Eres el capitán de una nave voladora. |
NAVE INSIGNIA
Ángel Zuare
El cielo nocturno era cálido, a
pesar de la altura en la que se encontraban y las ocasionales corrientes de
aire que daban contra la nave. Abajo, en sala de máquinas, el calor era intenso
y el ruido ensordecedor. El capitán del navío lo sabía perfectamente, por la
experiencia y porque había estado ahí hace pocos minutos, revisando que todo
estuviera en orden.
Y arriba, en cubierta, a pesar de
las gigantescas hélices que giraban entre las velas y sobre los mástiles, a una
velocidad moderada, el cielo que surcaban era cálido, fresco y silencioso. Las
principales razones por las que le gustaba volar.
Camino sobre la cubierta de la
nave durante unos minutos, llenando sus pulmones de aire fresco. Toda la
maquinaria de las hélices era controlada desde el puente, requiriendo solamente
un mantenimiento y limpieza somera durante el día. Por eso mismo sus pasos
resonaban sobre la superficie de madera, pues ningún otro tripulante de la nave
tenía motivos para estar afuera a esa hora de la noche.
Y por eso le extrañó ver a
alguien más recargado sobre el costado de estribor. Se acercó lentamente y
apoyando su mano discretamente en la empuñadura de la espada, preparándose para
cualquier sorpresa desagradable. La luna de cuna sonreía sobre la nave y su luz
permitió al capitán reconocer la carga más preciada que llevaba en su nave
durante ese viaje.
-Su majestad…- musitó sorprendido.
El aludido volteó para dirigirle
una sonrisa cordial al oficial. –Buena noche, capitán. Pensé que estaría
descansando a esta hora.- Estaba usando su cota de malla con la heráldica del
reino plasmada en el pecho, y su capa de fino satín rojo que caía desde sus
hombros.
El capitán dudó entre acercarse o
permanecer donde estaba. No era lo mismo escuchar la voz de su rey en
discursos, actos públicos o felicitando a cuatrocientos cadetes –incluyéndole a
él- durante su ceremonia de graduación, que escucharlo a un nivel tan personal,
frente a frente. –Yo… Disculpe, majestad, ¿acaso no le agrada su camarote?
-Es su camarote, capitán. El
mejor de la nave. No podría ser más cómodo ni yo sentirme más indigno por usurparlo.
-No diga eso, majestad. Es un
honor.
-Entonces acompáñeme un rato,
capitán. Por favor.
El oficial inclinó la cabeza respetuosamente
y se acercó al monarca, reconociendo en este la esencia de un hombre imponente
que había alcanzado la corona con igual medida entre la espada y la pluma. Aún
tenía un recio mentón bajo su barba encanecida, la cual era de un brillante
color castaño en los años en que el joven que llegaría a ser capitán de esa
nave decidió enrolarse en la academia. Su cabello, recortado de manera
sencilla, sin glamour, revelaba en cambio el cuidado y atención que sólo podría
tener alguien que le profesara cariño al monarca. Tal vez los rumores eran ciertos
y la reina sí se lo recortaba personalmente.
-¿Este es su primer viaje en el
Fafnir, capitán?- la pregunta del rey lo había sacado de su estupor.
-Sí, majestad. Como tripulante y,
en general, como capitán de una nave. Me siento honrado de que sea en esta, la
insignia de la flota.
-Si he de ser sincero, esperaba
que el capitán Hamut estuviera a cargo. Ha sido capitán del Fafnir desde hace
más de veinte años… No me malentienda, su enfermedad fue repentina, pero él
mismo lo recomendó fervientemente. Y su propio historial es impresionante, sin
duda usted era la persona ideal para comandar este viaje.
-No merezco semejantes elogios,
majestad.
-Sí, Hamut también me dijo que usted
era formal hasta la muerte- el monarca emitió una ligera risa antes de retomar la
conversación. –¿Cuál es su nombre, capitán?
-Huiver, su majestad. Hijo de…
-Huiver, entonces. Pues esta
noche y sin nadie que atestigüe este exceso de confianza que pueda mermar
nuestra autoridad, puede llamarme Heren ¿De acuerdo?
