(Contra todo pronóstico y duda, hemos llegado justo a la mitad del camino en este proyecto. Este es el cuento número 26 de 52. Sigan apoyándonos y compartan sus comentarios)
Bulldozers |
BULLDOZER
Ángel Zuare
-En serio, ¿no te interesa detenerte
a pensar, sólo por un segundo, cómo llegamos a este punto, cabrón?
Bulldozer tomó aire profundamente
mientras intentaba levantarse del piso, apoyando primero una rodilla y luego el
pie contrario. Pero otro golpe de la barreta contra su espalda lo hizo caer de
nuevo, golpeándose la barbilla contra el suelo. El sudor y la sangre escurrían
entre su pasamontañas y el antifaz, lastimándole los ojos.
-Justo en el punto más alto de mi
nuevo edificio en construcción. Muy de los ochenta, ¿no te parece ridículo?
Otro golpe cayó contra su espalda
y Bulldozer empezó a escupir sangre. Tenía las sensaciones latentes de una
costilla rota, un hombro desgarrado que ardía terriblemente y fuertes golpes en
su pecho, piernas y brazos. Los protectores balísticos no habían servido de
mucho contra los golpes directos de palas, tubos, ladrillos y las caídas de un
piso al otro dentro de la estructura en construcción. Por lo menos el chaleco
sí lo había protegido de las balas, tal como lo había previsto, pero de
cualquier manera el dolor seguí palpitando a la altura de su pecho, donde había
recibido los impactos que lo había derribado un par de veces. Maldito calibre .40, pensó.
Alcanzaba a ver de reojo un par
de pies que caminaban a su alrededor, enfundados en zapatos de diseño italiano
y un fino pantalón de manufactura chilena, ahora manchados de sangre y tierra.
Nuevamente trató de levantarse y ahora Ricardo Arizmendi, el contratista,
terrateniente, líder sindical, hombre de negocios, empresario, filántropo,
estafador, lavador de dinero, rompehuelgas, ladrón y asesino, permitió que se
elevara lo suficiente para golpearlo con la barreta que sostenía entre sus
guantes nuevos, justo en el costado. La costilla que Bulldozer imaginaba rota
ya era una certeza. Gritó con fuerza mientras caída de espaldas sobre el suelo eventual
de madera del futuro piso treinta.
-¿Sabes? Puedo comprender muchas
chingaderas de la vida- comentó Arizmendi, ahogando continuas risas que salían
como flemas de su garganta. -Como el que un pendejo enmascarado y su disfraz de
Halloween se sienta suficientemente cabrón para cazar a mi gente en las calles,
en sus negocios y hasta en sus casas. Lo que le hiciste a Zamarripa tuvo nivel…
Dime la verdad; ¿Cuándo lo arrojaste por la venta esperabas que cayera justo a
la mitad de su enrejado de picas, o fue casualidad?
Bulldozer no respondió. Solamente
maldijo en silencio su impaciencia por querer terminar con Arizmendi
precisamente esa noche. Sabía que lo estaría esperando, y que a pesar de haber
diezmado significativamente su organización las pasadas semanas, aun así estaría
protegido en aquel laberinto de pisos a medio construir.
Pero Arizmendi debía caer esa
noche.
-También puedo entender que
tengas algo contra mí, personal o no. ¿Te jodí de alguna forma? ¿O a alguien
que te importaba? ¿Alguien te está pagando para joderme? ¿Me tiré a tu vieja… o
a tu wey? ¿O nada más te excita andar por la calle usando un antifaz y ropa
ajustada, marica de mierda? Puedo entender todo eso…
Lo habría callado con gusto sólo
con un movimiento y algo que pudiera arrojar, pero había atoado todos sus recursos
camino al piso superior de esa construcción. Todas las balas, cuchillos, tasers,
bombas de humo e incendiarias y la tonfa, que se había ido junto con el último
guardaespaldas de Arizmendi cuando, desesperado por no lograr derribarlo, saltó
y logró encajarla en su ojo derecho, rompiendo la cuenca del cráneo con tal
fuerza que arrojó al mastodonte desde la orilla del piso veinticinco.
Para este punto los músculos de sus
brazos y piernas dolían intensamente y los guantes y botas le pesaban. Ya no
podía moverse a la misma velocidad con la que había empezado esa noche. Para
colmo, Arizmendi sabía defenderse. Bulldozer recordaba bien el boxeo y aikido
que había aprendido en el servicio, pero Arizmendi dominaba la pelea callejera
y mañas que él no conocía. Además estaban en su territorio, otro error que, a
sabiendas de, Bulldozer había cometido.
Pero Arizmendi debía caer esa
noche.
Intentó incorporarse, pero Arizmendi
lo mantuvo contra el suelo apoyando su pie sobre el pecho de Bulldozer, justo
sobre la letra B marcada en relieve
sobre la placa del chaleco.
-Pero lo que no acabo de entender
es tu nombre… Bulldozer… ¿En serio? Así fue como te presentaste ante el wey que
te grabó con su celular mientras evitabas que robaran una vinatería, y que luego
subió a Internet. Te preguntó ¿quién eres?, y tú respondiste Bulldozer, sin darle
la cara, ante de alejarte de ahí corriendo.
