Las
fiestas de los lectores
Mi primera feria de libro fue, igual que para muchos
de mis contemporáneos, la Feria de
Libro Infantil y Juvenil, durante la temporada que se realizaba en el Auditorio Nacional. En esos días, fuera
por iniciativa de mi escuela primaria, para realizar un trabajo escolar o tras
pedírselo a mis padres, al menos un día entraba en aquel ambiente, lleno de
libros y actividades para niños.
Mentiría si dijera que en esos días quedé prendado a la
literatura y me volví un lector voraz. Claro que no, era apenas un niño,
consecuencia de nuestro sistema educativo donde leer se convierte más en una
obligación que en un placer. Lo que más recuerdo de mis visitas a esta feria son
los talleres y las actividades que realizábamos en ellos, como cuentos narrados
por todo el grupo (cual cadáver exquisito del mejor taller literario) que
alguien escribía y nos lo entregaba engrapado en un bonito cartón ilustrado.
Aquí conocí cómo se realizaban algunos efectos especiales para televisión, como
la perspectiva forzada, cámaras invertidas, maquillaje y vestuario.
Sin embargo sí recuerdo algunos libros que obtuve en
aquellos años: Esteban y el Fantasma, de Sybil
Hancock, o El Pizarrón Encantado, de Emilio
Carballido, ambos libros para niños que siguen ocupando un lugar de honor
en mi librero. También recuerdo haber adquirido varios volúmenes de historietas
del Pato
Donal, y me refiero a los trabajos realizados en Europa, donde se
permitían un poco más de libertad para hablar sobre estos personajes de Disney (¿recuerdan a Súper
Tribi?); o algunos libros de aventuras de Indiana Jones, que tenían la
peculiaridad de haber sido escritos por R.
L. Stine, autor que años después se volvería famoso y millonario con su
serie de cuentos de terror juveniles Escalofríos.
Cuando la feria dejó de realizarse en el Auditorio y
se mudo a su sede actual, el CNA, yo estaba en secundaria y aunque ya empezaba
a leer con mayor frecuencia, no me interesó regresar a la feria hasta años
después, llevando la misma energía del niño, pero la sabiduría (y el dinero)
del adulto, pasando entonces todo el día viendo la mercancía de los
expositores, apuntando lo que me interesaba y, tras una difícil eliminación, comprar
los libros que podía costear.
Así son las ferias de los libros.
Apenas
voy en el Génesis
Cuando empezaba a leer la Biblia (lo que
toda gente relacionada con las letras debe hacer en algún momento), ya estando bastante
avanzado en el Antiguo Testamento, en una ocasión me preguntaron en cuál libro
estaba, a lo que, con mucho orgullo y poca razón, respondí que ya había leído
hasta el Génesis. Sobra decir que no importa cuánto tenga ya leído de la Biblia o cuántas
notas tenga sobre la misma: para los amigos que me escucharon entonces, todavía
sigo leyendo el Génesis.
El día que Enrique Peña Nieto tuvo su
conferencia magistral en la FIL
de Guadalajara, yo estaba en camino
a Tlaquepaque para, entre otras cosas, entender la situación de los jarritos y
poder decir que conozco de Guadalajara
algo más que el centro histórico y el de convenciones. La verdad no estaba
interesado en presenciar una plática que no prometía más que las opiniones
panfletarias de un precandidato y la presentación de su libro sobre lo mismo.
Pero ese día, en la noche y en la estación de
autobuses, antes de regresar a la
Ciudad de México, vi como Internet empezaba a convertir su error de memoria y juicio en un
fenómeno mediático, el cual se vio aumentado cuando su hija reenvió un tweet de
su novio, quien insultaba a la gente que había criticado a Peña Nieto. Los comentarios en redes sociales, videos en You Tube, publicidad falsa de las librerías
Gandhi y caricaturas, fueron algunas
manifestaciones de esta situación, comparable a los memorables errores de Vicente Fox sobre Borges y el Juay The Rito de López Doriga.
Si bien es cierto que el error de Peña Nieto es imperdonable bajo cualquier circunstancia y que la
reacción de su hija fue propia de un familiar adolescente que actúa sin medir
consecuencias, me llama más la atención la reacción de la gente, que ha
limitado sus comentarios a señalar la ignorancia o incultura del político y la
estupidez de la hija, siendo que la situación es un poco más grave de lo que se
deja ver.
Eliminemos la idea de que Peña Nieto no lea. Cualquier egresado de universidad, (considerando
que no haya comprado su título) ha tenido que leer en algún momento de su vida.
Por lo tanto, Peña Nieto debe tener
lecturas que hayan marcado su vida (que fue la naturaleza de la pregunta que
generó la polémica), aunque sean libros de carrera.
Hay que aclarar que, para algunas personas, los libros
que marcaron sus vidas son un aspecto muy personal o que prefieren mantener en
secreto. Hay libros que marcan vidas y que, sin embargo, es preferible que
nadie sepa que los han leído, como toda novela de Carlos Cuauhtémoc Sánchez. Lo cierto es que, cuando se trata de
libros favoritos, la gente rara vez olvida los títulos y nombres de autores.
Supongamos que Peña
Nieto no quiso dar los títulos de sus libros favoritos, sino de lecturas
recientes o títulos que se verían bien en el bagaje cultural de cualquier figura
pública, recurriendo a autores de prestigio (Carlos Fuentes y Enrique
Krauze) y a un libro (La
Biblia )
que complace a todas las masas. Por el tiempo que tardó en dar su respuesta, el
hecho de no recordar el tercer libro y la confusión de los nombres, podemos
decir el político no puso en evidencia su ignorancia, sino su intento de manipular
una respuesta para generar la reacción deseada del público. Manipulación, a fin
de cuenta.
Haciendo a un lado la especulación, supongamos que Peña Nieto simplemente se equivocó. Si
ese es el caso, me viene a la mente la escena final de Red Social, donde una
joven abogada le explica a Mark Zuckerberg
que hay casos donde la verdad no importa más que un error cometido, una imagen
mal proyectada o una opinión arrojada al viento.
Sólo me faltan un par de libros del Nuevo Testamento
para terminar la Biblia …
Pero no creo que muchos lo crean.
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