Los humanos desarrollan branquias |
EVOLUCIONANDO
Ángel Zuare
SIMÓN
Cuando las torres de la catedral
y de otras iglesias distribuidas alrededor de la ciudad dan las campanadas
anunciando las siete, la noche se vuelve absoluta e imperturbable, con
excepción de los gritos del sereno en sus rondas nocturnas encendiendo los
faroles. Eso y el ruido del agua fluyendo por las acequias.
Simón se recargó sobre el borde
del puente que cruza sobre el canal de la Viga, asomándose al agua que
aparentemente estaba en calma. Sonrió al recordar el barullo que todas las
mañanas se deja oír en ese lugar, cuando la acequia se llena de canoas y
chalupas cargadas con frutas, flores y más alimentos que nutren la vida de la
ciudad. Su ciudad.
Se dio la vuelta cuando escucho
la voz de Joaquín tras de él. Aún no se acostumbraba al talento de su amigo
para aparecer repentinamente de esa manera: -Todo está arreglado, Simón.- dijo.
-La guardia irrumpió en la casa y arrestaron a los padres. Los encontraron tal
y como dijiste que estarían; inconscientes, con el cuchillo en manos de la
madre y la pistola en las del padre… Pero la niña no aparece.
-Ni aparecerá, Joaquín- respondió
Simón, cubriéndose con la capa pues el frío empezaba a arreciar. Joaquín quedó
aturdido un momento al escuchar esas palabras. -¿A qué te refieres, Simón?
-Me encargué de eso, no te
preocupes.- respondió él, regresando su atención al agua.
Joaquín lanzó un bufido de consternación
a través de su espesa barba rubia de español y se llevó las manos a la cintura.
–Portacoelli, ¿qué fue lo que hiciste?
-¿Recuerdas cómo reaccionaron los
padres de la niña cuando empezó a ahogarse durante la misa del domingo pasado?-
respondió el mestizo. -¿Y cómo se asustaron al ver las marcas rojas en su
cuello? Tú y yo sabíamos que eso no podía acabar bien. Fui a visitarlos hoy,
hace un par de horas. Nadie me abrió la puerta así que, obviamente, me invité a
pasar.
-¡Voto al diablo, Simón!, ¡¿Por
qué no me hablaste para que te ayudara?!
-Esperaba estar equivocado.
Realmente. Después de todo hablamos de una niña. Su hija. Pero sus padres no lo
veían así. Si hubiera tardado unos minutos más tal vez la habrían matado. Las
marcas del cuello ya se habían abierto y le costaba mucho trabajo respirar. Sus
padres querían arrancárselas con un cuchillo de la cocina.
-¡Jesucristo! ¿Pero qué hiciste
entonces?
-¿Te refieres aparte de sorprenderlos,
dejarlos inconscientes y sacar a la niña de ahí?
-¡Sí, por Dios, a eso me refiero,
Simón! ¡Si no la encontramos podría estar…!
-Ella estará bien.
-¿Cómo demonios lo sabes?
Simón sonrió y le indicó a su
amigo que se asomara por la orilla del puente con él. Joaquín lo hizo y, por un
momento, no vio nada. Finalmente, gracias a la luz de la luna llena, distinguió
una silueta bajo el agua, moviéndose a veces con el flujo y a veces contra la
corriente.
-Que me lleva el Diablo, Simón.
¿Acaso está..?
-Observa…
La pequeña mano de una niña de
diez años emergió del agua y se movió de un lado al otro, en un gesto de
despedida. Finalmente se hundió y la silueta empezó a alejarse siguiendo la
acequia. Durante varios minutos Joaquín y Simón permanecieron recargados sobre
la muro del puente, aunque el primero lo hacía para no caer de rodillas o
desmayarse por lo impresión de lo que había presenciado.
-Tres ranuras transversales en
cada lado del cuello- comenzó a explicar Simón. – Y espasmos musculares en cada
respiración que tomaba. No hay que ser un académico para saber de qué se
trataba. Empezó a respirar con facilidad en el momento en que metí su cabeza al
agua. Cuando me di cuenta ya no la tenía entre mis brazos y su ropa empezó a aparecer
sobre la superficie del agua.
-¿Y qué le sucederá ahora?-
preguntó Joaquín, todavía mirando fijamente hacia el punto más lejano del canal
de San Juan, donde ya no podía ver la silueta bajo el agua.
-Al parecer algo la está llamando.
Tal vez el océano, no lo sé. Pero creo que estará bien…
-¿Y nosotros que hacemos ahora?
-Iremos por un trago con la
mulata, mi amigo. Yo invito.
