lunes, 28 de abril de 2014

Los Otros 52, 37a Semana. "Tan Propia De Ella".

¿Eres una bruja buena o una bruja mala?

TAN PROPIA DE ELLA
Ángel Zuare

-Cuente la historia, amigo. Vamos, ¿qué dice?

Varios parroquianos de la taberna chocaron sus jarros contra las mesas o entre ellos. Algunos gritaron y otros lanzaron maldiciones. Simón permaneció impávido ante dichas muestras de interés para oírle contar una historia. Acabó el último trago de su pulque antes de recargarse perezosamente sobre el respaldo de su silla.

-Anda, Portacoelli…- dijo Joaquín, levantando su manaza para indicar a la tabernera que ambos necesitaban más bebida. –… Al menos para que yo la escuche. No conozco la historia.

-¿De qué te servirá conocerla, Joaquín?– comentó el mestizo, esbozando una ligera sonrisa. El robusto español que lo acompañaba se inclinó un poco sobre la mesa, sosteniendo su jarro y respirando pesadamente.

-Se dicen muchas cosas sobre ella…

-¿Cómo cuales?

-Que era una bruja- interrumpió alguien en la mesa contigua, arrastrando la voz.

-Y que tenía tratos con el mismo Lucifer- comentó otro, y tras él siguieron más, interrumpiéndose o encimando sus voces, hasta convertirse en un griterío insoportable: embrujaba a los hombres, curaba a los enfermos, aliviaba el mal de amores, abogaba por los casos imposibles, se negaba a todos sus pretendientes, se veían luces infernales a través de las ventanas de su casa, la veían volar sobre los tejados por las noches, iba a misa los domingos, la encarcelaron y escapó más de una vez, invocaba tormentas y eclipses, preparaba brebajes, era maldita, era una santa, era mestiza, era china, una bruja, sin padres o familia, hermosa, esquiva, temible, era…


-¡¡SILENCIO!!- Joaquín impuso orden con su recia voz antes de volverse hacia su compañero de mesa. –Anda, Simón. No estarán en paz hasta que lo cuentes y yo mismo muero por saber. ¿Era una santa o una bruja?

Simón de Portacoelli levantó la mirada de su jarro de pulque mientras la tabernera lo rellenaba. Luego dio un profundo trago y empezó a hablar: -Todo lo que han escuchado sobre la Mulata de Córdoba… Rumores, dichos, leyendas y habladurías… son verdad. Todo es verdad.

*  *  *

Nadie sabe de dónde vino o quienes eran sus padres. Ni siquiera alguien que la recordara como una niña. Ella apareció un día, caminando por las calles de la villa de Córdoba, hace algunos años. Siendo ejemplo viviente de la difamada unión entre blancos y negros, la Mulata era despreciada por ambas razas y su belleza la volvía blanco de burlas y rumores, que la volvieron esquiva para unos y misteriosa para otros. Su mirada te obligaba a bajar la tuya y su andar capturaba tus pensamientos hasta que la perdías de vista al dar vuelta en alguna esquina. Nadie conocía su verdadero nombre.

¿Qué si era una bruja? Yo no sé nada de brujas o magia negra. Creo que ninguno de nosotros lo saber. Pero ella sí era artífice de milagros que nunca lograremos entender. Sí, curaba a los enfermos sin pedir nada a cambio y unía a los enamorados bajo sacramentos tan irrompibles y sagrados como los de la misma iglesia. Les quitaba el sueño a hombres y mujeres con pocas gotas de alguna pócima que cocinara en su casa, donde sí surgían luces, sonidos y fulgores provenientes del mismo infierno. Pero si me preguntan, eso lo considero sumamente admirable. Yo podría vender mi alma al diablo ahora mismo y no conseguiría llevarlo al interior de mi casa, como lo hacía ella. No dominaría los vientos para azotar o salvar navíos o para hacer llover sobre los campos y ciudades de piedra ardiente, como lo hacía ella. No sería capaz de prever el curso de los astros ni presentir o provocar cuando la tierra temblara bajo nuestros pies. Honestamente, si creen que con gritar que vendes tu alma al diablo puedes obrar todas esas maravillas, realmente no entiendes cómo funciona el mundo. No como ella lo entendía.

