Eres un oficial de policía en un tiroteo |
PARAXIÓN
(CONTRAINDICACIONES)
Ángel Zuare
Cuando muchos se dieron cuenta,
Trujillo ya había subido a la camioneta del comandante, a falta de otro
vehículo disponible, con las llaves puestas en la ignición y mejor posicionado en
la calle. Encendió el motor y aceleró escandalosamente, llamando la atención de
todos los policías reunidos junto a las patrullas. Su comandante gritó una maldición
y una mentada de madre, pero todos los demás oficiales entendieron la situación
y tomaron sus posiciones detrás de sus respectivas unidades, que bloqueaban el
tráfico de la calle justo después del cruce con otra vía, sobre la cual el
comandante se había estacionado y hacia donde se dirigía ahora, tan rápido como
lo permitía su robusta figura.
Trujillo, en cambio, esperó a que
su objetivo –un Audi, modelo del año- se acercara al cruce, antes de que las
escasas luces de la calle advirtieran al conductor de la barricada y tomara
otro camino para salir de ese operativo, el cual estaba saliendo particularmente
mal. Soltó el embrague y la camioneta empezó a correr hacia atrás, tan rápido
como le fue posible en tan poca distancia. Apretó el volante con fuerza, pero
no cerró los ojos cuando la parte trasera de la camioneta chocó con el frente
del Audi, donde viajaba el director general de la empresa farmacéutica
Paraxión, sobre quien se había liberado una orden de aprensión hace menos de
una hora, bajo cargos de evasión fiscal, sospecha de tráfico de estupefacientes
y de asesinato en tercer grado.
No hubo tiempo para ajustar el
cinturón de seguridad y Trujillo sintió latiguear su cuerpo con fuerza dentro
del vehículo. Su pecho chocó contra el tablero, sacándole el aire y
posiblemente rompiéndole algunas costillas, antes de que su visión se
oscureciera.
* * *
Reynoso vio todo sin lograr
apartar la vista ni moverse, hasta que alguien lo arrastró hacia una de las
patrullas estacionadas, ordenándole que encendiera las sirenas y torretas, lo
cual hizo torpemente a través de los guantes de su uniforme de operativo. Salió
del auto y buscó con la mirada, en la esquina donde se habían detenido los
autos luego del choque, alguna señal o movimiento del agente Trujillo. Pero
alguien lo arrastró nuevamente:
-¡¡Muévete, pinche novato pendejo,
¿por qué no traes puesto tu chaleco?!! ¡¡MUÉVETE!!
Quien fuera, lo aventó atrás de
una portezuela abierta de las patrullas, dejándolo a cubierto cuando ya
empezaba a escucharse la voz del comandante a través del megáfono, exigiendo
rendiciones. Reynoso desenfundó su arma reglamentaria y apuntó a través de la ventanilla
abierta. Alguien salió casi arrastrándose del asiento del conductor del Audi,
poniéndose de pie torpemente. El rostro y pecho del hombre eran más bien
manchas informes y sangrantes. Pareció que tomaba aire por un momento antes de
llevar sus manos al interior de su saco. Abrió la boca, tal vez para lanzar un
grito de furia o gritar que se rendía, no lo supo, pero instintivamente el dedo
de Reynoso apretó el gatillo, siguiéndole varios más de sus compañeros. Posiblemente
Reynoso falló, pero los demás abatieron al hombre, quien se derrumbó sobre el
pavimento, lanzando sus últimos jadeos. Reynoso dio un rápido vistazo a la
destrozada camioneta del comandante. Distinguió la cabeza del agente Trujillo
sobre un costado del tablero. No se movía.
* * *
Más que a Trujillo, el comandante
García se insultaba más a sí mismo por el descuido de haber dejado las llaves
puestas en la ignición de su camioneta. También se insultaba por no haber
logrado poner más trabas en la expedición de la orden de arresto contra don
Manuel, la persona que, de cierta manera, todavía seguía pagando las
mensualidades de la misma camioneta. Se insultaba porque, contra todo
pronóstico, esa noche le había tocado trabajar con un escuadrón confiable y
competente. Y, principalmente, se insultaba por no haber conseguido librarse de
Trujillo, quien se había convertido en la sombra de don Manuel, director
general de Paraxión. Fue Trujillo quien, casi al momento en que se liberó la
orden de aprensión, avisó a la estación donde podrían encontrarlo para
detenerlo antes de que, como en otras ocasiones, alguien lograra prevenirlo
para que regresara rápidamente a la seguridad de su mansión o desapareciera en
las alas de su avión privado.
Y ahora, cuando pensaba que había
logrado demorarlos lo suficiente al advertirles que nadie debía moverse si no
llegaba una imaginaria autorización para el operativo, Trujillo se sube a su
camioneta para chocarla contra el auto de uno de los hombres más poderosos del
país. ¿Quién se cree que es ese imbécil? ¿Charles Bronson?