“De ahí en adelante, Bulldozer, Bulldozer
en todos lados, en todos los noticiarios y periódicos, en Internet y en los
rumores de la calle. Cuídense del pinche Bulldozer ¡¿Es en serio?! ¿Fue lo
primero que se te ocurrió o hay una razón? Si es así explícamela por favor,
porque no lo entiendo y realmente no quisiera matarte sin saber qué significa
tu pinche nombre.”
El enmascarado solamente miró
desafiante al hombre en traje de sastre, corte de cabello de cuatrocientos
pesos y sonrisa de dientes sometidos a blanqueamiento, sosteniendo la barreta con
sus manos enguantadas.
-Bueno… Tal vez cuando te quite
la máscara pueda encontrar a alguien que me lo explique, ¿no lo crees?
Bulldozer frunció el ceño bajo el
pasamontañas y el antifaz. Apretó los labios y sus puños, esperando que
Arizmendi hiciera su movimiento levantando la barreta hasta lo más alto que
pudiera. Al dejarla caer, el enmascarado interpuso el antebrazo izquierdo,
tolerando el punzante dolor cuando un hueso cedió ante el impacto. Bulldozer estiró
su mano derecha y sujetó el brazo de Arizmendi, jalándolo hacia él mientras
alzaba su rodilla izquierda para que chocara contra la entrepierna del hombre. El
dolor hizo que Arizmentdi soltara la barreta y siguiera cayendo sobre
Bulldozer, quien a mitad de la caída lo recibió con un golpe de su frente contra
la cara del hombre. Todavía sujetándolo del brazo y sosteniéndolo con una rodilla
en medio de la ingle, Bulldozer empujó a Arizmendi hacia un costado. Hacia el
límite del piso treinta. Arizmendi resbaló sobre la madera y cayó por el borde
del piso, pero todavía alcanzando a sujetarse de la orilla.
Bulldozer se puso de pie,
respirando pesadamente e ignorando el nuevo dolor en su brazo izquierdo. Se
acercó hasta el borde donde Ricardo Arizmendi colgaba sujetándose de la orilla
del piso de madera. Reía. Reía en carcajadas que hacía eco entre el esqueleto metálico
del edificio a medio construir. Reía hasta casi perder la voz, pero todavía
alcanzó a preguntar:
-¿Así acabamos? Entonces dime qué
significa tu nombre. ¿Por qué Bulldozer? ¿Por qué?
Bulldozer dio media vuelta y se
alejó de la vista de Arizmendi, quien empezó a gritar entre risas: –¡No te
vayas, pendejo! ¡Dime qué significa tu nombre, marica de mierda! ¡¿Por qué Bulldozer?
El enmascarado regresó, sujetando
en su mano derecha la barreta de metal.
-Dime- suplicó Arizmendi, con su
risa tergiversada entre un sollozo. –¡¡DIMEEE!!
Con un movimiento limpio la
barreta cayó quebrando el cráneo de Ricardo Arizmendi, empresario, filántropo,
millonario, criminal, víctima y finalmente un cadáver en los cimientos de su
nuevo edificio.
* * *
-¡Dios santo, Jorge, ¿qué te paso!-
preguntó Alejandra al abrir su puerta y descubrir a su cuñado con una enorme
caja envuelta para regalo bajo el brazo derecho y un cabestrillo en el
izquierdo.
-Nada grave. Un accidente durante
un ejercicio de rapel.
-Bueno… Aun así llegas tarde.
Cris no ha dejado de preguntar por ti y todos sus amiguitos ya llegaron.
En el pasillo que conducía al
patio, Jorge la detuvo un momento. – Antes dime si todo está bien con ustedes.
¿Necesitan algo?
La mujer suspiró profundamente. –La
verdad llegué a pensar que eras tú quien necesitaba ayuda. Te alejaste mucho de
nosotros luego de la muerte de Ramón. Difícil de creer que apenas ha pasado un
año, ¿verdad?- Terminó limpiando con el dorso de su mano las lágrimas que se
asomaban en sus ojos.
-Lo lamento.
-No es como para que te disculpes
tampoco. Tu perdiste a tu hermano, yo a mi esposo… Pero Cris perdió a su papá...
Vamos ya, no quiere partir el pastel ni abrir sus regalos hasta que tú llegues.
Mientras la pequeña Cristina
saludaba con un beso a su tío Jorge, los rumores entre otros padres congregados
a la fiesta le hicieron saber a Alejandra sobre la muerte de Ricardo Arizmendi
hace unos días. Dueño de la constructora para la que trabajaba su marido, el
hombre había muerto en la misma construcción donde Ramón había fallecido hace
apenas un año, durante los enfrentamientos con los rompehuelgas que Arizmendi
había conseguido. Ahora algunos rumores decían que el tal Bulldozer lo había
asesino y la discusión sobre la necesidad social de un vigilante desató un
debate entre los adultos.
Jorge no estaba entre ellos en ese
momento. Ayudaba a su sobrina a desenvolver el regalo que le había conseguido.
Un modelo a escala de un bulldozer Catepillar para construcción.
-Es igualito al que manejaba
papá- susurró Cristina ahogando un sollozo.
-Si no te gusta…- comenzó a decir
Jorge, un poco avergonzado –..puedo cambiarlo por…
Lo interrumpió el fuerte abrazo de
su sobrina, casi colgándose de su cuello mientras lloraba silenciosamente. Tras
un segundo, Jorge le devolvió el abrazo, sintiendo como al hacerlo se lastimaba
la costilla y el brazo en el cabestrillo.
No le importó.
* * *
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