Desde pequeño soy aficionado al cine de horror. Mi papá me acostumbró, desde niño, a acompañarlo siempre que se transmitía por televisión alguna secuela de Viernes 13 o Pesadilla en
Cuando pienso en el horror en una cuarta dimensión,
donde el meta-pensamiento interviene para darme una idea de lo que estoy viendo
y de lo que puedo esperar, recuerdo dos cosas: un episodio de Weird
Science (Ciencia Loca) donde Gary y Wyatt son llevados por su genio
cibernética, Lisa, dentro de una película de terror, donde deben sobrevivir
mediante el conocimiento que Gary tiene sobre el género. La otra es Scream,
una de las primeras películas de terror que fui a ver sólo, motivado por la
validación que me daba el nombre de su director, Wes Craven, y el apoyo de MTV, que la llamaba “la película de
terror de la década”.
En ambos casos fue cuando supe que existían reglas
para sobrevivir a las películas de terror. Indicaciones para vencer o escapar
del asesino con un hacha, motosierra, cuchillo de carnicero, machete o guantes
de navaja, ya fuera humano, súper-humano, demonio, posesión, etc. Reglas para
mantenerse con vida en situaciones estresantes y que involucraban, en muchos
casos, un mediano desprecio por la vida ajena o cierto nivel objetivo de
egoísmo. Mezcla de sentido común y pensamiento proyectado en una cuarta
dimensión.
Y cuando hago conciencia de esa idea, no evito pensar
y preguntarme si dichas reglas pueden funcionar en la vida real,
particularmente en México, donde ciertamente vivimos una época de horror, donde
los asesinos están presentes en todos lados del país, en infinidad de formas y
cantidades. ¿Cómo aplicar estas reglas para sobrevivir a dichos horrores?
Empecemos por no abrir la puerta. Ni al repartidor
de comida o al mensajero que dice que no puede encontrar la casa o el
departamento que busca, al testigo de Jehova (nadie puede enfrentar este tipo
de horror) ni a ningún tipo de vendedores. Tampoco contestemos el teléfono, ni
siquiera si tenemos identificador de llamadas, pues las extorsiones telefónicas
están a la orden del día, así como el robo de datos personales.
Aunque la siguiente recomendación está más pensada
para los videojuegos, también puede aplicarse aquí: siempre hay que tener medicamento
y servicio médico cerca, aunque sea el Seguro Popular. Más terrorífico
que sufrir heridas durante un asalto o accidente, es no tener donde ser
atendido y finalmente ser abandonado en la entrada de un hospital de asistencia
social.
Nunca salir sólo. O permanecer solo, en general.
Más aún, que nadie sepa que estás solo. Ya sea en tu casa, en el antro,
en el cine, en el restaurante o red social. Esto también aplica en que, si vas
en compañía, jamás dividirse en grupos reducidos o separarse completamente del mismo.
Pero si hay que hacerlo, hay que tener en cuenta que a la chica más guapa o al chavo más
galán (recordemos que la belleza no siempre está en la cara, sino en la
cartera o la muñeca) son siempre los primeros en caer. El más payasito u odioso del
grupo también es de los primeros en morir, pero aunque eso es por
razones más que evidentes, nadie parece lamentarlo en la mayoría de los casos.
Si a pesar de tomar estas precauciones, los cuerpos
empiezan a caer, hay que tomar mayores precauciones, como no asomarse a la oscuridad,
ya sea la del sótano para ver por qué se ha ido la luz, la del cuarto del hotel
barato a donde te ha llevado la pareja que acabas de conocer, o la del estrecho
callejón entre edificios para tomar un atajo. Y el problema con otra regla, la
de nunca
decir “ahora vuelvo”, no es el hecho de decirla, sino de no asegurarse de
que alguien te escuche y de hecho espere tu regreso.
Las figuras de autoridad no soy efectivas, también son
de las primeras en caer. Pero en nuestra situación particular el caso se
complica, pues un gran porcentaje de nuestras figuras de autoridad son monstruos
por sí mismos, a veces peores de los que intentamos huir.
Hay que evitar ser una minoría. Latinos en
Estados Unidos, norteamericanos en México, chilangos en cualquier otra ciudad
de la República ,
que no sea el D. F., homosexuales en cualquier parte del mundo, judíos
ortodoxos fuera de Polanco, aficionados al América en el Estadio C. U. o
defensores de los animales en una corrida de toros. Las minorías siempre sufren
destinos carentes de dignidad o significado.
Si en realidad se busca sobrevivir, hay
que evitar el sexo, alcohol, drogas o cualquier otro tipo de sustancia
o actividad que estimule el ánimo y espíritu, pues los monstruos no sólo
parecen tener un radar integrado para ubicar este tipo de cosas, sino que
muchas veces las controlan.
Para entonces, si ya sabes que el asesino va por ti,
recodemos otra regla importante: no esconderse. No tiene caso, pues
el asesino ya debe conocer tu dirección, tu rutina, tus números de teléfono,
tus claves de acceso a Internet o bancarias, las dimensiones de tu casa o tiene
las llaves de las puertas o de tu coche.
Y en ninguna de las situaciones mencionadas en estas
entregas hay que olvidar la que, particularmente, considero la regla más
importante para sobrevivir a nuestro horror real: todos son sospechosos.
Todos. Amigos, compañeros de trabajo, familia, gente conocida mediante redes
sociales, contadores públicos, maestros y guías espirituales. Siempre sospecha
de todos.
Hay quienes dicen que para sobrevivir al horror, al
asesino, hay que asegurarse de que esté muerto o, en el peor de los
escenarios, hay que convertirse en uno, pues siempre sobreviven para la
secuela. Pero por más tentador y seguro que eso parezca, pienso que lo mejor es
seguir el consejo del actor Tony Todd (Candyman), que da al final de una de
sus más recientes películas de horror…
“Solo…Tengan mucho cuidado.”
Muchas
gracias a Edgar O., Ignacio L., Alberto R., Andrés M., Leonardo M., Carlos A.,
Manuel D., e Isaac G., por su apoyo y comentarios para estas entregas.
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