Realmente yo no recuerdo haber sentido pánico o angustia ante el inminente regreso a la escuela, tras acabar las vacaciones. Lo que sí recuerdo era la algarabía con la compra de los útiles escolares, aunque eso casi siempre fue después de haber regresado a las aulas. También recuerdo el fastidio que significaba volver a levantarse temprano por las mañanas, luego de semanas de desvelos y de haber dormido a nuestro antojo. Igualmente, como a muchos, también pasé por la presión de intentar cumplir semanas de tareas pendientes en el último fin de semana de las vacaciones.
De nuevo aclaro, realmente no recuerdo haberme angustiado
conforme el último domingo iba consumiéndose, dando paso al primer lunes de
clases y de vuelta a nuestra vida cotidiana de jóvenes estudiantes. Sin
embargo, cuando se trataba de volver a la escuela, una imagen siempre aparecía en
mi mente: Mafalda.
Desde que tengo memoria, mi papá ha sido un fiel
admirador de Mafalda y tiene su obligada colección de tomos con todas las tiras
que publicó Quino en su momento. Por lo tanto, desde temprana edad, también
comprendí las tribulaciones que pasaban Mafalda y sus amigos, conforme se
acercaba el primer día de clases.
Recuerdo mucho la situación del uniforme, pues, como a
muchos les ocurrió también, nuestros padres, en su siempre loable empresa de salvaguardar
la economía, nos compraban un uniforme de una o dos tallas mayor a la nuestra, contemplando
que, subiendo el dobladillo y las mangas, nos serviría también para el año próximo,
considerando que no lo haríamos trizas en los primeros partidos de fútbol u
otros juegos en el patio. Con que ganas nos hubiera gustado grita entonces; “¡Me
niego a que me anden cosiendo y descosiendo el porvenir!”
Levantarnos temprano siempre fue un suplicio para
nuestros padres, quienes tenían que levantarse antes para prepararnos el
desayuno o acabar nuestra tarea que no pudimos terminar la noche anterior, aparte
de atender sus propios deberes. Por eso era comprensible que perdieran el
control cuando, algún día nefasto, nos montáramos en nuestro potro, negándonos
a levantarnos e ir a la escuela. Sin embargo, parafraseando a Manolito, hay que
reconocer el nivel de oratoria que tienen las zapatillas de nuestra mamá, o los
anecdotazos de nuestro papá.
Estando en primara, era difícil que encontráramos a alguien
tan bruto como Manolito, pero algunos tuvimos la curiosa suerte de tener a
algún compañero que no hubiera entendido nada desde marzo hasta ahora, salvo
que la primavera arranca y empieza por marzo y acaba con la compra de los
regalos de Navidad; o incluso desafiara a los maestros que le pusieran malas
notas porque, por Dios, hacerle eso a un cliente. Pero recordemos que la
educación de todos siempre sera una gran inversión, sin importar la cara de
déficit que tengamos.
La educación mexicana siempre ha sido cuestión de
polémica, dada la calidad de nuestros educadores y los programas de estudios.
Sin embargo tampoco nosotros tuvimos la iniciativa de pedirles a los maestros que
dejaran de enseñarnos sandeces como que los Insurgentes y Revolucionarios peleaban
para hacerse propaganda, o que mi mamá me mima, me ama, me amasa y no sé que
tanto, y nos enseñara cosas realmente importantes. Pero tampoco era para
desesperarlos hasta que nos gritaran “¡estúpidos!”, para luego responderles; “¡antipátidas!”.
También era conveniente tener ubicado al clásico barbero
o consentido de los maestros, porque una cosa es no tener conciencia gremial,
pero el colmo era pasarse al sector patronal.
Finalmente, luego de las primeras semanas de adaptación,
uno debe soportar un determinado nivel de angustia durante un largo año, con la
insoportable maestra, las tareas, los exámenes, que las monocotiledóneas tienen
los tallos plisados, que el continente americano tiene no sé que cosa, y que
las invasiones inglesas nada tienen que ver con Los Beatles o los Rolling
Stones. Luego, cuando súbitamente llega el siguiente periodo de vacaciones y
todo lo anterior ha quedado atrás, encaramos una nueva clase de angustia: “¡Dios
mío! ¿Ahora qué vamos a hacer con tanta libertad?”.
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