Hoy, al medio día, asistí a una sesión de fotos del joven
actor Taylor Lautner, organizada para los medios de comunicación y con motivo
del estreno de su próxima película, Sin Escape, la cual no he visto y
sinceramente no me interesa verla, pero la oportunidad de tener material
fotográfico original de una celebridad rara vez la dejo pasar, además de que
planeaba mostrarlas aquí, en Reino Geek.
Pero al mejor
cazador se le va la liebre, además de que, para empezar, no soy el mejor
cazador del mundo. Una falla del obturador, iluminación deficiente, multitud de
fotógrafos, una mala elección de funciones de la cámara y solo dos minutos para
tomar las fotos, dan como resultado cosas como esta. Sobra decir lo pésimo que
me sentí y todo lo que me maldije en silencio tras revisarlas en la cámara.
Las malas fotografías, aquellas que no resulta como esperábamos, tienen peculiaridad de perderse en el tiempo, ya sea rompiéndolas y tirándolas a la basura, olvidándolas en alguna caja o borrándolas de la computadora. Incluso puede pasar que, con el tiempo, terminemos apreciándolas y recordando con afecto el momento en que las tomamos y las circunstancias que nos llevaron a una imagen mal enfocada, oscura, sobreexpuesta o pésimamente encuadrada.
Es en el justo momento al descubrir una mala fotografía
cuando la frustración se presenta de una manera tan fuerte que parece que nunca
desaparecerá. De inmediato reconsideramos los errores que cometimos al tomarla y
hacemos conciencia de las mínimas probabilidades que hay para que las
circunstancias de aquel momento se repitan: una boda o algún evento familiar;
un bailable o graduación escolar; un accidente de tráfico; alguna celebridad
que encontramos en la calle, en un restaurante o algún centro comercial; o aquel
encuentro con nuestro cantante, escritor o artista favorito en algún evento
publicitario, luego de pasar horas en la fila y, en algunos casos, pagar algún
tipo de derecho para tomarnos la susodicha foto, sólo para descubrir luego que
esta quedó sobreexpuesta o mal enfocada, y no podemos volver a tomarla. La
celebridad se ha retirado, la fiesta o ceremonia ha terminado y en aquel
momento sólo nos queda la frustración por una foto mal realizada.
Las cámaras digitales trajeron muchas ventajas tecnológicas:
reducción del gasto en materiales (rollos y revelado), múltiples opciones para
la captura de las fotos y, principalmente, la posibilidad de poder revisar una
foto justo tras el momento de su captura. Esto nos ha quitado, en gran parte, aquella
sensación tan especial al entregar un convencional rollo de película para su revelado,
y esperar algunas horas o días para recibir las fotos procesadas, sacarlas de
su sobre para de inmediato revisarlas con la expectación propia de quien no
sabe lo que va a encontrar, para finalmente descubrir con enojo que el flash
usado a menos de un metro puede ser perjudicial, o que usar un rollo de ISO 400
para un evento al aire libre y a medio día, no es una buena idea.
Ahora podemos ver desde, inmediatamente después de
capturar una imagen, que tan malos fotógrafos somos en realidad. Y no importa
lo mucho que avance la tecnología, con pantallas duales de cristal líquido, funciones
manuales y automáticas, sensibilidad de las lentes, software de reconocimiento
de rostros y demás. Siempre habrá momentos donde tomaremos fotografías a
contraluz o con una exposición mayor o menor a la adecuada. Donde nos moveremos
en el momento inadecuado o pongamos el dedo sobre la lente. O en mi caso
particular, en la sesión de fotos con Taylor Lautner, utilizar la modalidad de
retrato para una serie de fotografías que necesitaban una función más sencilla
y rápida.
De nuevo, al mejor cazador se le va la liebre… Pero si
juntara todas las que se me han ido, podría dedicarme a la cunicultura.
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