en el momento en que metí su cabeza al agua. Cuando me di cuenta ya no la tenía entre mis brazos y su ropa empezó a aparecer sobre la superficie del agua.
-¿Y qué le sucederá ahora?- preguntó Joaquín, todavía mirando fijamente hacia el punto más lejano del canal de San Juan, donde ya no podía ver la silueta bajo el agua.
-Al parecer algo la está llamando. Tal vez el océano, no lo sé. Pero creo que estará bien…
-¿Y nosotros que hacemos ahora?
-Iremos por un trago con la mulata, mi amigo. Yo invito.

RODOLFO
Con el paso de los años, casi todos los caudales y fuentes de agua naturales en la Ciudad de México se han desecado o entubado. Probablemente sólo los lagos del Bosque de Chapultepec sean lo bastante amplios y de fácil acceso a altas horas de la noche. Especialmente el de la segunda sección.
Agazapado bajo la sombra de un árbol, Rodolfo esperó pacientemente hasta que los vio llegar. Algunos a pie, otros en automóviles que estacionaban cerca. Invadieron la calzada alrededor del lago y algunos empezaron a quitarse la ropa (muchas camisas de cuello alto o de tortuga) antes de lanzarse al agua, solos o en compañía, parejas y familias enteras bajo la luz de luna llena, sumergiéndose en lago durante varios minutos antes de emerger repentinamente, tomando aire a través de sus narices y las branquias en sus cuellos.
Veinte minutos después reconoció al muchacho que buscaba en medio de un grupo de jóvenes, tomando cerveza y sentados sobre el toldo de una camioneta Land Rover. Tal como el único testigo se la había descrito. Comenzó a acercarse a ellos y, conforme se mezclaba en medio de esa comunidad, sintió las reacciones que ya esperaba. Algunos logrando presentir su proximidad y giraron para verlo con sorpresa o gritaron algunos nombres. Otros sencillamente se apartaron de su camino.
Llegó hasta el muchacho, lo tomó por la solapa de su blazer y con un movimiento de su pierna lo hizo caer al suelo, colocándole después una rodilla sobre el pecho, haciéndolo gemir lastimeramente.
-¡¡Ahora, pendejo, vamos a…!!
No acabó la frase pues presintió que alguien se arrojaba contra él, lo que también ya esperaba. Esquivó el golpe girando su torso y, al mismo tiempo, metiendo el codo entre las costillas del atacante. Eliminó de su mente el impulso de sacar la pistola de la funda bajo su chamarra y se limitó a usar el cuerpo del segundo atacante girándolo para que chocara contra el tercero. Algunas personas gritaron y Rodolfo bajó la presión de su rodilla sobre el pecho del muchacho, que aprovechó para estirarse y sujetarlo de su chamarra, evitando que Rodolfo esquivara más golpes que cayeron sobre él. Algunos brazos lo sujetaron y lo obligaron a ponerse de pie. Varias manos registraron su chamarra y le arrebataron su arma. De inmediato sintió que alguien le apuntaba el pecho con está, mientras seguían sujetándolo fuertemente.
-¡¡BASTA!!
El grito detuvo a todos y Rodolfo aprovechó para recuperar el aliento. Un hombre, anciano y de fina vestimenta, se abrió paso entre la multitud. Todos se apartaron de su camino hasta que llegó al grupo que sujetaba a Rodolfo, quien no apartaba su vista del muchacho, a quien sus amigos ayudaban a levantarse. El anciano encaró a Rodolfo con una voz profunda y ligeramente distorsionada.
-¡¿Qué significa esta afrenta?! ¡¿Has perdido la cabeza, Sáenz?!.
-Dígaselo a su muchacho, Germán- respondió Rodolfo, aún mirando al chico. –Él violó el acuerdo. Mató a una chica hace dos días. La ahogó en el canal de Cuemanco y abandonó el cuerpo junto a la vía del Tren Ligero. El velador de una bodega lo vio, a él y a su camioneta.
El grupo enmudeció y Germán se acerco a Rodolfo, cara a cara.–Es una acusación muy seria, Sáenz. Respeto a los de tu oficio por el acuerdo que hemos forjado, pero si no tienes pruebas…
-Traigo una copia de la autopsia que le practicaron a la muchacha. Causa de muerte; ahogamiento, con presencia de una sustancia desconocida y de alta viscosidad. Es lo que ustedes segregan por la piel cuando están muy excitados, ¿cierto?
Germán se irguió y dio la vuelta para encarar al muchacho. –¿Eso es cierto? ¿Lo que el cazador dice es cierto?
Por alguna razón que Rodolfo aún no entendía, sabía que ninguno de ellos era capaz de mentirle al líder del cardumen. El joven bajó la mirada y asintió con la cabeza. Germán cerró los ojos y sus branquias se abrieron desmesuradamente. –Vivimos en paz con los cazadores desde hace varios años, gracias a un acuerdo que debe ser respetado. De lo contrario se cobra el precio de traicionar al cardumen.
En un instante otro grupo cayó sobre el muchacho y lo arrastraron hasta el lago. Rodolfo, ya liberado de quienes lo sujetaban y con su escuadra de regreso en su mano, atestiguó con toda la sangre fría que tenía como aquella multitud de cuerpos se revolvían sobre el agua. Pero no pudo evitar estremecerse un poco cuando el agua que chapoteaba en medio de todos empezaba a ponerse roja.
-¿Cómo se llamaba la chica?- preguntó Germán.
-¿Ha pensado alguna vez que nunca debieron regresar del océano?- fue la respuesta de Rodolfo.
-Considero seriamente la idea de regresar. ¿La chica se llama..?
-Eso no arreglará nada y lo sabe. Parece que cada día sus jóvenes tienen más urgencias…
-Sáenz… Por favor…
Rodolfo guardó su arma y dio media vuelta para alejarse –Martha. Martha Jiménez.
-Velaremos por su familia- declaró Germán.

