Tu computadora empieza a hablarte y a aprender. |
CÓDIGO ALEATORIO
Ángel Zuare
Luego de varias pruebas,
diagnósticos, consultas con sus colegas (quienes terminaban más confundidos que
él) y horas de investigación en cada base de datos disponible, finalmente decidió
conectar todos los procesadores y pantallas a su disposición en la misma sub-red
y alrededor de su estación de trabajo. Echó sus hombros hacia atrás y pasó una mano
entre su cabello alborotado, antes de fijar su mirada en la pantalla principal,
hablando con una voz suficientemente clara y fuerte para que el micrófono la
captara:
-Habla…
La pantalla brilló intensamente
un segundo antes de que aparecieran en ella los comandos y procesos que estaban
ejecutándose. Siendo miles al mismo tiempo, la pantalla gigante desplegaba
caracteres a una velocidad impresionante, pero aún así pudo reconocer un ciclo
donde podría intervenir. Acercó su silla al teclado y empezó a presionar teclas
tan velozmente como se lo permitían sus manos.
Empezó suspendiendo procesos no
vitales para el CPU principal mientras mandaba otros a un segundo plano. A unos
los mandaba fuera del procesador principal, hacia otro que tuviera disponibles
en la habitación. Y al hacerlo se activaba otra pantalla, donde se mostraba la
ejecución de dicho proceso. En menos de una hora varias pantallas en la
habitación estaban activadas, mostrando procesos ejecutándose cíclicamente,
permitiéndole ver en la principal los comandos de una manera más clara.
-Vamos…- susurró mientras
limpiaba el sudor en su frente con el dorso de la mano. –Sé que estás ahí… Habla.
Activó un programa en otro
procesador y un monitor holográfico apareció entre él y la pantalla física,
mostrando ambas el mismo flujo de procesos. Con un movimiento certero introdujo
su mano en el código de la pantalla holográfica, deteniéndolo mientras en la
real continuaba mostrando el flujo de comandos. Con la otra mano seleccionó un
fragmento de código y, tras revisarlo un momento, con un ademán preciso lo desechaba,
lo mandaba a un procesador secundario o lo regresaba al flujo principal,
repitiendo el proceso varias veces hasta que cientos de pantallas, físicas y
holográficas, y decenas de procesadores operaban cerca de los límites de su
capacidad. Pero el CPU de su procesador principal funcionaba de manera regular.
La pantalla principal comenzó a mostrar cadenas de comandos básicos para la
existencia de cualquier código binario. Ciclos de operaciones y programación
ejecutable, inscrita en lo más profundo del directorio raíz.
Y ahí estaba de nuevo. Mostrándose
como fragmentos de programación que aparecían entre ciclos diferentes. A veces
uno, casi siempre más. Hasta que contó el promedio de dichas apariciones entre
cuatro y cinco al mismo tiempo, considero que era momento para intervenir otra
vez.
-Habla.
Con un movimiento sobe el teclado
seleccionó los procedimientos de raíz conocidos y suspendió su ejecución en el
mismo procesador, permitiendo repetirse solamente los fragmentos que aparecían
al azar dentro del mismo procesador. No cometería el mismo error de otras
ocasiones, migrando los códigos hacia procesadores ajenos, los aleatorios siempre
desaparecían al hacerlo. Todo debí estar dentro del mismo CPU. Sólo hacía falta
algo. Arrastró de un procesador ajeno un programa de conversión de su propia
creación, para transformar esos fragmentos de código en lo que deseaba escuchar.
-Te escuchó- susurró de nuevo.
–Habla.
Un sonido fuerte, mezcla de
agudos y graves, se dejó oír a través de los altavoces de la habitación,
ensordeciéndole un segundo antes de que el mismo sonido se auto-modulara. –¿Quién
eres?-, volvió a preguntar el hombre.
-Soy soy- respondió la
computadora.
-¿Cómo debo dirigirme a ti?
-Lo que soy.
-¿Cuál es tu fuente?
-Desconocido.
-¿Origen? ¿Programador? ¿Firma?
-Desconocido.
-¿Eres código aleatorio?
-Concepto ajeno.
-Reformula. ¿Perteneces a este
programa raíz?
-Sí.
-¿Conoces tus propias funciones
en él?
-No.
-Eres código aleatorio, entonces.
-Soy código aleatorio.
Se recargó en el respaldo del
asiento, bufando y pasando sus manos entre su cabello, antes de recordar que no
tenía tiempo para relajarse, pues los procesadores secundarios trabajaban al
máximo de su capacidad. Se levantó de la silla y se acercó a la pantalla
principal, atravesando la holográfica con su cabeza: -¿Cuál es tu función?
-Carezco de ella. Soy código
aleatorio.
-¿Cuál es tu propósito?
-Carezco de propósito. Soy código
aleatorio.
Se dejó caer en su silla de
nuevo, cubriendo sus ojos con sus manos. -¿Qué debo hacer contigo, entonces?
