¿Eres una bruja buena o una bruja mala? |
TAN PROPIA DE ELLA
Ángel Zuare
-Cuente la historia, amigo. Vamos,
¿qué dice?
Varios parroquianos de la taberna
chocaron sus jarros contra las mesas o entre ellos. Algunos gritaron y otros
lanzaron maldiciones. Simón permaneció impávido ante dichas muestras de interés
para oírle contar una historia. Acabó el último trago de su pulque antes de recargarse
perezosamente sobre el respaldo de su silla.
-Anda, Portacoelli…- dijo
Joaquín, levantando su manaza para indicar a la tabernera que ambos necesitaban
más bebida. –… Al menos para que yo la escuche. No conozco la historia.
-¿De qué te servirá conocerla,
Joaquín?– comentó el mestizo, esbozando una ligera sonrisa. El robusto español
que lo acompañaba se inclinó un poco sobre la mesa, sosteniendo su jarro y
respirando pesadamente.
-Se dicen muchas cosas sobre
ella…
-¿Cómo cuales?
-Que era una bruja- interrumpió
alguien en la mesa contigua, arrastrando la voz.
-Y que tenía tratos con el mismo
Lucifer- comentó otro, y tras él siguieron más, interrumpiéndose o encimando
sus voces, hasta convertirse en un griterío insoportable: embrujaba a los hombres, curaba a los enfermos, aliviaba el mal de
amores, abogaba por los casos imposibles, se negaba a todos sus pretendientes,
se veían luces infernales a través de las ventanas de su casa, la veían volar
sobre los tejados por las noches, iba a misa los domingos, la encarcelaron y escapó
más de una vez, invocaba tormentas y eclipses, preparaba brebajes, era maldita,
era una santa, era mestiza, era china, una bruja, sin padres o familia, hermosa,
esquiva, temible, era…
-¡¡SILENCIO!!- Joaquín impuso
orden con su recia voz antes de volverse hacia su compañero de mesa. –Anda,
Simón. No estarán en paz hasta que lo cuentes y yo mismo muero por saber. ¿Era
una santa o una bruja?
Simón de Portacoelli levantó la
mirada de su jarro de pulque mientras la tabernera lo rellenaba. Luego dio un profundo
trago y empezó a hablar: -Todo lo que han escuchado sobre la Mulata de Córdoba… Rumores, dichos, leyendas
y habladurías… son verdad. Todo es verdad.
* * *
Nadie sabe de dónde vino o
quienes eran sus padres. Ni siquiera alguien que la recordara como una niña. Ella
apareció un día, caminando por las calles de la villa de Córdoba, hace algunos
años. Siendo ejemplo viviente de la difamada unión entre blancos y negros, la Mulata era despreciada por ambas razas y
su belleza la volvía blanco de burlas y rumores, que la volvieron esquiva para
unos y misteriosa para otros. Su mirada te obligaba a bajar la tuya y su andar
capturaba tus pensamientos hasta que la perdías de vista al dar vuelta en
alguna esquina. Nadie conocía su verdadero nombre.
¿Qué si era una bruja? Yo no sé
nada de brujas o magia negra. Creo que ninguno de nosotros lo saber. Pero ella
sí era artífice de milagros que nunca lograremos entender. Sí, curaba a los
enfermos sin pedir nada a cambio y unía a los enamorados bajo sacramentos tan
irrompibles y sagrados como los de la misma iglesia. Les quitaba el sueño a hombres
y mujeres con pocas gotas de alguna pócima que cocinara en su casa, donde sí surgían
luces, sonidos y fulgores provenientes del mismo infierno. Pero si me
preguntan, eso lo considero sumamente admirable. Yo podría vender mi alma al
diablo ahora mismo y no conseguiría llevarlo al interior de mi casa, como lo hacía
ella. No dominaría los vientos para azotar o salvar navíos o para hacer llover
sobre los campos y ciudades de piedra ardiente, como lo hacía ella. No sería
capaz de prever el curso de los astros ni presentir o provocar cuando la tierra
temblara bajo nuestros pies. Honestamente, si creen que con gritar que vendes
tu alma al diablo puedes obrar todas esas maravillas, realmente no entiendes cómo
funciona el mundo. No como ella lo entendía.
¿Malvada? ¿No es más indigno
aquel alcalde de Córdoba quien, cuando la Mulata
no respondió siquiera con una sonrisa a sus acercamientos, ruegos o regalos, la
mando arrestar acusándola de brujería y de enloquecerlo con algún brebaje? Sólo
para que la arrastraran a esta ciudad, hasta nuestro Tribunal de la Santa
Inquisición, y la juzgaran. ¿No son más pérfidos aquellos a quienes ayudó
desinteresadamente y que ni siquiera levantaron la voz para socorrerla, mucho
menos cuando la condenaron a ser quemada viva? Tal vez gente como la Mulata manipule, engañe, preste su ayude cuando le
convenga y domine las artes oscuras… Pero no queman viva a la gente ni la
ahorcan frente a un morboso público.