Viendo que no podía alcanzarlo y
sin tiempo para colocarse el chaleco antibalas, García regresó para cubrirse
tras la patrulla del sargento Infante, quien sostenía el megáfono. Se lo
arrebato justo cuando su camioneta -de la cual todavía debía ocho
mensualidades- y el Audi de don Manuel chocaron. Entonces García gritó en el
megáfono una advertencia y solicitud de rendición, esperando que la situación
no pasara a mayores y simplemente tomaran a don Manuel bajo custodia,
llevándolo a la estación y ponerlo lo más cómodo posible antes de que alguno de
sus allegados llamara a su abogado, para que lograra uno de sus milagros
acostumbrados.
Reconoció entonces al Güero y a
Camacho, dos esbirros de don Manuel, salir del portón de un edificio de
departamentos, el mismo a donde Trujillo lo había seguido y en donde se convocó
al operativo para detenerlo. Cuando García llegó al lugar, Trujillo ya había
organizado a todos los elementos y había cerrado el tráfico de la calle. Y
entonces pensó que si el cabrón de Trujillo fuera un poco más inteligente –como
él lo era-, podría llegar a ser comandante.
Quedó sin aliento cuando
reconoció a Fernando, quien salía del asiento del conductor del Audi. Pobre cabrón, pensó García, pues la
defensa trasera de su la camioneta lo había golpeado directamente. Repitió su
advertencia de rendición, rogando que el hombre no hiciera una pendejada cuando
notó que llevaba sus manos adentro de su saco.
Fue entonces que uno de sus
hombres disparó.
* * *
Su primer operativo desde que se
unió a la fuerza y sólo disparó una vez. Realmente no puso atención cuando sus
compañeros abatieron al conductor y empezaron la persecución de otros dos
sospechosos, que estaban dándose a la fuga. Cuando el sargento Infante declaró
segura la zona, Reynoso avanzó hacia la camioneta. Cuando finalmente pudo abrir
la portezuela, Trujillo comenzaba a mover su cabeza y entreabrir los ojos.
-Pinche Trujillo, estás loco-
dijo Reynoso. -¿Quién te crees que eres, ese wey de El Transportador?
-Bruce Willis es más fregón-
susurró el agente, sonriendo dolorosamente mientras bajaba de la camioneta. -¿Dónde
está el sospechoso?
-En su auto, parece.
Trujillo se dirigió allá,
ignorando la ayuda que pretendía darle el novato del batallón o sus
recomendaciones acerca de ponerse a cubierto o al menos colocarse el chaleco
antibalas, lo que no había podio hacer por estar organizando el operativo
mientras llegaba el huevón del comandante García en esa camioneta nueva, pagada
con el sueldo de un servidor público (sí,
como no). Realmente le había dado gusto estrellarla así, tanto que si lo
daban de baja de la fuerza por ello, recordaría ese momento con mucho placer.
El comandante García los alcanzó
cuando ambos se dirigieron a la portezuela del pasajero del Audi, sin dejar de
gritarle maldiciones y recriminaciones a Trujillo y advirtiéndole a Reynoso que
lo suspendería indefinidamente por haber disparado sin haber recibido la orden.
Ignorando la rabia de su comandante, Trujillo desenfundó su automática mientras
le indicaba a Reynoso con un gesto que abriera la portezuela. García se colocó
entre ambos y también sacó su escuadra, y cuando Reynoso abrió la puesta los
tres se asomaron al interior, apuntando pistolas al frente.
* * *
Al escuchar los gritos de su
chofer y guardaespaldas por encima de los disparos, Manuel buscó su propia arma
en la funda que llevaba bajo el saco, sujetándola con su mano temblorosa. Trató
de ignorar el dolor los fragmentos de la botella y el vaso, que se habían incrustado
en su estómago y en su rostro al momento del choque. Sus ojos comenzaban a
cerrarse cuando escuchó la portezuela del auto abriéndose junto a él
violentamente. Tres sombras se asomaron al interior y la impresión hizo que
Manuel oprimiera el gatillo. Una de estas sombras se dobló, antes de gemir
dolorosamente y caer hacia atrás, y antes de que las otras dos levantaran sus
armas y dispararan.
* * *
Cuando llegó la ambulancia, tres
oficiales permanecían juntos, a mitad de la calle. Uno desangrándose lentamente
sobre el pavimento mientras otro trataba de contener la herida y sostenía sus
manos, dándole palabras de ánimo y tratando de contener su propio llanto. El
tercero estaba de pie junto a ellos, observándolos estoicamente. Sin decir
palabra.
* * *
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