martes, 29 de julio de 2014

Los Otros 52, 50aSemana. "Veinte Minutos".

Tres cosas ocurren al mismo tiempo

VEINTE MINUTOS

Ángel Zuare

Aproximadamente a las tres de la tarde Marco se recargó en el respaldo de su silla, dentro de su estudio montado en una de las recámaras de su departamento. No evitó sentirse satisfecho mientras pasaba en la pantalla las últimas revisiones del video que había estado editando desde hace una semana. Luego, tras asegurarse que todo estaba bien, preparó los settings del programa para  efectuar un renderizado final con una resolución de Full HD.

Considerando la cantidad de transiciones, capas, filtros y efectos visuales en el archivo de edición, al programa le tomaría veinte minutos crear un archivo de video de quince. A Marco no lo molestó realmente la espera, pues todavía se acordaba cuando tenía que realizar este tipo de trabajos en una computadora sin tarjeta de video. En ese caso, un renderizado como este tomaría casi dos horas tenerlo listo. Yo te consigo la tarjeta de video, para que edites de verdad, mano, le había dicho Alberto en alguna ocasión, pero nunca le consiguió la tarjeta.

Marco dejó que la computadora trabajara y se levantó para ir al refrigerador, de donde tomó una cerveza. Regresando al estudio, rodó su silla hasta la ventana que daba al parque, frente al edificio de departamentos donde vivía. Empezó a tomar la cerveza en pequeños sorbos mientras su mirada se fijaba en una de las esquinas más retiradas del parque.


*   *   *

En ese momento, dos pisos arriba, la chapa de una puerta cedió ante la fuerza de un par de brazos empujando una barreta, mientras alguien más vigilaba la escalera por si subía alguien y otro permanecía atento a los sonidos del ascensor. Luego de abrir la puerta, los tres entraron rápidamente y en silencio, cerrando la puerta y apoyando una mochila contra la misma, para que no se abriera sola. Josué, aún con la barreta en las manos, dio las indicaciones para que uno de los hombres fuera al cuarto de los niños, mientras otro saqueaba el centro de entretenimiento de la sala. Él, por su parte, se dirigió a la recámara, donde sacó el alhajero oculto tras la cómoda, las tarjetas de crédito escondidas en el cajón de ropa interior y el dinero suelto para emergencias, dentro de los zapatos más polvosos que hubiera en el armario, tal como se lo habían indicado.

Juntaron sobre la mesa del comedor todo objeto de valor que pudieran cargar: dinero, joyas, celulares y dispositivos portátiles en desuso, consolas de videojuegos, discos Dvd y Blu ray, las tarjetas de crédito y otros documentos de valor. Josué repasó en su cabeza la lista que había memorizado y fue eliminando cada una conforme las veía en la mesa.

Entonces resonó el teléfono en la sala.

*   *   *

Un piso arriba, la albóndiga de pollo tomó otro camino y se desvió hacia el esófago. Don Pablo abrió sus ojos desesperadamente al darse cuenta que no podía respirar, sintiendo la bola de carne atorada en su garganta. Se puso de pie y su primer instinto fue expulsar la carne sacando el aire tanto como pudiera, forzando los músculos de su garganta. Pero sólo consiguió quedarse sin aíre más rápidamente. Avanzó hacia el teléfono y de inmediato dejó caer la bocina. ¿A quién iba a llamar? ¿Al número de emergencias para que se dieran cuenta que no podía emitir ningún sonido? ¿O al celular de Ramiro para que viniera a ayudarlo desde su oficina, en el centro de la ciudad, en menos de cinco minutos?

Se golpeó fuertemente la boca del estómago con el puño cerrado. Desesperado y al ver que no funcionaba, se lanzó de espaldas contra la pared, esperando que eso arrojara la comida atorada en su garganta. Cuando sintió que ya no quedaba aire en sus pulmones se arrojó sobre la mesa, buscando las llaves del departamento.

*   *   *

Un piso abajo, Marta hizo un recuento mental de esta tarde y, en general, del casi un año que tuvo que esperar para tener a Javier desnudo y sobre su cama. Y estando tan avanzado el proyecto no le importó que, para aceptar tener sexo con ella, tuviera que complacerle algunos caprichos. Así que, un par de horas antes, Javier la instruyó lo mejor que pudo, mostrándole el tono de voz con que debía dirigirse a él, cómo debía cerrar las esposas para que no lo lastimaran demasiado y como hacer un nudo que no se cerrara solo o cortara la circulación de sus muñecas o tobillos, así como la fuerza que debía imprimirle a sus golpes con el látigo de imitación de piel.

Luego Marta se tomó media hora para colocarse el ceñido traje de piel, pero valió la pena por ver a Javier sonreír y relamerse los labios, antes de empezar a disculparse con ella diciéndole que había sido malo y merecía ser castigada. Martha, con la suela de su zapatilla de tacón de aguja, lo empujó sobre la cama antes de tomar la capucha de piel, sin abertura para los ojos, y ponérsela bruscamente en la cabeza, obligándole luego a meterse en la boca una mordaza de correa.

Y luego, como él mismo le había sugerido, se dejó llevar.

*   *   *

Marco dejó la cerveza a un lado y se entretuvo unos minutos doblando un avión de papel, dando ocasionales miradas rápidas a la pantalla de la computadora, donde la barra de progreso pasaba los diez, veinte, treinta y cinco, cincuenta por ciento del proyecto completado. Y debajo de esa barra, la pantalla de la vista previa mostraba un fragmento congelado del video. Era la fiesta del décimo cumpleaños de Alberto, donde él jugaba con una enorme pelota de plástico con estrellas a lo largo de toda su superficie. Marco se entretuvo un momento observando como la vista previa del video corría lentamente, deteniéndose cada cinco o diez segundos, mientras sus dedos pasaban por el mismo doblez del papel más de una vez.

