miércoles, 27 de noviembre de 2013

Los Otros 52, 15a Semana. "Paraxión"

¿Cómo edificarías un imperio de drogas?

PARAXIÓN
Ángel Zuare

Es lo único que nunca cambia, pensó Manuel por un segundo, mientras sus manos jugaban nerviosamente con la tapa de la botella de ron. El sello se rompió de repente y parte del contenido se derramó por el piso alfombrado del Audi. Lo único que no cambia, repitió en su cabeza.
* * *
Cuando era niño su papá le enseñó a montar a caballo, sembrar una parcela y cosecharla, a cortar leña para la temporada de fríos y a cargar los granos hasta el pueblo para venderlos en los molinos. Y lo que Manuel se preguntaba entonces era, ¿para qué aprender a cabalgar y a sembrar cuando, en cambio, podía aprender a manejar una camioneta y a vender electrónicos de segunda mano en los mercados del pueblo? ¿Acaso no le era más conveniente aprender a disparar?
Finalmente alguien le enseñó lo último. Con una desgastada calibre 38. Fue un tipo ceñudo, con barrriga cervecera, bigote sin recortar, con sombrero y lentes oscuros. Siempre lo veía caminar por las calles del pueblo con su pistola orgullosamente ceñida a la cintura. Así que lo molestó en cada momento que podía hasta que el hombre aceptó y lo llevó a un terreno baldío, donde le dejó disparar cuatro tiros a la grava. Hasta entonces, el mejor día de su vida.
* * *

