Persona, lugar o cosa: El Sol |
INTI Y HELIOS EN EL
ORTO
Ángel Zuare
En el video puede verse como
ambos dioses descienden sobre la playa, mientras el sol empieza a asomarse por
el horizonte. Siendo yo el único que se quedó despierto luego de que las
cervezas, la mota y el sexo derribaron a los demás, pude verlos perfectamente.
Fueron llegaron dos esferas brillantes bajando del cielo sobre nosotros, lo
suficientemente lento como para darme tiempo de sacar mi celular y encender la
cámara.
Las esferas tomaron formas
humanoides gigantes cuando pisaron tierra. El primero fue Inti, con su
imponente presencia y su piel imposible de asegurar si se trataba de granito
puro o una armadura de roca. De su rostro, cubierto con una máscara de
expresión afable, brotaba el fulgor de los rayos solares. Por su parte, Helios resaltaba
por su delicada belleza, coronada por una brillante aureola mientras tras sus
ojos se fijaban en el horizonte y sobre el sol que continuaba emergiendo
lentamente.
Caminaron hacia la playa sin
reparar en mí presencia ni en mi Handycam
HD. Yo permanecí sentado y grabándolos mientras ellos dejaban que sus pies
se bañaran en el agua. Se sentaron sobre la arena y empezaron a hablar en
idiomas que no entendí. Tal vez uno era quechua. Quizá griego antiguo el otro.
Permanecieron así durante varios minutos, hasta que la base del sol se separó
de la línea del horizonte y sus rayos bañando toda la playa. Ambos se pusieron
de pie y primero Helios levantó su mano. Entonces cuatro destellos brotaron del
sol naciente y, siguiendo el movimiento del brazo de Hélios, pasaron sobre
nosotros, sobre la playa y más allá. Entonces Inti levantó sus brazos y los
rayos alrededor de su rostro enmascarado brillaron con más fulgor, mientras el
sol de la mañana empezaba a brillar con similar intensidad, cubriendo de
calidez toda la arena y el aire de la playa.
Y en un parpadeo de mi parte,
ambos se convirtieron de nuevo en esferas brillantes y se elevaron para luego
perderse en diferentes direcciones del firmamento, sin darme tiempo de decidir
a quién seguir con la cámara.
No desperté a nadie. Esperé a que
el sol de esa mañana levantara a todos sufriendo dolores de cabeza o nauseas
repentinas. Y después de desayunar, mientras fumaba mi segundo churro de ese
día, les conté lo que había visto y dejé que vieran lo que había grabado en la
cámara. Pero lo único que ellos vieron fueron reflejos solares por haber
grabado directamente hacia el sol. Me devolvieron la cámara mientras se morían
de risa y me recomendaba que no volviera a hacer eso pues podría dañar el
lente.
Supongo que no todo fue pérdida.
De la experiencia aprendí que ni siquiera a los dioses hay que filmar o fotografiar
a contraluz.
(en otro lado del
mundo)
FLEGONTE, AETÓN,
PIROIS Y ÉOO EN EL ORTO
Después de levantar el sol esa
mañana y como cada día, los cuatro corceles de Helios lanzaron una última
bocanada de fuego y descendieron sobre pradera para alimentarse pastando, mientras
el día transcurría. Comieron hasta hartarse de un pasto tan verde y fresco como
no habían probado en décadas. Luego retozaron y relincharon gustosos durante
horas.
De repente, cuando una niña
apareció en la pradera y quiso acercarse a ellos, los cuatro se comportaron
como sabían que debían portarse los caballos normales. De repente la niña se
detuvo cuando se escuchó el grito de su madre, angustiada por creer que la niña
se había perdido. Casi arrastrándola la regresó al auto de donde habían bajado.
Al atardecer los cuatro corceles
levantaron el vuelo y tomaron al sol entre sus crines para regresarlo al fondo
del horizonte. Pero el día dejó algo más para los cuatro caballos. El
conocimiento de que nunca hay que descansar tan cerca de una carretera. Ni
siquiera por el pasto más verde.
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