RODOLFO
Con el paso de los años, casi
todos los caudales y fuentes de agua naturales en la Ciudad de México se han
desecado o entubado. Probablemente sólo los lagos del Bosque de Chapultepec
sean lo bastante amplios y de fácil acceso a altas horas de la noche.
Especialmente el de la segunda sección.
Agazapado bajo la sombra de un
árbol, Rodolfo esperó pacientemente hasta que los vio llegar. Algunos a pie,
otros en automóviles que estacionaban cerca. Invadieron la calzada alrededor
del lago y algunos empezaron a quitarse la ropa (muchas camisas de cuello alto
o de tortuga) antes de lanzarse al agua, solos o en compañía, parejas y
familias enteras bajo la luz de luna llena, sumergiéndose en lago durante
varios minutos antes de emerger repentinamente, tomando aire a través de sus
narices y las branquias en sus cuellos.
Veinte minutos después reconoció
al muchacho que buscaba en medio de un grupo de jóvenes, tomando cerveza y
sentados sobre el toldo de una camioneta Land Rover. Tal como el único testigo
se la había descrito. Comenzó a acercarse a ellos y, conforme se mezclaba en
medio de esa comunidad, sintió las reacciones que ya esperaba. Algunos logrando
presentir su proximidad y giraron para verlo con sorpresa o gritaron algunos
nombres. Otros sencillamente se apartaron de su camino.
Llegó hasta el muchacho, lo tomó
por la solapa de su blazer y con un movimiento de su pierna lo hizo caer al
suelo, colocándole después una rodilla sobre el pecho, haciéndolo gemir
lastimeramente.
-¡¡Ahora, pendejo, vamos a…!!
No acabó la frase pues presintió que
alguien se arrojaba contra él, lo que también ya esperaba. Esquivó el golpe
girando su torso y, al mismo tiempo, metiendo el codo entre las costillas del
atacante. Eliminó de su mente el impulso de sacar la pistola de la funda bajo
su chamarra y se limitó a usar el cuerpo del segundo atacante girándolo para
que chocara contra el tercero. Algunas personas gritaron y Rodolfo bajó la presión
de su rodilla sobre el pecho del muchacho, que aprovechó para estirarse y
sujetarlo de su chamarra, evitando que Rodolfo esquivara más golpes que cayeron
sobre él. Algunos brazos lo sujetaron y lo obligaron a ponerse de pie. Varias
manos registraron su chamarra y le arrebataron su arma. De inmediato sintió que
alguien le apuntaba el pecho con está, mientras seguían sujetándolo fuertemente.
-¡¡BASTA!!
El grito detuvo a todos y Rodolfo
aprovechó para recuperar el aliento. Un hombre, anciano y de fina vestimenta,
se abrió paso entre la multitud. Todos se apartaron de su camino hasta que llegó
al grupo que sujetaba a Rodolfo, quien no apartaba su vista del muchacho, a
quien sus amigos ayudaban a levantarse. El anciano encaró a Rodolfo con una voz
profunda y ligeramente distorsionada.
-¡¿Qué significa esta afrenta?! ¡¿Has
perdido la cabeza, Sáenz?!.
-Dígaselo a su muchacho, Germán- respondió
Rodolfo, aún mirando al chico. –Él violó el acuerdo. Mató a una chica hace dos
días. La ahogó en el canal de Cuemanco y abandonó el cuerpo junto a la vía del
Tren Ligero. El velador de una bodega lo vio, a él y a su camioneta.
El grupo enmudeció y Germán se
acerco a Rodolfo, cara a cara.–Es una acusación muy seria, Sáenz. Respeto a los
de tu oficio por el acuerdo que hemos forjado, pero si no tienes pruebas…
-Traigo una copia de la autopsia
que le practicaron a la muchacha. Causa de muerte; ahogamiento, con presencia de
una sustancia desconocida y de alta viscosidad. Es lo que ustedes segregan por
la piel cuando están muy excitados, ¿cierto?
Germán se irguió y dio la vuelta
para encarar al muchacho. –¿Eso es cierto? ¿Lo que el cazador dice es cierto?
Por alguna razón que Rodolfo aún
no entendía, sabía que ninguno de ellos era capaz de mentirle al líder del
cardumen. El joven bajó la mirada y asintió con la cabeza. Germán cerró los
ojos y sus branquias se abrieron desmesuradamente. –Vivimos en paz con los
cazadores desde hace varios años, gracias a un acuerdo que debe ser respetado.
De lo contrario se cobra el precio de traicionar al cardumen.
En un instante otro grupo cayó
sobre el muchacho y lo arrastraron hasta el lago. Rodolfo, ya liberado de
quienes lo sujetaban y con su escuadra de regreso en su mano, atestiguó con
toda la sangre fría que tenía como aquella multitud de cuerpos se revolvían sobre
el agua. Pero no pudo evitar estremecerse un poco cuando el agua que chapoteaba
en medio de todos empezaba a ponerse roja.
