Detesto
la lluvia, no es un secreto para muchos. Pero debo aclarar que no la odio como
tal, no. El problema es que no encuentro nada más molesto que una tarde que se
complica a consecuencia de un aguacero inesperado e impetuoso: el tráfico se
alenta, el clima recrudece por el frío y si estás por la calle, sin paraguas,
sólo puedes guarecerte o tolerar la ropa empapada y el cabello escurriendo. Y
si hablamos de tormenta eléctrica, el riesgo de cortes de energía aumenta
considerablemente. Además, si tomamos en serio a la meteoropatía, las nubladas
tardes de lluvia traen consigo la pereza, depresión o ansiedad.
Muchos
defenderán su postura de que les gusta mucho ver y sentir la lluvia, pero estoy
seguro que hasta el romántico más empedernido se protege y maldice a un
aguacero torrencial que lo detenga bajo un toldo o en su casa durante más de
dos horas.
Pero
no buscamos una explicación histórica a un problema que padecemos desde hace
varias décadas, porque finalmente el drenaje profundo ha demostrado ser
ineficaz ante un cambio climático que adelanta o retrasa las temporadas de
lluvia casi a un nivel aleatorio, y principalmente ante nuestra creciente
negligencia ciudadana.
No,
lo que queremos saber es qué hacer cuando llueve.
Estando
a mitad de la calle y si se dispone de tiempo, se pueden hojear revistas en un
Sanborns o ver videojuegos, películas o gadgets de última generación en un
centro comercial; o ir al cine para matar esas dos horas en que la lluvia bien puede
desaparecer o arreciar con más fuerza. Entrar a un cibercafé o a un hotspot
para navegar en Internet también es buena opción, si bien las señales
inalámbricas también se ven afectadas por la lluvia.
Si
uno está en casa, la situación es más sencilla y la opción número uno la más
obvia: videojuegos. Completar todas las opciones del juego que terminaste hace
unos meses es lo más viable. Jugar en línea también es bueno. En general
cualquier actividad de carácter binario puede llenar satisfactoriamente esas
tardes de lluvia: programar aplicaciones, bloggear, twittear, abrir otro blog que
probablemente olvidemos en unas semanas, facebookear para agregar amigos como
desesperado o atender la granjita que dejamos hace semanas, contestar los
correos de felicitaciones navideñas que recibimos el año pasado, aprender a
usar programas de edición de imágenes si eres del tipo oficinista, o el
procesador de texto si eres diseñador o artista gráfico. Vale también relajarse
escuchando música o viendo las películas que descargaste hace meses o compraste
con descuento y siguen envueltas en su plástico original.
Pero
si la situación se torna realmente desesperada, con un apagón prolongado de energía
eléctrica, teniendo descargada la laptop, el PSP, NDS o su similar, entonces la
mejor opción es permitir que nuestro romántico interno surja: disfrutar la
tarde leyendo aquel libro que tienes pendiente o escribir el que siempre has
querido leer, practicar algún juego de mesa incluso estando solo -de tantas
horas jugando solitario en la computadora es obvio que muchos ya sabemos
jugarlo con una baraja de verdad- o armar un rompecabezas, deshacerlo y volver
a empezar.
Y
finalmente, cuando la lluvia termine, te pondrás un poco nostálgico por
aquellos momentos tan fuera de común que acabas de pasar y que, probablemente,
solo volverán a ocurrir en nuestra próxima temporada de lluvias.
Por
eso también la detesto. No se puede ser constante en ella.
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