El sábado pasado me rompieron un libro. Era mi copia de Las Crónicas de Narnia, El Caballo y su Niño, quinto libro de la serie escrita por C. S. Lewis. Fue un sincero accidente que ocurrió cuando alguien abrió el libro un poco más de la cuenta. Algunas páginas se desprendieron. El libro no quedó inservible, pero ciertamente no volverá a ser el mismo. Además, ahora es el único libro de la colección de siete que ha sufrido algún tipo de daño.
Durante la década de los 90, antes que el estreno de El Señor de los Anillos pusiera de moda la fantasía medieval, Las Crónicas de Narnia eran publicadas en español por la editorial chilena Andrés Bello, que durante años tuvo los derechos para su traducción y edición en Latinoamérica y España. En esos años yo había desarrollado mi interés por la literatura para niños y sus autores (Michael Ende y Roald Dahl, por ejemplo), y tenía conocimiento de Las Crónicas Narnia, que era considerada la saga rival de El Señor de los Anillos, la cual reconozco que hasta entonces tampoco había leído.
Fue en un viaje que hice hace varios años a Guadalajara
donde contacté a Laura Michel, experta en literatura medieval fantástica, gran
admiradora de Tolkien y Lewis, además de ser una jugadora de rol incansable. En
ese viaje me obsequió copias de los módulos que había diseñado para el juego de
rol Laberinto,
creado por amigos suyos, también de Guadalajara. Uno de estos módulos estaba ambientado
en el mundo de Narnia, y a través de este pude comprender e interesarme un poco
más en dicho universo.
De vuelta en México busqué el primer libro de la serie; El
León, la Bruja
y el Ropero. Andrés Bello había realizado entonces una grandiosa labor
en la edición y distribución de esta serie, ilustrada maravillosamente por Alicia Silva Encina. Por franca desidia
dejé de buscar los otros libros de la colección, lo que no quiere decir que el
primero no me haya gustado. Tuve ideas y sentimientos encontrados con su
analogía del cristianismo (una constante del autor en toda la serie) y el
carácter ambivalente de sus protagonistas, que podía compararse con el que J. M Barrie imprimía a sus Niños
Perdidos en Peter Pan, además de la
sorpresiva llegada de Santa Claus para obsequiarles armas.
Siempre repitiéndome la idea de que los conseguiría
luego, fue que pospuse la compra de los otros libros, hasta que llegó el otoño
del 2005, cuando empezó a anunciarse el próximo estreno de la primera película
de Las
Crónicas de Narnia producida por Walt Disney y Walden Media. Mi interés
por poseer todos los libros de la serie se avivó, por lo que esperé hasta
noviembre para la Feria de Libro Infantil y Juvenil, donde
esperaba conseguirlos directamente en el stand de Andrés Bello.
Desgraciadamente ese año la editorial había perdido los
derechos para editar y vender los libros de Narnia, los cuales ya poseía Planeta, quienes, aprovechando el furor
de la película, habían publicado unas ediciones que no valían lo que pedían por
ellas. Mi decepción fue muy grande y muy evidente, por lo que el encargado del
stand, como si de vendedor de droga se tratara, me dijo discretamente que todavía
podría conseguirlos en una librería de Coyoacán llamada El Almacén.
De inmediato me desplacé a Coyoacán y pregunté en todas
las librerías de la zona, preguntando por El
Almacén, pero nadie parecía saber de que estaba hablando o darme indicaciones
para encontrar esa librería. La tarde iba decayendo y yo estaba dándome por
vencido, regresando sobre la avenida Miguel Ángel de Quevedo, hasta que, de un
vistazo, descubrí la fachada de una librería esotérica que se llamaba El Alma Zen, con un anuncio improvisado
sobre su ventana principal, que decía que todavía tenían a la venta los libros
de Narnia editados por Andrés Bello.
Conseguí aquí todos los libros de la serie. Fue uno de los momentos más felices
de mi vida.
Eso fue en el 2005 y todavía me falta leer los últimos
dos libros. Quiero creer que eso se debe a que en Narnia el tiempo transcurre diferente
a como ocurre aquí…
Si, debe ser eso.
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