-¿Cómo se llamaba la chica?- preguntó
Germán.
-¿Ha pensado alguna vez que nunca
debieron regresar del océano?- fue la respuesta de Rodolfo.
-Considero seriamente la idea de
regresar. ¿La chica se llama..?
-Eso no arreglará nada y lo sabe.
Parece que cada día sus jóvenes tienen más urgencias…
-Sáenz… Por favor…
Rodolfo guardó su arma y dio
media vuelta para alejarse –Martha. Martha Jiménez.
-Velaremos por su familia- declaró
Germán.
KORD
Luego de aproximadamente dos
horas de espera, las naves comerciales que llegan a Kuill reciben autorización
para descender a los pocos hangares de los que el planeta dispone. Es lo
habitual cuando dichos hangares son islotes conectados por calzadas,
estructuras montadas en la superficie de un planeta cuya superficie está
conformada por 90% mar.
Kord descendió del Trotamundos y
firmó la autorización que le acercó el robot encargado del hangar, mientras
otros se apresuraban a descargar la nave. Un proceso automatizado y seguro que
le permitía dar una caminata por los alrededores de la estación de hangares, a
pesar de las recomendaciones que había escuchado sobre el recelo de los Kuilld hacia
los extranjeros.
Salió a la ancha pasarela que
conectaba este hangar con la gran plaza, montada en el centro de toda la
estructura, hermosa iluminada con luces artificiales, con conjunción con la luz
natural de las dos lunas del planeta. Avanzó y respiró profundamente el aire
marino en el ambiente, sorteando a los Kuilld que se cruzaban en su camino. Se
distrajo un momento admirando la ropa ligera que esta raza acostumbra usar
sobre su piel grisácea, dejando siempre al descubierto las branquias en su
cuello. A veces veía algunas decoradas con tatuajes o perforaciones. Kord
realmente disfrutaba este paseo, tanto que no ponía atención a las miradas
curiosas, incisivas e incluso despectivas que algunos Kuilld le dirigían.
Entonces escuchó los gritos
provenientes de la plaza. Kord y otros Kuilld se abrieron paso hasta llegar
hasta la fuente central de la plaza, construida en medio de una laguna artificial.
Un grupo de Kuilld evitaba que una de ellos, que gritaba y se retorcía con
desesperación, se lanzara a la laguna.
Kord alcanzó a escuchar algunos
murmullos de Kuilld cercanos a él: “La fuente se les vino encima”.
“Sólo estaban nadando. La niña no
salió”.
“No, no hay salida por abajo, la
laguna tiene fondo. Obviamente puede aguantar la respiración por días, no seas
tonto, es una de nosotros”.
“El filo de la estatua de la
fuente la aprisionó. Si termina de desprenderse…”
El grito de la mujer calló todos
los murmullos, cuando la fuente empezó a desprenderse. Los Kuilld encargados de
seguridad se apartaron, otros arrastraron consigo a la mujer. Nadie vio ni pudo
detener a Kord, quien se despojó de su chamarra antes de saltar sobre el borde
la fuente y, con otro salto, zambullirse en la laguna. Alguien alcanzó a gritar
que un humano se había arrojado al agua, antes de que la fuente finalmente se
desprendiera totalmente.
Pero la fuente no se hundió. Permaneció
flotando unos segundos antes de elevarse violentamente y, finalmente,
sumergirse totalmente en la laguna. Y en medio del oleaje provocado por ello,
Kord emergió del agua, sujetando con un brazo a la niña Kuilld. Viendo eso,
varios se sumergieron para ayudarlos a salir de la laguna. La madre se arrojó
sobre su hija, abrazándola y besándola desesperadamente. Y la niña solamente
señalaba a Kord...
-Él llegó y cargo toda la
estatua, mamá… Él solito, toda…
Kord recogió la chamarra que
había dejado caer al suelo y le dirigió una sonrisa a la pequeña y a su madre –Cuídate
mucho, nena.
Madre e hija lo abrazaron y
besaron la palma de su mano antes de que Kord se alejara del gentío y los
murmullos. Los Kuilld más cercanos a él palmearon su espalda. Otros vieron que
la camisa se le había destrozado con el esfuerzo. Y a unos pocos les llamó la
tención el código de barras que el hombre llevaba tatuado en su hombro derecho.
“Macy me va a regañar si sabe que
ando poniéndome en evidencia de esta forma”, pensó. “Bueno, por lo mientras
creo que necesito un trago.”
No hay comentarios.:
Publicar un comentario