-No podría…
-Yo creo que sí, capitán Huiver…
¿Cuánto tiempo cree que falte para llegar a nuestro destino?
-No mucho, su majes…- la mirada
reprobatoria del monarca le obligó a rectificar. -… Rey Heren. Al amanecer
estaremos volando en los alrededores de los montes Jörmun.
-¿Y no tiene ninguna pregunta al
respecto? Recuerdo que en su primer viaje, Hamut no dejaba de advertirme que
esta era una zona de peligro y ninguna nave del reino osaba acercarse. ¿Sabe
por qué, capitán?
-Porque es zona de dragones.-
interrumpió Huiver, fijando su vista en el horizonte tapizado de nubes sobre
las cuales el Fafnir sobrevolaba.
-Exacto, Huiver. Me costó mucho
convencer a Hamut de que estaríamos a salvo. En ese primer viaje y los
siguientes.
-Rey Heren, ¿puedo hacerle una
pregunta?
El monarca asintió. –Cada lustro,
desde que usted subió al trono, junto al capitán Hamut han emprendido estos
viajes a la región de los dragones. Sabemos que nunca aterrizan, la Fafnir
efectúa un viaje redondo ininterrumpido, partiendo y regresando al mismo puesto
del reino. Desde que era muy joven he escuchado varios rumores sobre dichos
viajes.
-¿Ah, sí? ¿Cómo cuáles, capitán?
-Desde proezas y gestas heroicas,
dignas de cualquier poema o leyenda… Y hasta cosas vergonzosas que no repetiré
en su presencia.
-¿Como el que uso este viaje para
cargar un harem personal que me ayude a liberarme de mis… presiones reales? ¿Y
que una vez que lo hago me deshago de las mujeres… o de los hombres, arrojándoles
por la borda? He escuchado ese, me divierte más de lo que podría enfadarme. ¿Usted
no lo creyó al menos una vez?
-Jamás, rey Heren.
-¿Y por qué tan seguro, Huiver?
-Porque yo también dejo que mi
mujer me corte el cabello.
Sorprendido, el monarca volteó a
ver al oficial, quien se despojó del tricornio que identificaba su cargo, revelando
un corte de cabello similar al del rey en su sencillez y cuidado. –Y sé que si
mi mujer sospechara que mancillo su honor, me clavaría las tijeras en el
cuello.
El rey, luego de un incómodo
silencio, comenzó a reír gustoso. El capitán lo siguió y, durante un momento,
las risas de ambos se propagaron sobre la cubierta de la nave, el cielo
nocturno y la luna de cuna.
De repente, cuando una corriente
de aire dejó escuchar su paso bajo el fondo de la nave voladora, el monarca
guardó silencio. El capitán, acostumbrado a los ruidos del viento, también lo
hizo y se asomó por el costado de estribor. Sin embargo, la fuerte mano del rey
sobre su hombro lo distrajo.
-Hamut no se equivocó con usted.
Será un digno sucesor cuando él no pueda cumplir sus obligaciones. Tiene toda
mi confianza, Huiver. Ahora le pregunto, ¿tengo yo la suya?
Había una sensación de tristeza, casi
una súplica, en los ojos del monarca y que el joven capitán no dejó de notar. –Hasta
el final, rey Heren.
El rey sonrió y, de un salto
inusualmente ágil para un hombre de su edad, subió a la borda antes de que el
capitán pudiera evitarlo. –Entonces atienda mis órdenes ahora. Sigan la ruta
marcada.
Otra corriente de aire se escuchó
pasar bajo la nave. Huiver dividía su atención entre estas y la imagen de su
rey equilibrándose peligrosamente sobre la borda. -No desciendan en ninguna
parte y mantengan la velocidad.
-Majestad…
-Y lo más importante… No se
inquiete ni de la voz de alarma. En lo que respecta a todos, yo sigo en esta nave.
¿Entiende?
-Mi rey…
-Confío en usted, capitán.
Huiver saltó hacia el frente para
intentar alcanzarlo, pero, dando un paso hacia atrás, el rey cayó al vació,
perdiéndose de vista a través de las nubes. El capitán del Fafnir permaneció varios
minutos consternado y con su brazo extendido sobre la borda de la nave,
sujetando el aire.
