Realmente no lo dudo tanto ni tengo mucho que
considerar al respecto. Cada ocasión que, en línea o sobre la mesa de café, se
habla de superhéroes Marvel, DC, Image
o de cualquier otro universo de cómics, y surge la pregunta acerca de nuestro personaje
favorito, muchos enlistan a los más longevos, respetados, populares o
protagonistas de la película del momento.
En cambio, mi héroe de historieta favorito, desde que
tengo memoria, ha sido Punisher. Y
es algo más que un gusto adquirido o una adoración instantánea. Ha sido más un
encanto constante y discreto que siempre se hacía presente cuando leía los
viejos ejemplares del Hombre Araña
de mi papá, publicado entonces por Novedades,
y donde el justiciero-vigilante realizaba alguna aparición especial como
antagonista o aliado renuente del arácnido, nunca opacando totalmente al Hombre
Araña, pero sí imponiendo su presencia y sus acciones en cada panel donde
apareciera.
Eventualmente conocí sus primeras miniseries y títulos regulares como protagonista, quedando cada vez más prendado al personaje, a su naturaleza y su personalidad. Sin descartar que Frank Castle fue un precursor en la integración y aceptación del concepto del antihéroe en el gusto del aficionado de comics promedio, pienso que mi principal interés sobre este personaje radica en su alto factor de verosimilitud y probabilidad.
Siendo muy diferente a las creaciones propias de una
ciencia ficción altamente especulativa, un heredero de la literatura pulp o un héroe de guerra propagandista
resucitado de otros tiempos, Punisher,
un ex militar destacado y poseedor del conocimiento táctico de combate y armas
correspondiente a su formación, refleja también los elementos urbanos de la
guerra criminal, los barrios populares, la delincuencia descontrolada, la
mortalidad brutal y poco dignificada de las armas de fuego y el valor de la
inocencia y seguridad por encima de todo lo anterior. Tal vez yo visualizo a Frank Castle como un héroe más profundo
y significativo que la mayoría de sus similares. Un héroe, realista, solitario
y enfrentando una batalla de antemano perdida.
¿Cómo no quedar fascinado con un personaje así? Que
recurriendo a su experiencia de combate decide tomar la ley entre sus manos y
administrar un ideal de justicia absoluto y mortal contra los criminales.
Desapareciendo luego bajo la oscuridad y el silencio de los pocos testigos de
sus actos, que ven en este justiciero y vengador la respuesta elemental a los
males que acongojan las zonas urbanas. El anticuerpo inevitable que frena a una
enfermedad que, poco a poco, va desgastándolo todo. La respuesta a una plegaria
por una incapacidad social y que, con el tiempo, se convierte en una figura
adorada por el pueblo, impulsado por el amarillismo de los periódicos de cinco
pesos. Un héroe, finalmente.
Eso puede ser bastante bueno, pero últimamente no dejo
de pensar en otra característica de este personaje que también encuentro fascinante.
Y es el hecho de que Punisher está
loco.
Si, realmente loco, como la mayoría de sus semejantes.
Porque aunque intervengan las mejores intenciones por el bien de la comunidad,
uniformarse bajo un símbolo, figurativa o literalmente -con mallas o ropa de
combate urbano-, y salir a ejercer justicia no es exactamente un símbolo de
cordura. Pero siempre habrá elementos que ayuden a que Frank Castle se mantenga relativamente a salvo: Un séquito de
escritores y dibujantes, dirigidos por administradores corporativos, que se
encargaran no solamente de que las amenazas nunca lo sobrepasen realmente, sino
que también evitarán que cometa un error, que cruce la línea y quienes
controlarán todas las balas que dispare o reciba.
Porque, en la vida real y para perder el control, sólo
hace falta un error, una reacción lenta o equivocada, una comunidad criminal altamente
vengativa y dispuesta a escalar sus niveles de peligrosidad, o una bala perdida…
No recuerdo alguna historia de Punisher
centrada alrededor de una bala perdida.
Pero sigue siendo mi héroe favorito. Definitivamente.
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