Tomó un vaso del gabinete, montado junto al miibar, y lo llenó con una parte de hielo, otra de ron y otra con refresco de cola. Su favorito. Lo acabó en un par de tragos y se recargó sobre los asientos tapiados del auto mientras se limpiaba las manos con una servilleta lo mejor que podía. El ron derramado empezaba a dejar sus dedos pegajosos. Respiró profundamente y llevó una mano a su costado, palmando un bulto bajo su saco, antes de que un golpeteo suave sobre la ventana del auto lo sorprendiera. Escuchó la voz de Armando (¿o era Fernando?) diciendo que todo estaba listo.
Manuel abrió la puerta del auto y rechazó la mano de fuera Armando o Fernando, que pretendía ayudarlo a bajar. Sólo tenía 45 años, no era un anciano, por el amor de Dios.
* * *
Sus padres estaban orgullosos, dentro de lo imaginable. ¿Cómo no estarlo si su hijo se marchaba para estudiar en la capital, con el apoyo de su nuevo padrino, que veía en el muchacho bastante potencial. Intuitivo, persistente y con mucha labia. Y por eso lo mandó a vivir con un familiar en la capital, quien también podría conseguirle un buen trabajo.
Su padrino le pagó los estudios, pero ese buen trabajo le pagó el X-Box, la pantalla 3D, el Playstation, la computadora armada con elementos de última generación, cada iPhone que salía a la venta y cada cámara fotográfica o de video que llamaba su atención. Los vicios de sus compañeros universitarios pagaron el enganche de su departamento en la colonia Del Valle y de su primer auto, una camioneta. Como la de su padrino, a quien se la presumió con gusto.
Meses después, cuando se enteró que a su padrino lo habían abatido en un enfrentamiento con militares, a mitad de la carretera, Manuel se emborrachó hasta quedarse dormido, sollozando.
* * *
Hay cosas que nunca cambian. Como la necesidad de alejarse. Especialmente si todos los que conoces se pelean por un imperio que se cae a pedazos. Tras titularse como ingeniero de sistemas, Manuel se encerró en su apartamento durante más de cuatro meses, con bastante comida chatarra y cajas de aspirinas y analgésicos. Familiares y amigos intentaron en vano hablar con él mediante visitas, teléfono o en Internet.
Al cuarto día del quinto mes finalmente se apartó del teclado de su computadora. Caminó torpemente entre cajas de piza, monitores, laptops y tabletas encendidas hasta llegar al baño, donde vomitó durante varios minutos. Después empezó a hacer llamadas.
* * *
Realmente no importó su labia ni lo novedoso de su idea. Lo que realmente convenció a todos los que colaboraron con su padrino fue que Manuel era simplemente El Ahijado, aquel del que siempre hablaba, a quien llamaba hijo, del que decía que haría grandes cosas. Y gracias a eso casi todos aceptaron su plan. Los que no, fueron convencidos.
Las plantas entraron en producción casi al mismo tiempo que se abría la nueva división de mercadeo y comenzaba la planeación de toda la publicidad. En menos de un mes, Paraxion, el nuevo analgésico de uso general, salía al mercado.
* * *
Escoltado por ya fuera Fernando o Armando, subió las escaleras hasta el departamento 4B. Ahí, otro de sus muchachos los esperaba y les abrió la puerta. Entonces llegó a sus oídos los sollozos y las súplicas, provenientes del dormitorio.
Otra cosa que nunca cambia es que siempre se necesita músculo. Alguien que levante, que cargue, sostenga, empuje o rompa. Y el Güero era bueno para eso. Ni siquiera necesitaba amarrar a su víctima. Si algo le habían dejado sus años y triunfos como luchador era su habilidad para someter con nada más que sus manos. A Manuel le encantaba presenciar ver eso cuando iba a la Arena México para ver a su ídolo luchar. Hace tantos años.
Alguien le pasó a Manuel una calibre 45 sin registro y previamente cargada, mientras el Güero sujetaba al muchacho enclenque que había estado aflojando durante más de una hora, y lo obligaba a sentarse en una silla, frente a su jefe.
* * *
En menos de un año, Paraxion se había convertido en el analgésico más consumido del país, comenzando ya las exportaciones y la fundación de plantas en otros estados del país. También empezaron las demandas, casi todas desestimadas por falta de fundamentos. Las que llegaban a juicio estaban controladas por los abogados con testimonios de médicos respetables.
Los casos aislados de adicción se convirtieron en movimientos sociales de padres de familia que buscaban retirar a Paraxión del mercado, bajo el argumento de causar un efecto adictivo. Niños o adultos, de cualquier estrato social, primero por decenas y finalmente por miles, todos consumían Paraxion como si se tratara de dulces, buscando mitigar una ansiedad indescriptible. Algunos de estos casos se convirtieron en muertes o accidentes que la prensa explotó y las organizaciones civiles usaron como estandarte en su búsqueda de culpables.
Pero no había nada malo con el Paraxión. Ninguna sustancia que no hubiera sido aprobada por organizaciones internacionales de salud. Ninguna que generara adicción como efecto secundario o que no se usara como sustancia activa en algún otro producto similar. Y estaban también las miles de personas que consumían Paraxión sin mostrar ningún problema secundario.
Así que, ante la falta de evidencia concluyente, Paraxión siguió vendiéndose, apoyándose en su publicidad en televisión, radio e Internet. Y durante esos años, el único pesar en la vida de Manuel fue la muerte de sus padres, con apenas un año de diferencia entre ambos. Pagó por los mejores ataúdes disponibles y los mando enterrar en el mismo cementerio donde estaba su padrino. Y en el silencio del velorio les agradeció a ambos que se quedaran callados y comprendieran que esta era la mejor vida para él. Les agradeció que le dieran esa oportunidad.
* * *
Te voy a dar una oportunidad, chamaco pendejo, le dijo al muchacho que no dejaba de llorar. Le regresó la pistola a ya fuera Fernando o Armando y le explicó al chico que si dejaba de hacer sus chingaderas de hacker, tratando de invadir los sistemas de su empresa, y aceptaba trabajar para él localizando y sacando de la red a otros pendejos como él, no le metería una bala entre los ojos y, además, le pagaría lo suficiente para tener resuelta la vida. ¿Cómo alguien podría rechazar semejante oferta?
* * *
Lo cierto es que, durante los meses de su encierro en su departamento, se enfermó del estómago varias veces, principalmente por ir probando todos los analgésicos que había comprado mientras corría las pruebas en todos los monitores de su departamento. Y tras cada fracaso regresaba a la computadora a programar de nuevo el código, puliendo imperfecciones, exaltando colores y formar, hasta que la relación entre las sustancias químicas de los analgésicos ingeridos y las reacciones bio-eléctricas del cerebro ante las imágenes proyectadas en video, estaban en perfecta sincronía. Y ese último día de su encierro, encriptó el códec final antes de ir a vomitar por última vez al baño y de hacer las llamadas a los viejos amigos y socios de su padre.
* * *
Hay cosas que nunca cambian. Otras sí. Los índices generales de violencia con motivo del narcomenudeo descendieron casi un 50 por ciento pues cualquiera podía comprar una caja de Paraxión perfectamente legal, con su fórmula activa ideal para calmar dolores de cabeza y cuerpo, y para reaccionar ante el bombardeo neural de imágenes transmitidas durante sus comerciales en Internet o por televisión digital, programados con el códec que Manuel guardaba celosamente en su computadora personal, protegido con firewalls, encriptaciones y todo tipo de seguridad concebible en esta era. La cual era necesaria pues ahora no tenía que tratar con carteles rivales, ejecuciones o con el ejército. Ahora debía lidiar con abogados, organizaciones civiles o hackers que han escuchado en la red rumores de su mítico códec y piensan que puede encontrarlo invadiendo sus sistemas y robarlo para usarlo en sus propias basuras de vlogs.
* * *
Manuel aceptó las disculpas del muchacho y se levantó para retirarse. Sonrió por la comisura de sus labios mientras el chico seguía agradeciéndole por perdonarle la vida. De repente Manuel giró y sacó su propia pistola de la funda bajo su saco. La sangre salpicó los pantalones del Güero y el muchacho gritó cayendo al suelo, sujetándose su pierna que empezaba a sangrar profusamente de la herida de baja, justo arriba de la rodilla.
Regresó al auto mientras ya fuera Armando o Fernando lo escoltaba, diciendo a los vecinos curiosos que regresaran a sus departamentos. Hay cosas que cambian, pensó Manuel mientras subía a su Audi.

Otras no, pensó mientras buscaba una servilleta en el gabinete del minibar para seguir limpiándose las manos.

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