Asistente de una celebridad |
FUERA DE REGISTRO
Ángel Zuare
Siempre que viene a México, por
trabajo o de vacaciones, me llama para que trabaje como su asistente durante el
tiempo que esté aquí. Ahora fue por trabajo y eso es bueno. Trae la cabeza
puesta en otras cosas que cuando está de vacaciones con su esposa y la niña.
Cuando trabaja anda de arriba
para abajo atendiendo juntas, a los medios, en los eventos masivos, manteniendo
su imagen y sonrisa de galán y hombre de éxito mientras yo ando tras él
llevándole el café o el agua que quiera, asegurándome que la lavandería del hotel
tendrá su ropa a tiempo y que el restaurante no le prepare nada que no pueda
comer, y cada vez hay un nuevo alimento prohibido en su lista.
A veces tengo que traducir cuando
lo entrevistan y si las preguntas lo enojan empieza a hablar demasiado rápido
para acabar pronto, mirándome como si esperara que yo tradujera igual. Me
entrega los dos teléfonos que usa, indicándome que llamadas debo pasarle,
cuales debo atender yo y a quienes debo ignorar. Si supieran a quienes he
tenido que colgar, no lo creerían.
Durante ese tiempo desaparezco de
mi propia vida y me vuelvo su sombra. Supongo que eso es obvio. Nadie sabe mi
nombre, se refieren a mí como su asistente, su encargado, su traductor, su
chofer o secretario.
No te lo imaginas ebrio. Cuando
el trabajo termina siempre quiere que lo lleve a divertirse, a tomar algo. Y
sabe que conozco lugares donde estará seguro. Él y su imagen. Yo jamás podría
pagarme esos lugares, pero con los números de sus tarjetas sólo tengo que hacer
unas llamadas. No es un ebrio insoportable, al contrario. Continúa siendo
carismático y sonriendo ante las cámaras de celular cuando le piden una foto o las
chicas más aventadas le piden un beso en la mejilla. Es un pinche encanto.
El problema es cuando lo regreso
a su hotel. Siempre insiste en que me quede. Ahí se pierde todo el encanto,
¿sabes? De los posters y películas no queda nada, sólo su aliento alcoholizado
que me deja impregnado en todo el cuerpo y su sudor, que huele todavía más
extraño. Supongo que por todas las porquerías que se inyecta o come. Me deja marcas
rojas en el culo pues le encanta dar nalgadas hasta que casi me deja sin piel.
Y si te niegas o le quitas la mano te empuja el rostro contra la almohada hasta
casi ahogarte.
Todo sigue así hasta que
finalmente se viene y cae dormido, roncando como motor descompuesto. Y yo tengo
que arreglarme y salir antes que despierte, pues le molesta mucho si me ve en
la misma habitación por la mañana. En el desayuno actúa como si nada hubiera
pasado, pero si le cierran algún almacén o tienda para comprarse ropa, tengo
que estarlo viendo cambiarse, desnudarse y volverse a vestir, mirándome a
través de los espejos y recordándome con sus ojos que tampoco tendré libre esa
noche.
¿Crees que eso es malo? Lo
prefiero a sus vacaciones. Tengo que reservarle boletos de avión, habitaciones
de hotel, siempre dos, atracciones y organizarle el itinerario, antes de que yo
viaje al mismo destino que él, pues hay que estar atento a lo que necesite él,
su esposa o su hija.
Lo peor en esos casos es guardar
la distancia. Siempre atrás de él, viéndolo en la playa o en alberca, con su
traje de baño ajustado, besando a su mujer y cargado a su hija. Tengo que verlos
entrar en habitaciones distintas antes de regresar a mi propio hotel, más
sencillo, pues ni siquiera me quiere en el mismo edificio. Creo que esas son
las mejores actuaciones que ofrece, porque ni siquiera es tan bueno. Si no
fuera por el valor como imagen pública que tiene con su iglesia, sería un actor
mediocre más... O tal vez uno mejor, por aquello de la adversidad.
¿Crees que guardo la esperanza o idea
de que un día cambie? ¿De que salga del closet y que descubra que realmente a
nadie le interesa su secreto a voces? ¿Sabes la cantidad de contratos y acuerdos
de confidencialidad que he tenido que firmar para mantener este trabajo? No
espero nada y no me molesta en absoluto, el dinero es lo bastante bueno como
para mantener todas las fachadas que él quiera. Lo malo es que, cuando los
tragos se le cruzan y lo invade la inseguridad, afianza los términos de nuestro
contrato con algunas amenazas verbales y un par de golpes. De ahí este moretón
que vez aquí. Me lo dejó ayer, horas antes de volar de regreso a Los Ángeles,
cuando se me ocurrió pedirle que me dejara bañarme en su ducha antes de
retirarme del cuarto. Hacía mucho calor y el olor...
...
A veces le hablo a su mujer o
chateamos por Internet. Es un encanto de chica. Tenía mucho futuro como actriz antes
de convertirse en esposa alquilada, yo supongo. Y no dudo que ella lo sepa. A
veces, cuando hablamos, siento que cada uno experimente pena por el otro. Pero
más lo lamento por la niña. ¿Saben que ya escogió a qué internado la mandará
cuando cumpla seis años? No, realmente no espero nada...
…
Entonces, todo esto que hemos
hablado, queda fuera de registro, ¿verdad?
-Sí. Fuera de registro- mentí. Él
sonrió y, con su propia mano, apagó la grabadora.
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