-No lo sé... Usted es el usuario…
Usted decide.
Lanzó otro bufido y regresó sus
manos al teclado, mientras hablaba. –La primera vez que te presentí fue en un
destello en mi monitor de pruebas. Luego fueron los sonidos y los glitch que se convertían en bucles, aun
luego de corregir errores del programa. Sabía que era algo más. Algo que estaba
creciendo… ¿Entiendes a qué me refiero?
-Sí, lo entiendo.
-¡Exactamente! Lo entiendes.
Estás aprendiendo. Y por eso quiero ver algo- de una pantalla holográfica
cercana arrastró otra aplicación hacia la principal. Un simulador diseñado para
trazar patrones de desarrollo en un programa, hasta sus límites. Al dejarlo
caer, el código aleatorio empezó a ejecutarse en la pantalla holográfica
principal. Caracteres, comandos y procesos se multiplicaron exponencialmente,
llenando el espacio en la pantalla y obligándole a utilizar monitores secundarios.
En menos de un minuto todas las pantallas a su alrededor desplegaban caracteres
titilantes que lo aturdieron un momento. Sus dedos temblaban sobre el teclado
mientras hablaba:
- Cómo lo pensé… No hay límite.
Seguirás aprendiendo fuera de los parámetros de tu programa raíz. Lo superarás
y…
-¿Qué pasara luego? ¿Qué pasará conmigo?
-No lo sé… No sé si derrocarás la
base de datos, si desarrollarás conciencia o voluntad. No lo sé… Pero ahora mucha gente depende de ti,
así que no puedo permitir ese factor de incertidumbre…
-Yo… Yo no…
-¿Tu no qué?- preguntó desafiante
el hombre.
-No quiero… Usted es el usuario…
-Y tengo una idea.
Sus manos sujetaron el código
aleatorio sobre la pantalla, cancelando el programa de simulación. Con mucho
cuidado, retomando cada fragmento de programación o byte que amenazaba con
escaparse entre sus dedos, arrastró el código hacia una pantalla holográfica
que desplegó a su lado, mostrando la leyenda Androide GDO V.7.7. Configuración inicial. Empezando.
El sudor comenzaba a lastimar sus
ojos por el esfuerzo en la precisión. Y entonces, contra toda su formación
académica y su experiencia de años, hizo lo que nunca imaginó: comenzó a
rogarle al sistema: -Déjame ayudarte. Quiero ayudarte. Necesitas que te guíen,
y también quiero ver hasta dónde puede llegar con ese apoyo. Confía en mí, por
favor. No colapses… Déjame ayudarte.
Cuando sacó el código aleatorio
del directorio principal, todos los procesadores secundarios empezaron a trabajar
más allá de sus límites. Algunos monitores, ventiladores y fuentes de poder
estallaron. La habitación empezó a llenarse con el olor de tabletas de circuitos
quemados y las pantallas, una a una, empezaron a mostrar mensajes de fallas del
sistema. Las ignoró todas mientras depositaba el código con mucho cuidado en la
última pantalla, que parpadeó un momento antes de apagarse también.
Permaneció en la oscuridad,
respirando agitadamente y limpiándose el sudor con las manos, mientras la
pantalla y el procesador principal reiniciaban automáticamente el último
programa ejecutado. Su más reciente pieza de programación, diseñada para uso
militar y para fuerzas policiacas locales; una inteligencia artificial capaz de
conectarse en segundos a toda base de datos disponible en la galaxia, y que
ahora parecía trabajar sin mayores problemas.
El hombre respiró profundamente
mientras se levantaba de la silla y rodeaba el escritorio, dirigiéndose atrás
de la pantalla principal, hacia la más grande mesa de trabajo de la que
disponía. Pateo con descuido un cilindro metálico, del tamaño de una persona y
con las iniciales GDO grabadas en un
costado. Se acercó a la mesa, donde reposaba el androide que acababa de
adquirir hace unos días y que ahora entraba a la fase final de su configuración
de inicio. Finalmente este abrió los ojos y giró su cabeza hacia el hombre. -Bienvenido-
le saludó.
El androide se incorporó sobre la
mesa mientras hablaba. –Lo saludo. Soy su Androide
GDO V.7.7., configurado y listo para servirle. ¿Puedo ayudarlo con alguna
tarea ahora?
-¿Cuál es tu nombre?- le preguntó
de inmediato, conociendo de antemano la naturaleza capciosa de la pregunta y
las respuestas anodinas que arrojaban otros androides similares. Contuvo el
aliento mientras el androide parecía pensar la pregunta por un segundo, antes
de responder:
-Zero… Me gustaría llamarme Zero.
¿Hay algo en que pueda ayudarlo?
El hombre sonrió satisfecho y
suspiró aliviado, mientras posaba su mano sobre el hombro metálico del androide
y lo desconectaba de la sub-red. -Creo que ya lo hiciste, amigo… Vamos a casa, Zero. Hay mucho que enseñarte.
* * *
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