En las primeras semanas de agosto del 2001, Columbia
Pictures presentó en México la película Final Fantasy, The Spirit Within,
una de las producciones más esperadas de aquel año, así como uno de los mayores
fracasos de la naciente industria del CGI. Pero el día de la función para
medios de comunicación también se proyectó el primer avance realizado para la
primera película de El Hombre Araña, aquel donde una banda de maleantes asaltaba un
banco y escapaban en un helicóptero, siendo interceptados por el Hombre Araña,
quien lograba atraparlos en una telaraña gigante, montada entre las dos Torres
Gemelas del WTC.
Muy emocionados, todos los presentes comprendimos que
habíamos sido testigos de uno de los mejores avances cinematográficos que se
hayan realizado en décadas y muchos apenas podíamos esperar para verlo
nuevamente.
En ese entonces yo tenía 23 años y trabaja para la
editorial Editoposter, concretamente
para su publicación Conexión Manga. Llegaba a la oficina a las 11 de la mañana, por
lo que me levantaba a las ocho para alistarme, antes de bajar a desayunar mi
malogrado café y pan tostado.
Por costumbre encendía la televisión para entretenerme
con algún programa, mientras preparaba el café. Ese día, en cambio, vi un
reporte de noticias al que, por reflejo, no le presté mucha atención. Empecé a cambiar
canales, antes de darme cuenta que cada canal transmitía reportes sobre el
mismo evento. Entendí entonces lo grave de la situación. El café se enfrío en
mi mano antes de que pudiera acabármelo.
Permanecí atento a las noticias, asimilando todo lo que
podía y esperando que los edificios del WTC resistieran los impactos de los
aviones, sin darme cuenta hasta después que lo que estaba viendo eran reportes
de eventos sucedidos hace unas horas y que las torres habían caído mientras yo
me bañaba y vestía. Supe que había más aviones secuestrados y se esperaban más ataques;
vi que algunas personas habían intentado salvarse del fuego en los edificios saltando
por las ventanas; supe que las nubes de polvo que se habían levantado al
derrumbarse las torres habían vuelto irrespirable el aire en varias manzanas
alrededor del área que, en el futuro inmediato, llamaríamos la zona cero.
Ese día llegué una hora tarde a la oficina, donde,
evidentemente, el tema de los atentados estaba en boca de todos. No recuerdo
que detuviéramos el ritmo de trabajo, pero sí que aprovechábamos cualquier
situación para hablar de ello o seguir informándonos a través de la televisión o,
en menor medida, por Internet, que todavía no era el grandioso medio de
comunicación que es ahora.
Llegó entonces una de las colaboradoras de Conexión,
que constantemente presumía de parientes y ascendencia estadounidense, lo que
sinceramente muchos no creíamos que tuviera. Una muchacha cordial y amable, que
ese día saltó como un perro de ataque y directo al cuello de nuestro director,
cuando este aventuró un comentario sin mala intención, pero sinceramente
despectivo sobre la situación y sus víctimas. Creo que en ese momento se sembró
en mi cabeza la idea de que las cosas cambiarían para siempre.
Desgraciadamente no me había equivocado. En semanas y
meses posteriores al ataque fuimos bombardeados con mensajes sobre el
renaciente patriotismo norteamericano; reportes sobre la guerra de Afganistán y
la invasión a Iraq; teorías de conspiración; fastuosos homenajes a los héroes,
víctimas y para las mismas Torres Gemelas; la popularización del término 9/11; el
cambio en las políticas de la seguridad aérea comercial; la creciente paranoia
entre la población civil de los E. U.; la infame Ley Patriótica, que
legislativamente fue una tragedia equivalente a los mismos atentados; un
grandioso documental de Michael Moore y una abominable película de Oliver
Stone. Mucha información para tan pocos meses.
Pero dejaría de ser yo si no recordara con mayor fuerza aquellas
situaciones, en comparación irrelevantes, pero propias de nuestra comunidad: la
muerte del productor y co-creador de la serie de TV Frasier, David Angell,
quien falleció junto a su esposa en los atentados al WTC; o volviendo al Hombre
Araña, está su edición especial de portada negra y donde por primera
vez muchos vieron llorar al Dr. Doom; o la alteración que se le hizo al primer
cartel de la película, añadiéndole su ahora famoso mensaje: “¡Ah, chinga! ¿Y
las Torres?”
Si, el mundo ya era otro y no volvería a ser el mismo. Ni
siquiera algo parecido. Y nunca volvería a ver de nuevo ese maravilloso avance
en el cine.
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