"Esperando a que descienda el módulo lunar" |
EN EL MAR DE LA
TRANQUILIDAD
Ángel Zuare
Ambos lo estábamos esperando. Al
menos eso es lo que pienso. Los dos estábamos sentados, sencillamente
esperando.
Ella usaba un vestido de color
blanco y con encajes. Su cabello lo tenía sujeto con dos coletas de caballo y
usaba zapatos negros de charol, con calcetas que subían hasta su espinilla.
Permanecía sentada sobre la alfombra, sin prestarle atención a su muñeca y su
oso de peluche que estaban junto a sus pies. Su vista estaba fija en el
televisor a color y de quince pulgadas frente a ella. La luz del receptor iluminaba
su rostro de nueve años dándole un tono pálido y acentuando el color oscuro de
sus ojos y la línea de expresión que sus cejas marcaban sobre su frente.
Se llamaba Natalia y había pedido
permiso a sus padres para ver el alunizaje del Apolo 11, tal vez prometiéndoles
que guardaría silencio y se portaría bien. Tal vez había escuchado rumores en
la escuela o sus maestros les habían dicho que por nada del mundo podían perderse
este evento. Se había puesto su mejor vestido, se había peinado y arreglado el
cabello, de ella y de su muñeca y del ojo peluche, al que le había ajustado su
moño negro.
Puedo verte, le digo, pero sé que ella no me escucha. Camino
alrededor y me siento frente a ella, tratando de distraer su atención de la
pantalla al menos un segundo, para que me escuche por un instante. Tan sólo eso te pido. Por favor, por favor,
sólo escúchame… Por favor… Te traje hasta acá… Al menos podrías…
…
Apenas parpadea durante la
transmisión… Al menos eso imagino. También pienso que, en algún momento, alguno
de sus padres quedó tan impresionado por verla tan atenta al alunizaje
transmitido por televisión, que decidió ir por la cámara. Se tomó su tiempo
para preparar una exposición de aficionado casi perfecta y tomó la fotografía. ¿Acaso
volteaste entonces? ¿Le sonreíste a tu papá o a tu mamá o a quien fuera que
tomara la foto? ¿Seguiste viendo la transmisión o lograron distraerte lo
suficiente para empezar a jugar con tu muñeca y tu oso, perdiéndote las
inmortales palabras de Armstrong y sus primeros pasos sobre la superficie lunar?
¿Qué le platicaste al día siguiente a tus amigos, en la escuela? ¿Qué les
platicaste a tus pretendientes en la oscuridad, en la intimidad? ¿A tus hijos o
a tus nietos cuando verdaderamente te ponían atención? ¿Guardaste un recorte de
los periódicos sobre el evento? ¿Tu papá o tu abuelo lo hicieron? Porque no encontramos
nada en las cajas de papeles y recuerdos que iba heredando la familia, sólo tu
fotografía con un nombre trazado en manuscrita detrás, sobre el papel Kodak. Natalia.
La foto se maltrató y se perdió
con los años, pasando entre generaciones, pero cada una logró reproducirla,
retocar su color, digitalizarla, reestructurarla químicamente y mejorarla digitalmente.
Ahora ocupa un lugar especial sobre la chimenea de papá, junto a otros
antepasados notables: Aviadores civiles y militares, supervisores de tráfico
aéreo, ingenieros y físicos en aeronáutica, astronautas de varias agencias
internacionales y, en medio de todos, mamá jugando en el jardín conmigo y mis
hermanos. Yo tenía nueve años. Igual que tú… ¿Por qué no dices nada?
Cuando papá supo que yo, entre
cientos de prospectos, había sido elegido para la manutención de la estación de
comunicaciones en el Mar de la Tranquilidad,
abrió su botella de vino reservado para ocasiones especiales y brindamos en el
balcón de su estudio. Me regaló entonces la reproducción 3D de la foto de
Natalia, nuestra tatarabuela. La misma foto que ha impulsado a la familia durante
generaciones a ver más allá de las nubes y hacia la luna. Brindamos y seguimos
charlando durante horas, olvidándonos por un momento de los problemas de los
hombres y el mundo. Los conflictos internacionales con China dejaron de
importarnos, estábamos celebrando.
Quiero volver a celebrar, pero
nadie responde. Ni Martín, ni control de la misión… Ni siquiera tú, Natalia.
Camino sobre la superficie lunar
y alrededor de la proyección digital de la fotografía 3D, enfundado en mi traje
espacial mientas espero el alunizaje del módulo que se mandó automáticamente
hace una semana, con provisiones, herramientas y refacciones para seguir
manteniendo activo este viejo panal edificado sobre la Luna.
Extraño a Martín. En nuestras pláticas
diarias me pasaba los mensajes, felicitaciones en texto o multimedia, que le
hacían llegar mi familia y mis amigos. También me contaba que todo parecía ir
empeorando con los chinos, pero realmente no le prestaba mucha atención. Yo
estaba embelesado tocando a través de los guantes del traje el piso de la Luna mirando
el brillo azulado de la Tierra sobre mí cabeza. Nada parece haber cambiado,
pero las transmisiones cesaron repentinamente. Nadie en control de misión
respondía a mis llamadas y así ha sido desde entonces…
Aun así el aviso del envío
automático del módulo de provisiones llegó hace una semana y sin mayor novedad,
exceptuando un aviso de peso extra en la carga habitual, de la cual el sistema
no puede darme mayor información. Debe estar por llegar y ya llevó un par de
horas esperando aquí, en el Mar de la
Tranquilidad, la zona de aterrizaje designada, la misma donde alunizó el
Apolo Once en 1969. Llevo conmigo la foto de Natalia y me paseo frente a ella, buscando
llamar la atención de una figura muerta hasta que, sobre el cielo lunar, veo el
resplandor del módulo descendiendo lentamente hacia nosotros. Y espero otros
veinte minutos mientras los cohetes de propulsión aminoran su descenso. Llevó conmigo
la terminal portable de transmisión y sigo intentado comunicarme con Martín, en
control de misión. Sigo recibiendo solamente estática.
El módulo toca tierra y sus
cohetes se detienen. Sigo sentado atrás de Natalia, con nuestros ojos fijos a
través de la reproducción en 3D de su viejo televisor a color, a través del
cual podemos ver el módulo de provisiones, en espera de que me acerque a
introducir mi código para abrirlo.
Estática desde control de misión.
Estática en toda la Tierra, pero desde aquí no parece haber cambiado en nada.
Ambos seguimos sentados,
esperando en el Mar de la Tranquilidad.
Esperando a que la pantalla del televisor de bulbos cambie; a que la estática de
la transmisión con la Tierra formule una voz coherente; a que el sistema me
informe sobre el peso extra dentro del módulo; o hasta que este se abra solo a
causa de los golpes que se escuchan desde el interior…
Sólo esperamos…
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