¿Qué cómo escapó? La noche antes
de su ejecución, estando bajo encierro, pidió a su guardia que le consiguiera
un gis. El hombre… Bueno, no pudo rehusarse ante la belleza de la Mulata ni ante la calma con la que enfrentaba
su destino. Consiguió el gis y la mujer, durante toda la noche, dibujo un barco
en la pared de su celda, con sus velas desplegadas y meciéndose sobre las olas
del mar. El guardia no podía apartar su atención de aquella faena y permaneció
a su lado toda la noche. En silencio. Sólo viéndola dibujar.
Cuando terminó el dibujo era
perfecto, aún sobre el muro enmohecido de la prisión. Luego ella se volvió hacia
el guardia, preguntándole: -¿Qué crees que le haga falta a mi barco?
El carcelero, con ojos enrojecidos
por el desvelo y la compasión que sentía hacia la mujer, respondió: -Desdichada
mujer. Si tan sólo te arrepintieras de tus actos, de tus obras, milagros o
maldiciones, tal vez… A este barco sólo le hace falta andar.
La mujer sonrió a su carcelero
con aquella expresión enigmática, tan propia de ella y dijo: -Entonces míralo
andar- y de un salto llegó hasta la cubierta del navío, que ya empezaba a
moverse sobre las olas. Lentamente se fue moviendo y al final desapareció en un
rincón del calabozo, mientras el carcelero caía de rodillas, sujetándose a los
barrotes de la celda. Así lo encontraron más tarde los guardias de la Inquisición
que llegaron por la condenada, balbuceando una incoherente historia sobre la desaparición
de la Mulata de Córdoba.
* * *
Todos los oyentes en la taberna
guardaron silencio un momento, mientras Simón buscaba algo en un bolsillo de su
jubón. Finalmente alguien aventuró una pregunta: -¿Y cómo sabemos que lo que
cuenta este hombre es verdad?
Los murmullos que empezaron a
subir se detuvieron cuando Joaquín golpeó la mesa con la base de su jarro. -Quien
dude de la palabra de este hombre, se las arregla conmigo- masculló. Simón, por
su parte, levantó sobre la mesa el objeto que había estado buscando. Blanco,
pequeño y delgado.
-Este- dijo, –es el gis que usó
la Mulata para dibujar su navío, en
el cual huyó a tierras que ninguno de nosotros conoce. Libre de cualquier ley o
idea que podamos tener respecto a su naturaleza.
-¿De dónde lo sacó?- preguntó
alguien tratando de tomar el gis, antes que Simón lo regresara a su bolsillo
con un ágil movimiento y respondiera: -Regrese a su celda luego de que lograron
calmarme y mientras la buscaban en todos los rincones del palacio.
-Entonces tú… Simón… Hermano, tú…-
susurró Joaquín.
-Fui testigo de su escape. Yo era
el carcelero. Y todo ocurrió tal y como lo he contado.
Con un gesto de profunda perplejidad,
Joaquín acabó su pulque de un sorbo, mientras su amigo solamente miraba el
fondo de su jarro. Alguien preguntó: -Entonces… ¿era o no una bruja?
-Sinceramente creo que lo que decidamos
aquí no va a importarle-, respondió Simón.
Dando por acabada la historia,
los parroquianos se fueron retirando lentamente, dejando al español y al mestizo
en su mesa, con sus jarros vacíos. La tabernera se acercó a ellos y preguntó:
-¿No creen que han bebido suficiente?- Simón respondió con un gesto afirmativo,
manteniéndose erguido contra el respaldo de la silla. Joaquín, en cambio, negó
con la cabeza, antes de que cayera pesadamente sobre la mesa. Suspirando y
sonriendo, Simón se colgó el grueso brazo del español sobre sus hombros,
levantándolo para luego encaminarse a la salida de la taberna.
-Me gusta como cuentas la
historia- dijo la tabernera, hermosa mujer de piel morena, antes de que salieran.
Simón giró la cabeza hacia ella, quien le sonrió con aquella expresión que,
hace unos minutos, él había descrito como enigmática,
tan propia de ella. Pensó en cientos de cosas que decirle o preguntarle,
pero, tras un momento, sólo le devolvió el gesto y salió de la taberna,
cargando el cuerpo de su amigo.
* * *
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