El teléfono celular sobre su escritorio y junto a la botella de cerveza, empezó a vibrar. Rodó sobre la silla hasta llegar a él y respondió la llamada.

*   *   *

-¿Ya terminaron?- dijo la voz al otro lado de la línea.

-¡Eres un pendejo!- dijo Josué, apretando la barreta entre su puño izquierdo. Los otros dos hombres volvieron a su labor de acomodar lo que habían juntado sobre la mesa dentro de las mochilas y petacas que llevaban. -¡¿Por qué llamas?, no debes hacerlo, imbécil!

-No respondes el celu…

-¡¡Claro que no lo voy a responder, idiota!! ¡Cuelga ya!

-Quería saber si…

-Tenemos todo lo de la pinche lista y lo guardaremos tal y como acordamos. Nosotros te buscamos en el tiempo que dijimos, y hasta entonces ni me hables, ¿entiendes?

Sin esperar respuesta Josué colgó la bocina de golpe. Cuando todas las cosas ya estaban guardadas en las maletas, le indicó a sus compañeros que ahora debían desordenar todas las habitaciones; dejar caer libros al piso, vaciar cajones de ropa, deshacer el orden en cada alacena, cajón, librero o armario.
-¿Y si a tu amigo no le pagan los del seguro?- le preguntó uno de los hombres a Josué, mientras se echaba una mochila al hombro.

-Nos quedamos con todo- respondió él. –Vámonos ya.

*   *   *

Las llaves rodaron bajo del sofá y don Pablo se arrojó desesperadamente para buscarlas con el brazo, sacando nada más polvo acumulado de varias semanas y monedas perdidas, pero no las llaves. Hizo un esfuerzo para levantarse y correr hacia la puerta, intentando abrirla, pero no tenía caso, había corrido el seguro cuando regresó del mercado, antes de ponerse a cocinar las albóndigas de pollo de las que tenía antojo desde hace varios días. Agitó la perilla desesperadamente y golpeó la puerta cuando escuchó pasos de varias personas que bajaban rápidamente por las escaleras.

Empezó a sollozar por la falta de aire y las piernas se le doblaron mientras su mirada se nublaba. Antes de perder el sentido con los ojos abiertos, escuchó como el timbre del teléfono repicó dos veces antes de activarse la contestadora, reconociendo en el altavoz la voz de Ramiro.

-Hola, papá… Escucha… Perdón por lo de la mañana, no quise gritarte así. Pero a veces…

*   *   *

Marta se dejó llevar por la sensación de la piel sobre su cuerpo, el silbido del látigo en el aire y los gemidos placenteros de su amante, mientras retorcía sus brazos y piernas atadas a cada extremidad de la cama. Agitó el látigo con más fuerza mientras montaba el torso de Javier, estremeciéndose con la sensación de la piel contra el cuerpo sudoroso y desnudo del hombre. Jugó con él obstruyéndole la nariz más de una vez, hasta que se agitaba frenéticamente en busca de aire, dejándolo respirar sólo un par de segundos antes de hacerlo de nuevo. Lo estimuló de maneras que Marta nunca imaginó que existieran y, gozando ese control, lo obligó a mantener la erección todo el tiempo necesario para que, finalmente, ambos tuvieran un orgasmo casi sincronizado y perfecto.

Sobre la cómoda de la habitación, donde Javier había dejado sus objetos personales, el teléfono celular avisó de la llegada de un mensaje de texto. Mientras Martha se limpiaba no pudo evitar dar un vistazo a la brillante pantalla del celular. Aún atado a las esquinas de la cama y con la capucha y la mordaza puestas, Javier hizo marcados gestos con la cabeza para saber qué decía el mensaje.

-Es tu esposa- respondió Marta, con una voz sumisa y apagada, en comparación a la que tenía hace unos minutos. Su mirada se distrajo un momento por el vuelo de un avión de papel que, desde un piso arriba de ella, Iba descendiendo lentamente hacia el parque, frente al edificio.

¿Y ahora qué quiere la pe…?, pensó Javier un momento, antes de distraerse e inquietarse con el sonido de los tacones saliendo de la habitación y de la puerta al cerrarse.

*   *   *

-Sí, ya casi tengo listo el video de Alberto- comentó Marco, sosteniendo el celular en una mano y el avión de papel en la otra. -No, no hace falta que nos veamos. Lo subiré al Dropbox y te mando el vínculo para que lo descargues… Es que no iré a la misa ni a la reunión… Porque no quiero, ya lo había dicho… Realmente no me importa si ha sido difícil para todos o que ya pasara un año… Tú no estabas ahí y yo sí… Lo vi todo… No prometo nada, ¿vale?.. Sí, usé casi todo lo que me enviaron, a sus padres les gustará… Luego nos vemos… Estaré bien… Cuídense.

La pantalla de la computadora anunció el cien por ciento de trabajo completado. Dejó el celular y apuro el último trago de su cerveza, antes de lanzar el avión de papel por la ventana,  sin voltear a ver a donde lo llevaba el viento o quien lo veía pasar en su libre vuelo sobre los árboles del parque, sobre los niños jugando o sobre tres personas que subían mochilas y petacas a un auto con premura.


El avión dio una vuelta más y aterrizó en una esquina del parque, junto a una jardinera donde, hace justamente un año, se había incrustado con bastante ceremonia y solemnidad una cruz blanca.

*   *   *

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