Sobre Av. Revolución hay un anuncio de la cadena de librerías Gandhi, el cual, desde el primer momento que lo ví, me causó mucha gracias: sobre su ya emblemático fondo amarillo, pero con unos bordes rojos que marcan la silueta de un árbol de navidad, se puede leer lo siguiente; compras de pánico, de terror y hasta de suspenso.
Como pasa con
muchos anuncios de estas librerías, uno los encuentra simpáticos al principio,
pero cuando llegamos al 20 de diciembre y nos damos cuenta de que no hemos
comprado ni siquiera los regalos para nuestros familiares inmediatos, ya no
digamos los amigos íntimos o aquellos con quienes nos interesa quedar bien,
entonces vemos esta publicidad como una predicción del tipo que ignoramos año
tras año.
Y aquí, la
palabra clave que domina la temporada es pánico.
Los días parecen durar menos (y no sólo por el efecto natural de la estación invernal) y las horas son como de 40 minutos cada una. Las filas en las cajas de tiendas y supermercados o las reservaciones en restaurantes parecen triplicarse, al igual que el tráfico en las calles. El dinero ganado rinde menos y el gastado fluye como agua.
Quienes siguen trabajando en estas fechas resiente
mucho más las situaciones de estrés, tratando de cumplir una doble tanda de
obligaciones; quienes ya han salido de vacaciones, casi al mismo tiempo que sus
hijos, padecen la tensión que les provocan los niños; y los que ya salieron de
vacaciones y no sufren mayores presiones hasta el año entrante, resienten la
libertad que ahora tienen y que el mundo no pueda reducir su ritmo para igualar
la velocidad de ellos.
Surgen los primeros grinch, que en este caso son personas quienes han pasado antes por estas presiones y han decidido dejar pasar
Son días caóticos que, ciertamente, consumen el espíritu
de más de uno de nosotros, pero quienes pueden superar estas presiones logran
ver la meta al final de la carrera. No hablo precisamente de la noche de
Navidad o la cena familiar, sino el abrazo de la persona indicada en el momento
propicio; la mirada de sorpresa cuando la persona a la que obsequiamos abre su
regalo, que tanto esfuerzo nos costó encontrar; el placer de saborear comida que no volverá a estar de temporada
hasta el año que entra, y que en algunos casos nosotros mismos elaboramos; ser
testigos, o mejor aún, ejecutantes de gestos de buena voluntad; y disfrutar al
máximo cada uno de los últimos días del año que acaba.
Y quienes han corrido bien esta carrera, llegan al
final con un sentimiento de satisfacción que borra todo el estrés, el cansancio
y la presión de los días previos. Nos invita a la reflexión sobre lo conseguido
y lo que queda pendiente; de lo que se ganó y se perdió; los que se fueron, se
quedaron o apenas han llegado.
Y finalmente… el pánico queda en último plano.
Muchas
felicidades a todos nuestros freaks de mediana edad, y en general a todos
nuestros lectores, en estas fechas…
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