Te enteras, a través de las noticias, que tu mejor amigo está en la cárcel de por vida. |
PARAXIÓN (GENÉRICO)
Ángel Zuare
-Si no funciona, podemos robar un
banco.
Recuerdo que ambos sonreímos un
poco cuando Manuel sugirió eso. ¿Y cómo no hacerlo si sólo había cuatro bancos
en un pueblo donde todos nos conocían desde chamacos? Entiendo que él tratara
de animarme, pero no le resultaba fácil. Mi papá había fallecido hace pocas semanas
y no teníamos dinero luego de pagar el entierro. Por eso me vi en la necesidad
de abandonar la escuela estando a un semestre de graduarme del bachiller. En
general me sentía muy mal y Manuel había pasado varias tardes conmigo, tratando
de levantarme el ánimo.
Curioso que esto sea lo que más
recuerdo de él. Y eso que lo conocía desde que éramos niños. Jugábamos en el
patio de la escuela, molestábamos a otros niños y en general nos metíamos en
broncas, nada fuera de lo normal. Molestábamos a las niñas, robábamos fruta del
mercado y seguíamos mucho a la persona que, años más tarde, se convertiría en
su padrino.
Recuerdo haberle dicho varias
veces a Manuel que estaba loco por molestar tanto a alguien que se paseaba por
el pueblo ufanado por su fama de narcotraficante y con las pistolas en la
cintura, pero nunca me hizo caso. Lo seguía hasta la plaza del pueblo cuando
había fiesta; lo esperaba en la entrada de la cantina hasta verlo salir y lo
seguía a pie cuando él iba montado en su caballo hacia las carreras que
organizaban las rancherías cada mes, y siempre pidiéndole lo mismo: que le
dejara disparar una de sus pistolas, al menos una vez.
Una tarde no llegó a jugar
conmigo y con el gordo Gustavo, otro compañero de la escuela, pero esa noche
tocó a la ventana de mi cuarto para despertarme
y me contó que, finalmente, luego de pedírselo por enésima vez, le había
permitido usar la pistola calibre 38 sobre la grava de un terreno baldío. Estaba
tan impresionado por eso que, luego de contármelo detalladamente esa noche,
siguió hablando de ello en la escuela durante varias semanas.
Y sí, años después, un mes luego
que Manuel buscara animarme con su idea de robar un banco, se convirtió en el
ahijado del narco más influyente de la región.
* * *
Me enteré de lo que pasó con
Manuel de la misma forma en como lo hizo todo el país: viendo la noticia por
televisión, en el noticiero de la noche. Debe
ser otro Manuel, recuerdo que pensé entonces, pero la noticia mencionaba
también el analgésico Paraxión, producto
con el cual yo tenía muy asociado a Manuel entonces. ¿Y cómo no?, pues fue el
que lo hizo millonario, independientemente si el fármaco era intencionalmente
adictivo o no. Finalmente vi que sí se trataba de él y, al parecer, una de las
decenas de acusaciones sobre él había generado una orden de aprensión y hubo un
tiroteo a la hora de ejecutarla. Tres sicarios de Manuel habían muerto y él… Pues
él había matado a un policía.
* * *
La última vez que lo vi antes del
arresto fue hace diez años. En el funeral de su madre, quien había fallecido
tan sólo un año después de que lo hiciera su padre. Luego del velorio y el
entierro (Manuel había permanecido muy silencioso durante ambos), hubo fiesta
en la casa que les había mandado construir, en uno de los terrenos que había
loteado Gustavo. No era falta de respeto, así éramos en el pueblo. Después de
presentar nuestros solemnes respetos al que se fue, los demás celebramos que seguimos
aquí.
Fue toda una sorpresa ver a
Manuel luego de tantos años en los que se fue a estudiar a la capital,
auspiciado por su padrino quien, por fortuna para unos o desgracia para otros,
no vivió lo suficiente para ver a su ahijado convertido en ingeniero de
sistemas, usando un traje sin corbata, zapatos de marca y conduciendo una buena
camioneta. Nos presumió que el primer producto que había lanzado como empresario
farmacéutico, el Paraxión, ya era el
número uno en el mercado. Nadie quiso preguntarle sobre los rumores o las
noticias que salían por televisión.
Luego de marcharse los deudos, el
resto de la tarde y la noche Manuel, Gustavo y yo la pasamos bebiendo hasta
embriagarnos sobre la azotea de la casa, riendo como idiotas sobre lo gordo que
nos habíamos puesto (menos Gustavo, le había entrado con ganas al fútbol
llanero), presumiendo las viejas que teníamos (tuve que inventarme un par) y
recordando todas nuestras babosadas.
A la mañana siguiente Manuel se
curó la cruda lo mejor que pudo y se marchó sin despedirse. Tenía una junta con
los socios de su padrino, en el rancho que este le había heredado y donde lo
habían acribillado al intentar aprenderlo, hace unos años.