¿Malvada? ¿No es más indigno aquel alcalde de Córdoba quien, cuando la Mulata no respondió siquiera con una sonrisa a sus acercamientos, ruegos o regalos, la mando arrestar acusándola de brujería y de enloquecerlo con algún brebaje? Sólo para que la arrastraran a esta ciudad, hasta nuestro Tribunal de la Santa Inquisición, y la juzgaran. ¿No son más pérfidos aquellos a quienes ayudó desinteresadamente y que ni siquiera levantaron la voz para socorrerla, mucho menos cuando la condenaron a ser quemada viva? Tal vez gente como la Mulata  manipule, engañe, preste su ayude cuando le convenga y domine las artes oscuras… Pero no queman viva a la gente ni la ahorcan frente a un morboso público.

¿Qué cómo escapó? La noche antes de su ejecución, estando bajo encierro, pidió a su guardia que le consiguiera un gis. El hombre… Bueno, no pudo rehusarse ante la belleza de la Mulata ni ante la calma con la que enfrentaba su destino. Consiguió el gis y la mujer, durante toda la noche, dibujo un barco en la pared de su celda, con sus velas desplegadas y meciéndose sobre las olas del mar. El guardia no podía apartar su atención de aquella faena y permaneció a su lado toda la noche. En silencio. Sólo viéndola dibujar.

Cuando terminó el dibujo era perfecto, aún sobre el muro enmohecido de la prisión. Luego ella se volvió hacia el guardia, preguntándole: -¿Qué crees que le haga falta a mi barco?

El carcelero, con ojos enrojecidos por el desvelo y la compasión que sentía hacia la mujer, respondió: -Desdichada mujer. Si tan sólo te arrepintieras de tus actos, de tus obras, milagros o maldiciones, tal vez… A este barco sólo le hace falta andar.

La mujer sonrió a su carcelero con aquella expresión enigmática, tan propia de ella y dijo: -Entonces míralo andar- y de un salto llegó hasta la cubierta del navío, que ya empezaba a moverse sobre las olas. Lentamente se fue moviendo y al final desapareció en un rincón del calabozo, mientras el carcelero caía de rodillas, sujetándose a los barrotes de la celda. Así lo encontraron más tarde los guardias de la Inquisición que llegaron por la condenada, balbuceando una incoherente historia sobre la desaparición de la Mulata de Córdoba.

*  *  *

Todos los oyentes en la taberna guardaron silencio un momento, mientras Simón buscaba algo en un bolsillo de su jubón. Finalmente alguien aventuró una pregunta: -¿Y cómo sabemos que lo que cuenta este hombre es verdad?

Los murmullos que empezaron a subir se detuvieron cuando Joaquín golpeó la mesa con la base de su jarro. -Quien dude de la palabra de este hombre, se las arregla conmigo- masculló. Simón, por su parte, levantó sobre la mesa el objeto que había estado buscando. Blanco, pequeño y delgado.

-Este- dijo, –es el gis que usó la Mulata para dibujar su navío, en el cual huyó a tierras que ninguno de nosotros conoce. Libre de cualquier ley o idea que podamos tener respecto a su naturaleza.

-¿De dónde lo sacó?- preguntó alguien tratando de tomar el gis, antes que Simón lo regresara a su bolsillo con un ágil movimiento y respondiera: -Regrese a su celda luego de que lograron calmarme y mientras la buscaban en todos los rincones del palacio.

-Entonces tú… Simón… Hermano, tú…- susurró Joaquín.

-Fui testigo de su escape. Yo era el carcelero. Y todo ocurrió tal y como lo he contado.

Con un gesto de profunda perplejidad, Joaquín acabó su pulque de un sorbo, mientras su amigo solamente miraba el fondo de su jarro. Alguien preguntó: -Entonces… ¿era o no una bruja?

-Sinceramente creo que lo que decidamos aquí no va a importarle-, respondió Simón.

Dando por acabada la historia, los parroquianos se fueron retirando lentamente, dejando al español y al mestizo en su mesa, con sus jarros vacíos. La tabernera se acercó a ellos y preguntó: -¿No creen que han bebido suficiente?- Simón respondió con un gesto afirmativo, manteniéndose erguido contra el respaldo de la silla. Joaquín, en cambio, negó con la cabeza, antes de que cayera pesadamente sobre la mesa. Suspirando y sonriendo, Simón se colgó el grueso brazo del español sobre sus hombros, levantándolo para luego encaminarse a la salida de la taberna.


-Me gusta como cuentas la historia- dijo la tabernera, hermosa mujer de piel morena, antes de que salieran. Simón giró la cabeza hacia ella, quien le sonrió con aquella expresión que, hace unos minutos, él había descrito como enigmática, tan propia de ella. Pensó en cientos de cosas que decirle o preguntarle, pero, tras un momento, sólo le devolvió el gesto y salió de la taberna, cargando el cuerpo de su amigo.

*  *  *

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