* * *
Nadie atraviesa la zona de los
montes Jörmun por el temor hacia los dragones que la habitan y su ferviente
odio que profesan hacia los humanos. Pero algunos, felizmente ignorantes, en
cambio han convertido fragmentos fronterizos de esta región en zona de
piratería.
Aún sin haber conciliado el sueño
durante casi dos días, el capitán Huiver no tuvo problemas para reaccionar y
subir a cubierta cuando sonaron las primeras alarmas y el primer impacto de cañón
cimbró la nave. Afuera, hábilmente camuflada entre nubarrones grises, una tosca
nave apuntaba su artillería de alto calibre hacia ellos por el costado de
babor.
Para el capitán Huiver los
ataques de piratas no le eran ajenos y supo colocar a sus hombres en posiciones
adecuadas para iniciar el contraataque. El cielo del atardecer se manchó con
los destellos grises de los cañones disparando y con los ruidos de metal contra
la madera, los gritos salvajes de los piratas y las órdenes firmes del capitán,
que lograban inspirar a sus hombres. La batalla se prolongó algunas horas, con pérdidas
cuantiosas para ambos bandos.
En los registros históricos del
reino, esta batalla fue considerada un incierto triunfo en la carrera militar
de Huiver, pues realmente nadie pudo explicar lo que sucedió al final. Algunos
simplemente vieron bolas de fuego surgiendo entre las nubes –para algunos
fueron disparos de cañones incendiarios rezagados-, golpeando la nave pirata
hasta convertirla en una pira voladora, que finalmente fue destruida por el
golpe veloz de una corriente de aire –que para otros tenía sombra y una forma
pesada-, despedazándola por la mitad y mandando sus restos y a los pocos
piratas sobrevivientes hasta el fondo de estas regiones olvidadas. Los hombres
del rey celebraron una victoria caída del
cielo y el capitán Huiver regresó rápidamente al camarote de rey, pasando
junto a los guardias que había colocado para evitar que alguien, que no fuera
el capitán, entrara. Y durante diez minutos fingió dar un reporte a un rey que
no estaba ahí, subiendo bastante su propia voz para que los guardias escucharan
y, en el transcurso de la cena, propagaran el rumor de que al rey le había
dejado satisfecho esta victoria.
* * *
La última noche, antes de
regresar al reino, subió nuevamente a la cubierta, despejada luego de las
reparaciones. Y respiro profundamente aliviado cuando la luz de la luna de cuna
le permitió ver, sobre la borda de estribor, al rey fijando su mirada en el
horizonte.
-Lo hizo muy bien, Huiver-
comento el rey al escucharlo acercarse. –Realmente no esperaba que tuviéramos
un percance con piratas, se han vuelto más osados. Cuando me llegaron los
ruidos de la batalla ya tenía mucho de haber iniciado. Pero creo que ni
siquiera Hamut habría resistido tanto como usted.
-Mi rey… ¿Acaso…? ¿Cómo..?
-En ocasiones hay que liberarse
un poco, capitán. Estirar las alas y buscar la compañía de quienes también son parte
de ti. Al menos durante un par de días, cada lustro. De lo contrario podría ser
muy desagradable para todos, en el reino.
Huiver llegó hasta Heren y se
recargo junto a él, sobre la borda y fijando su vista también en el horizonte,
donde se perfilaban las primeras luces de la capital del reino.
-¿Qué no haríamos por una hermosa
mujer?- preguntó el rey. -¿Lo has pensado, Huiver? ¿Qué dejaríamos atrás por
alguien que nos hace apreciar la belleza de la mortalidad humana? ¿Por alguien
que canta hermosas canciones a la orilla de un lago, y que las susurra de nuevo
mientras nos corta el cabello? ¿Hasta dónde llegaríamos por alguien así,
capitán?
Ambos permanecieron en silencio
durante un momento, hasta que Huiver respondió:
-Hasta el final, Heren. Hasta el
final.
El rey sonrió complacido y apoyó
su mano grisácea sobre el hombro del oficial. –Muchas gracias, Huiver.
* * *
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