* * *
Creo que lo más difícil fue hacerme
el desentendido cuando crecieron los rumores sobre Manuel y el Paraxión, al presentarse en televisión
los primeros casos de adicción severa, crímenes relacionados con el consumo del
narcótico y los casos de suicidio o muerte durante los procesos de desintoxicación.
Nunca faltaba alguien que, a cambio de unas cervezas o una comida, me pedía que
le confiara lo que supiera del Paraxión
o de Manuel. Después de todo, ¿qué no era yo su mejor amigo? Pero aunque
quisiera comunicarme con él, sus números telefónicos y dirección de correo
electrónico los había cambiado desde hace meses.
* * *
Pues sí, también me duele la
cabeza como a todos de vez en cuando, así que probé el Paraxión un par de ocasiones y nunca sufrí los síntomas de adicción
que todos profesaban. Pero algunos otros en el pueblo sí los sufrieron. Muchachos
y adultos, hombres y mujeres que se habían vuelto adictos al Paraxión. Algunos terminaron
hospitalizados y Joaquín, el hijo mayor de Gustavo, se estrelló en su auto
luego de salir de una fiesta, donde se había puesto mal luego de tomarse un
Paraxión para controlar un ligero dolor de cabeza y antes de sentarse a ver
videos con sus amigos en su teléfono.
Y como el brazo de Gustavo no
alcanzaba a Manuel, buscó algo más cercano. Intentó recriminarme y armarme
pleito por lo de su hijo, así que hice lo que consideré correcto entonces, para
callarlo a él y a todos los que susurraban a mis espaldas. Me fui a golpes
sobre Gustavo cuando me puso el primer dedo encima. Le destrocé la cara y le
rompí una costilla de una patada, no me detuve hasta que ya no pudo levantarse
del suelo, sollozando más por recuerdo de su hijo muerto que por el dolor de la
golpiza que le había colocado, más para defenderme a mí mismo que para proteger
la honra de quien todos decían era mi mejor amigo. Me alejé sin dirigirle la
palabra a nadie y ninguno volvió a insinuar estupideces así en mi presencia, ni
frente a mi mujer o a mis hijos. Aunque eso significara que pocos nos hablaran
desde entonces.
* * *
Cuando supe que Manuel iba a ser
trasladado al reclusorio le pedí a mi hijo mayor que me llevara a la ciudad. Él
se negó alegando que no querían que me vincularan con un criminal, así que, una
noche, tomé su auto sin permiso y emprendí las casi cinco horas de viaje en
carretera. Llegué a la ciudad por la madrugada y dormí un par de horas dentro
del coche, antes de desayunar frugalmente un pan con café y preguntar direcciones
hacia el reclusorio.
Y llegando ahí pasé otra hora, sentado
frente al volante y preguntándome si debía entrar, imaginando que tal vez no me
dejarían verlo o quizá Manuel no se acordaría de mí o no querría ver a nadie,
por iniciativa propia o recomendación de sus abogados, quienes sin duda serían
sus amigos más útiles ahora. Y si me marchaba ahorita regresaría al pueblo antes
de cenar, me disculparía con mi hijo regresándole sus llaves y reconocería que
él tenía la razón y que yo estaba mal. Yo siempre estaba mal.
¡A la chingada!, pensé mientras bajaba del auto.
* * *
Todavía estaba regordete, pero
había bajado mucho de peso. Se le veía demacrado, pero no parecía cansado. Tal
vez era la impresión que me daba el uniforme del reclusorio. Hablamos secamente
durante una hora. Me contó que se encontraba razonablemente cómodo encerrado
con otros criminales de cuello blanco y sus abogados apelarían cada prueba que
presentaron en el juicio, esperando reducir su sentencia un par de años,
aunque, al parecer, existían suficientes para encerrarlo el resto de su vida.
Por mi parte no le mencioné la situación de Gustavo y solamente le platiqué que
mi mujer y los muchachos estábamos bien, a secas.
-Pero tú, ¿cómo te ha ido? ¿Cómo
has estado? ¿Qué has hecho en este tiempo?- me preguntó Manuel, visiblemente indiferente.
-¿Yo?, nada especial… Asalté un
banco.
Manuel levantó su mirada hacia mí,
arqueó una ceja encanecida y, lentamente, empezó a reír. Su risa fue cada vez
más fuerte y sonora hasta que, finalmente, yo empecé a reír también. Por el
escándalo que hacíamos, los guardias se asomaron para ver qué pasaba, encontrándonos
a ambos riendo sin control y a carcajadas sobre la mesa, mientras las lágrimas
nos resbalaban por las mejillas.
* * *
No hay comentarios.:
Publicar un comentario