KORD
Luego de aproximadamente dos horas de espera, las naves comerciales que llegan a Kuill reciben autorización para descender a los pocos hangares de los que el planeta dispone. Es lo habitual cuando dichos hangares son islotes conectados por calzadas, estructuras montadas en la superficie de un planeta cuya superficie está conformada por 90% mar.
Kord descendió del Trotamundos y firmó la autorización que le acercó el robot encargado del hangar, mientras otros se apresuraban a descargar la nave. Un proceso automatizado y seguro que le permitía dar una caminata por los alrededores de la estación de hangares, a pesar de las recomendaciones que había escuchado sobre el recelo de los Kuilld hacia los extranjeros.
Salió a la ancha pasarela que conectaba este hangar con la gran plaza, montada en el centro de toda la estructura, hermosa iluminada con luces artificiales, con conjunción con la luz natural de las dos lunas del planeta. Avanzó y respiró profundamente el aire marino en el ambiente, sorteando a los Kuilld que se cruzaban en su camino. Se distrajo un momento admirando la ropa ligera que esta raza acostumbra usar sobre su piel grisácea, dejando siempre al descubierto las branquias en su cuello. A veces veía algunas decoradas con tatuajes o perforaciones. Kord realmente disfrutaba este paseo, tanto que no ponía atención a las miradas curiosas, incisivas e incluso despectivas que algunos Kuilld le dirigían.
Entonces escuchó los gritos provenientes de la plaza. Kord y otros Kuilld se abrieron paso hasta llegar hasta la fuente central de la plaza, construida en medio de una laguna artificial. Un grupo de Kuilld evitaba que una de ellos, que gritaba y se retorcía con desesperación, se lanzara a la laguna.
Kord alcanzó a escuchar algunos murmullos de Kuilld cercanos a él: “La fuente se les vino encima”.
“Sólo estaban nadando. La niña no salió”.
“No, no hay salida por abajo, la laguna tiene fondo. Obviamente puede aguantar la respiración por días, no seas tonto, es una de nosotros”.
“El filo de la estatua de la fuente la aprisionó. Si termina de desprenderse…”
El grito de la mujer calló todos los murmullos, cuando la fuente empezó a desprenderse. Los Kuilld encargados de seguridad se apartaron, otros arrastraron consigo a la mujer. Nadie vio ni pudo detener a Kord, quien se despojó de su chamarra antes de saltar sobre el borde la fuente y, con otro salto, zambullirse en la laguna. Alguien alcanzó a gritar que un humano se había arrojado al agua, antes de que la fuente finalmente se desprendiera totalmente.
Pero la fuente no se hundió. Permaneció flotando unos segundos antes de elevarse violentamente y, finalmente, sumergirse totalmente en la laguna. Y en medio del oleaje provocado por ello, Kord emergió del agua, sujetando con un brazo a la niña Kuilld. Viendo eso, varios se sumergieron para ayudarlos a salir de la laguna. La madre se arrojó sobre su hija, abrazándola y besándola desesperadamente. Y la niña solamente señalaba a Kord...
-Él llegó y cargo toda la estatua, mamá… Él solito, toda…
Kord recogió la chamarra que había dejado caer al suelo y le dirigió una sonrisa a la pequeña y a su madre –Cuídate mucho, nena.
Madre e hija lo abrazaron y besaron la palma de su mano antes de que Kord se alejara del gentío y los murmullos. Los Kuilld más cercanos a él palmearon su espalda. Otros vieron que la camisa se le había destrozado con el esfuerzo. Y a unos pocos les llamó la tención el código de barras que el hombre llevaba tatuado en su hombro derecho.

“Macy me va a regañar si sabe que ando poniéndome en evidencia de esta forma”, pensó. “Bueno, por lo mientras creo que necesito un trago.”

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