¿Cómo edificarías un imperio de drogas? |
PARAXIÓN
Ángel Zuare
Es lo único que nunca cambia, pensó Manuel por un segundo, mientras
sus manos jugaban nerviosamente con la tapa de la botella de ron. El sello se
rompió de repente y parte del contenido se derramó por el piso alfombrado del
Audi. Lo único que no cambia, repitió
en su cabeza.
* * *
Cuando era niño su papá le enseñó
a montar a caballo, sembrar una parcela y cosecharla, a cortar leña para la
temporada de fríos y a cargar los granos hasta el pueblo para venderlos en los
molinos. Y lo que Manuel se preguntaba entonces era, ¿para qué aprender a
cabalgar y a sembrar cuando, en cambio, podía aprender a manejar una camioneta
y a vender electrónicos de segunda mano en los mercados del pueblo? ¿Acaso no le
era más conveniente aprender a disparar?
Finalmente alguien le enseñó lo
último. Con una desgastada calibre 38. Fue un tipo ceñudo, con barrriga
cervecera, bigote sin recortar, con sombrero y lentes oscuros. Siempre lo veía
caminar por las calles del pueblo con su pistola orgullosamente ceñida a la
cintura. Así que lo molestó en cada momento que podía hasta que el hombre aceptó
y lo llevó a un terreno baldío, donde le dejó disparar cuatro tiros a la grava.
Hasta entonces, el mejor día de su vida.
* * *
Tomó un vaso del gabinete,
montado junto al miibar, y lo llenó con una parte de hielo, otra de ron y otra
con refresco de cola. Su favorito. Lo acabó en un par de tragos y se recargó sobre
los asientos tapiados del auto mientras se limpiaba las manos con una
servilleta lo mejor que podía. El ron derramado empezaba a dejar sus dedos pegajosos.
Respiró profundamente y llevó una mano a su costado, palmando un bulto bajo su
saco, antes de que un golpeteo suave sobre la ventana del auto lo sorprendiera.
Escuchó la voz de Armando (¿o era Fernando?) diciendo que todo estaba listo.
Manuel abrió la puerta del auto y
rechazó la mano de fuera Armando o Fernando, que pretendía ayudarlo a bajar. Sólo
tenía 45 años, no era un anciano, por el amor de Dios.
* * *
Sus padres estaban orgullosos,
dentro de lo imaginable. ¿Cómo no estarlo si su hijo se marchaba para estudiar
en la capital, con el apoyo de su nuevo padrino, que veía en el muchacho
bastante potencial. Intuitivo, persistente y con mucha labia. Y por eso lo mandó
a vivir con un familiar en la capital, quien también podría conseguirle un buen
trabajo.
Su padrino le pagó los estudios,
pero ese buen trabajo le pagó el X-Box, la pantalla 3D, el Playstation, la
computadora armada con elementos de última generación, cada iPhone que salía a
la venta y cada cámara fotográfica o de video que llamaba su atención. Los
vicios de sus compañeros universitarios pagaron el enganche de su departamento
en la colonia Del Valle y de su primer auto, una camioneta. Como la de su
padrino, a quien se la presumió con gusto.
Meses después, cuando se enteró
que a su padrino lo habían abatido en un enfrentamiento con militares, a mitad
de la carretera, Manuel se emborrachó hasta quedarse dormido, sollozando.
* * *
Hay cosas que nunca cambian. Como
la necesidad de alejarse. Especialmente si todos los que conoces se pelean por
un imperio que se cae a pedazos. Tras titularse como ingeniero de sistemas,
Manuel se encerró en su apartamento durante más de cuatro meses, con bastante
comida chatarra y cajas de aspirinas y analgésicos. Familiares y amigos
intentaron en vano hablar con él mediante visitas, teléfono o en Internet.
Al cuarto día del quinto mes finalmente
se apartó del teclado de su computadora. Caminó torpemente entre cajas de piza,
monitores, laptops y tabletas encendidas hasta llegar al baño, donde vomitó
durante varios minutos. Después empezó a hacer llamadas.
* * *
Realmente no importó su labia ni
lo novedoso de su idea. Lo que realmente convenció a todos los que colaboraron
con su padrino fue que Manuel era simplemente El Ahijado, aquel del que siempre
hablaba, a quien llamaba hijo, del que decía que haría grandes cosas. Y gracias
a eso casi todos aceptaron su plan. Los que no, fueron convencidos.
Las plantas entraron en
producción casi al mismo tiempo que se abría la nueva división de mercadeo y comenzaba
la planeación de toda la publicidad. En menos de un mes, Paraxion, el nuevo
analgésico de uso general, salía al mercado.
* * *
Escoltado por ya fuera Fernando o
Armando, subió las escaleras hasta el departamento 4B. Ahí, otro de sus muchachos
los esperaba y les abrió la puerta. Entonces llegó a sus oídos los sollozos y
las súplicas, provenientes del dormitorio.
Otra cosa que nunca cambia es que
siempre se necesita músculo. Alguien que levante, que cargue, sostenga, empuje
o rompa. Y el Güero era bueno para eso. Ni siquiera necesitaba amarrar a su
víctima. Si algo le habían dejado sus años y triunfos como luchador era su habilidad
para someter con nada más que sus manos. A Manuel le encantaba presenciar ver
eso cuando iba a la Arena México para ver a su ídolo luchar. Hace tantos años.
