lunes, 25 de marzo de 2013

Middle Age Freak: Amor es… Geek



 Publicado originalmente en Reino Geek (15 de febrero 2011)

Con un poco de retraso me encuentro escribiendo sobre un tema en el que me considero inexperto: el amor, y en particular el amor geek. Pero confesarme como una persona sin experiencia en el tópico, no significa que sea totalmente ignorante del mismo, o lo que es peor; un escéptico, un no-creyente. Porque el amor geek existe y he sido testigo de él en más de una ocasión.

Para generaciones anteriores a la nuestra (aquellos que tenemos más de 30 años de edad), el madurar como personas implicaba un proceso de transformación que podría incluir tres factores importantes y auto-impuestos en la mayoría de los casos: Conseguir un trabajo bien remunerado, casarse con la persona adecuada y hacer a un lado todas las actividades consideradas infantiles, incluyendo los juegos y sus juguetes, deportes, comics, literatura de géneros fantásticos y a los compañeros de aficiones.


Considerando esto, aquel que se aferrara a sus juegos y gustos, nuestro geek promedio, era considerado un caso extraordinario que nunca podría encontrar el afecto de una relación romántica genuina, dada su resistencia a madurar bajo dichos parámetros convencionales. Sus únicos consuelos serían aquellos limitados o impuestos por sus propias aficiones, figuras bidimensionales con carencia de libre albedrío. Hay que ser sinceros; las sociedades contemporáneas han funcionado durante décadas bajo estas ideas, alguna razón habrá.

Pero entonces es cuando me sorprendo y maravillo al descubrir esas contadas excepciones que van a comprar juntos sus historietas a las tiendas de comics; que juegan videojuegos cada uno empleando su respectivo gamer tag de usuario; que van a las convenciones disfrazados como alguna pareja de animación japonesa, o al menos luciendo vistosas playeras de Star Wars; o que hacen fila en pareja durante horas para comprar sus boletos para la nueva película de Batman o el concierto de The Pillows.

Cuando su relación se formaliza se viven otras experiencias, como el compartir la angustia mutua que nace de la idea de comprar una despensa completa o el tomo absoluto de la obra de Tolkien o la edición especial de Halo, aun sabiendo que la despensa siempre gana; y cuando ya son padres entonces tienen una larga plática con sus hijos sobre cuales son los juguetes para ellos y cuales los de sus padres, y por qué no los deben tocar, por más bonitos que sean. Sus peleas o discusiones menores se resuelven con argumentos de Bradbury, Kevin Smith o incluso Lovecraft, juegos de mesa, boliche en pareja o, si no hay más remedio, con un duelo de box vía Kinect o Wii.

Que el mundo siga girando a su manera convencional, no me opongo a eso. Sólo espero seguir viendo a estas singulares ruedas seguir dando sus vueltas, por más cuadradas que unos las vean.

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