lunes, 29 de diciembre de 2014

Middle Age Freak: Las fiestas de los lectores / Apenas voy en el Génesis


 Las fiestas de los lectores

Mi primera feria de libro fue, igual que para muchos de mis contemporáneos, la Feria de Libro Infantil y Juvenil, durante la temporada que se realizaba en el Auditorio Nacional. En esos días, fuera por iniciativa de mi escuela primaria, para realizar un trabajo escolar o tras pedírselo a mis padres, al menos un día entraba en aquel ambiente, lleno de libros y actividades para niños.



Mentiría si dijera que en esos días quedé prendado a la literatura y me volví un lector voraz. Claro que no, era apenas un niño, consecuencia de nuestro sistema educativo donde leer se convierte más en una obligación que en un placer. Lo que más recuerdo de mis visitas a esta feria son los talleres y las actividades que realizábamos en ellos, como cuentos narrados por todo el grupo (cual cadáver exquisito del mejor taller literario) que alguien escribía y nos lo entregaba engrapado en un bonito cartón ilustrado. Aquí conocí cómo se realizaban algunos efectos especiales para televisión, como la perspectiva forzada, cámaras invertidas, maquillaje y vestuario.


Sin embargo sí recuerdo algunos libros que obtuve en aquellos años: Esteban y el Fantasma, de Sybil Hancock, o El Pizarrón Encantado, de Emilio Carballido, ambos libros para niños que siguen ocupando un lugar de honor en mi librero. También recuerdo haber adquirido varios volúmenes de historietas del Pato Donal, y me refiero a los trabajos realizados en Europa, donde se permitían un poco más de libertad para hablar sobre estos personajes de Disney (¿recuerdan a Súper Tribi?); o algunos libros de aventuras de Indiana Jones, que tenían la peculiaridad de haber sido escritos por R. L. Stine, autor que años después se volvería famoso y millonario con su serie de cuentos de terror juveniles Escalofríos.


Cuando la feria dejó de realizarse en el Auditorio y se mudo a su sede actual, el CNA, yo estaba en secundaria y aunque ya empezaba a leer con mayor frecuencia, no me interesó regresar a la feria hasta años después, llevando la misma energía del niño, pero la sabiduría (y el dinero) del adulto, pasando entonces todo el día viendo la mercancía de los expositores, apuntando lo que me interesaba y, tras una difícil eliminación, comprar los libros que podía costear.


La Feria Internacional del Libro de Guadalajara capturó mi atención años después. La más grande de Latinoamérica y la tercera a nivel mundial (superada sólo por la de New York y la de Alemania). Desde hace poco más de cinco años voy a la feria para empaparme de un mundo que, si bien se enfoca en el glamour de los bestsellers, todavía guarda elementos que me permiten reconocerla cada vez como si fuera la primera: asistentes de todas edades y en gran cantidad; autores caminando entre los pasillos y la gente, cuando no son requeridos en largas filas para firmar autógrafos; lectores peleando por un libro de Juan José Arreola en oferta, como si se tratara del último jitomate del mercado; talleres para niños en los que ya no me dejan entrar; tableros gigantescos de ajedrez y rompecabezas gigantes; comida sobrevaluada; personas que veo una vez al año y que nos reconocemos como si nos hubiéramos visto el pasado viernes; conferencias magistrales que no dicen mucho y pláticas informales que dicen todo; Ray Bradbury en vivo, vía Internet, o Paco Ignacio Taibo II todavía respondiendo preguntas sobre Belascorán Shayne; jóvenes a quienes realmente no les interesa leer a Vargas Llosa y grandes lectores que no les interesa Dan Brown o o Stephenie Meyer; ventas nocturnas y torres de libros para donar; días exclusivos para profesionales del medio, donde se respira un ambiente flemático y de negocios; regateos con estilo; libros eclesiásticos, digitales, audio libros, infantiles, de historietas, académicos, ficciones que preocupan y realidades que dan risa.


Así son las ferias de los libros.

  



Apenas voy en el Génesis

Cuando empezaba a leer la Biblia (lo que toda gente relacionada con las letras debe hacer en algún momento), ya estando bastante avanzado en el Antiguo Testamento, en una ocasión me preguntaron en cuál libro estaba, a lo que, con mucho orgullo y poca razón, respondí que ya había leído hasta el Génesis. Sobra decir que no importa cuánto tenga ya leído de la Biblia o cuántas notas tenga sobre la misma: para los amigos que me escucharon entonces, todavía sigo leyendo el Génesis.

El día que Enrique Peña Nieto tuvo su conferencia magistral en la FIL de Guadalajara, yo estaba en camino a Tlaquepaque para, entre otras cosas, entender la situación de los jarritos y poder decir que conozco de Guadalajara algo más que el centro histórico y el de convenciones. La verdad no estaba interesado en presenciar una plática que no prometía más que las opiniones panfletarias de un precandidato y la presentación de su libro sobre lo mismo.


Pero ese día, en la noche y en la estación de autobuses, antes de regresar a la Ciudad de México, vi como Internet empezaba a convertir su error de memoria y juicio en un fenómeno mediático, el cual se vio aumentado cuando su hija reenvió un tweet de su novio, quien insultaba a la gente que había criticado a Peña Nieto. Los comentarios en redes sociales, videos en You Tube, publicidad falsa de las librerías Gandhi y caricaturas, fueron algunas manifestaciones de esta situación, comparable a los memorables errores de Vicente Fox sobre Borges y el Juay The Rito de López Doriga.


Si bien es cierto que el error de Peña Nieto es imperdonable bajo cualquier circunstancia y que la reacción de su hija fue propia de un familiar adolescente que actúa sin medir consecuencias, me llama más la atención la reacción de la gente, que ha limitado sus comentarios a señalar la ignorancia o incultura del político y la estupidez de la hija, siendo que la situación es un poco más grave de lo que se deja ver.

Eliminemos la idea de que Peña Nieto no lea. Cualquier egresado de universidad, (considerando que no haya comprado su título) ha tenido que leer en algún momento de su vida. Por lo tanto, Peña Nieto debe tener lecturas que hayan marcado su vida (que fue la naturaleza de la pregunta que generó la polémica), aunque sean libros de carrera.


Hay que aclarar que, para algunas personas, los libros que marcaron sus vidas son un aspecto muy personal o que prefieren mantener en secreto. Hay libros que marcan vidas y que, sin embargo, es preferible que nadie sepa que los han leído, como toda novela de Carlos Cuauhtémoc Sánchez. Lo cierto es que, cuando se trata de libros favoritos, la gente rara vez olvida los títulos y nombres de autores.

Supongamos que Peña Nieto no quiso dar los títulos de sus libros favoritos, sino de lecturas recientes o títulos que se verían bien en el bagaje cultural de cualquier figura pública, recurriendo a autores de prestigio (Carlos Fuentes y Enrique Krauze) y a un libro (La Biblia) que complace a todas las masas. Por el tiempo que tardó en dar su respuesta, el hecho de no recordar el tercer libro y la confusión de los nombres, podemos decir el político no puso en evidencia su ignorancia, sino su intento de manipular una respuesta para generar la reacción deseada del público. Manipulación, a fin de cuenta.


Haciendo a un lado la especulación, supongamos que Peña Nieto simplemente se equivocó. Si ese es el caso, me viene a la mente la escena final de Red Social, donde una joven abogada le explica a Mark Zuckerberg que hay casos donde la verdad no importa más que un error cometido, una imagen mal proyectada o una opinión arrojada al viento.

Sólo me faltan un par de libros del Nuevo Testamento para terminar la Biblia… Pero no creo que muchos lo crean.

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