Alguien le pasó a Manuel una
calibre 45 sin registro y previamente cargada, mientras el Güero sujetaba al
muchacho enclenque que había estado aflojando durante más de una hora, y lo
obligaba a sentarse en una silla, frente a su jefe.
* * *
En menos de un año, Paraxion se
había convertido en el analgésico más consumido del país, comenzando ya las exportaciones
y la fundación de plantas en otros estados del país. También empezaron las
demandas, casi todas desestimadas por falta de fundamentos. Las que llegaban a
juicio estaban controladas por los abogados con testimonios de médicos
respetables.
Los casos aislados de adicción se
convirtieron en movimientos sociales de padres de familia que buscaban retirar a
Paraxión del mercado, bajo el argumento de causar un efecto adictivo. Niños o
adultos, de cualquier estrato social, primero por decenas y finalmente por
miles, todos consumían Paraxion como si se tratara de dulces, buscando mitigar una
ansiedad indescriptible. Algunos de estos casos se convirtieron en muertes o
accidentes que la prensa explotó y las organizaciones civiles usaron como
estandarte en su búsqueda de culpables.
Pero no había nada malo con el
Paraxión. Ninguna sustancia que no hubiera sido aprobada por organizaciones
internacionales de salud. Ninguna que generara adicción como efecto secundario
o que no se usara como sustancia activa en algún otro producto similar. Y estaban
también las miles de personas que consumían Paraxión sin mostrar ningún
problema secundario.
Así que, ante la falta de evidencia
concluyente, Paraxión siguió vendiéndose, apoyándose en su publicidad en
televisión, radio e Internet. Y durante esos años, el único pesar en la vida de
Manuel fue la muerte de sus padres, con apenas un año de diferencia entre ambos.
Pagó por los mejores ataúdes disponibles y los mando enterrar en el mismo
cementerio donde estaba su padrino. Y en el silencio del velorio les agradeció
a ambos que se quedaran callados y comprendieran que esta era la mejor vida
para él. Les agradeció que le dieran esa oportunidad.
* * *
Te voy a dar una oportunidad, chamaco pendejo, le dijo al muchacho
que no dejaba de llorar. Le regresó la pistola a ya fuera Fernando o Armando y le
explicó al chico que si dejaba de hacer sus chingaderas de hacker, tratando de
invadir los sistemas de su empresa, y aceptaba trabajar para él localizando y sacando
de la red a otros pendejos como él, no le metería una bala entre los ojos y,
además, le pagaría lo suficiente para tener resuelta la vida. ¿Cómo alguien
podría rechazar semejante oferta?
* * *
Lo cierto es que, durante los
meses de su encierro en su departamento, se enfermó del estómago varias veces,
principalmente por ir probando todos los analgésicos que había comprado mientras
corría las pruebas en todos los monitores de su departamento. Y tras cada
fracaso regresaba a la computadora a programar de nuevo el código, puliendo
imperfecciones, exaltando colores y formar, hasta que la relación entre las
sustancias químicas de los analgésicos ingeridos y las reacciones bio-eléctricas
del cerebro ante las imágenes proyectadas en video, estaban en perfecta
sincronía. Y ese último día de su encierro, encriptó el códec final antes de ir
a vomitar por última vez al baño y de hacer las llamadas a los viejos amigos y
socios de su padre.
* * *
Hay cosas que nunca cambian.
Otras sí. Los índices generales de violencia con motivo del narcomenudeo descendieron
casi un 50 por ciento pues cualquiera podía comprar una caja de Paraxión perfectamente
legal, con su fórmula activa ideal para calmar dolores de cabeza y cuerpo, y
para reaccionar ante el bombardeo neural de imágenes transmitidas durante sus
comerciales en Internet o por televisión digital, programados con el códec que
Manuel guardaba celosamente en su computadora personal, protegido con
firewalls, encriptaciones y todo tipo de seguridad concebible en esta era. La
cual era necesaria pues ahora no tenía que tratar con carteles rivales,
ejecuciones o con el ejército. Ahora debía lidiar con abogados, organizaciones
civiles o hackers que han escuchado en la red rumores de su mítico códec y
piensan que puede encontrarlo invadiendo sus sistemas y robarlo para usarlo en
sus propias basuras de vlogs.
* * *
Manuel aceptó las disculpas del
muchacho y se levantó para retirarse. Sonrió por la comisura de sus labios
mientras el chico seguía agradeciéndole por perdonarle la vida. De repente
Manuel giró y sacó su propia pistola de la funda bajo su saco. La sangre
salpicó los pantalones del Güero y el muchacho gritó cayendo al suelo, sujetándose
su pierna que empezaba a sangrar profusamente de la herida de baja, justo
arriba de la rodilla.
Regresó al auto mientras ya fuera
Armando o Fernando lo escoltaba, diciendo a los vecinos curiosos que regresaran
a sus departamentos. Hay cosas que
cambian, pensó Manuel mientras subía a su Audi.
Otras no, pensó mientras buscaba una servilleta en el gabinete del
minibar para seguir limpiándose las manos.
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