lunes, 7 de abril de 2014

Los Otros 52, 34a Semana. "Nave Insignia".

Eres el capitán de una nave voladora.

NAVE INSIGNIA

Ángel Zuare

El cielo nocturno era cálido, a pesar de la altura en la que se encontraban y las ocasionales corrientes de aire que daban contra la nave. Abajo, en sala de máquinas, el calor era intenso y el ruido ensordecedor. El capitán del navío lo sabía perfectamente, por la experiencia y porque había estado ahí hace pocos minutos, revisando que todo estuviera en orden.

Y arriba, en cubierta, a pesar de las gigantescas hélices que giraban entre las velas y sobre los mástiles, a una velocidad moderada, el cielo que surcaban era cálido, fresco y silencioso. Las principales razones por las que le gustaba volar.

Camino sobre la cubierta de la nave durante unos minutos, llenando sus pulmones de aire fresco. Toda la maquinaria de las hélices era controlada desde el puente, requiriendo solamente un mantenimiento y limpieza somera durante el día. Por eso mismo sus pasos resonaban sobre la superficie de madera, pues ningún otro tripulante de la nave tenía motivos para estar afuera a esa hora de la noche.


Y por eso le extrañó ver a alguien más recargado sobre el costado de estribor. Se acercó lentamente y apoyando su mano discretamente en la empuñadura de la espada, preparándose para cualquier sorpresa desagradable. La luna de cuna sonreía sobre la nave y su luz permitió al capitán reconocer la carga más preciada que llevaba en su nave durante ese viaje.

-Su majestad…- musitó sorprendido.

El aludido volteó para dirigirle una sonrisa cordial al oficial. –Buena noche, capitán. Pensé que estaría descansando a esta hora.- Estaba usando su cota de malla con la heráldica del reino plasmada en el pecho, y su capa de fino satín rojo que caía desde sus hombros.

El capitán dudó entre acercarse o permanecer donde estaba. No era lo mismo escuchar la voz de su rey en discursos, actos públicos o felicitando a cuatrocientos cadetes –incluyéndole a él- durante su ceremonia de graduación, que escucharlo a un nivel tan personal, frente a frente. –Yo… Disculpe, majestad, ¿acaso no le agrada su camarote?

-Es su camarote, capitán. El mejor de la nave. No podría ser más cómodo ni yo sentirme más indigno por usurparlo.

-No diga eso, majestad. Es un honor.

-Entonces acompáñeme un rato, capitán. Por favor.

El oficial inclinó la cabeza respetuosamente y se acercó al monarca, reconociendo en este la esencia de un hombre imponente que había alcanzado la corona con igual medida entre la espada y la pluma. Aún tenía un recio mentón bajo su barba encanecida, la cual era de un brillante color castaño en los años en que el joven que llegaría a ser capitán de esa nave decidió enrolarse en la academia. Su cabello, recortado de manera sencilla, sin glamour, revelaba en cambio el cuidado y atención que sólo podría tener alguien que le profesara cariño al monarca. Tal vez los rumores eran ciertos y la reina sí se lo recortaba personalmente.

-¿Este es su primer viaje en el Fafnir, capitán?- la pregunta del rey lo había sacado de su estupor.

-Sí, majestad. Como tripulante y, en general, como capitán de una nave. Me siento honrado de que sea en esta, la insignia de la flota.

-Si he de ser sincero, esperaba que el capitán Hamut estuviera a cargo. Ha sido capitán del Fafnir desde hace más de veinte años… No me malentienda, su enfermedad fue repentina, pero él mismo lo recomendó fervientemente. Y su propio historial es impresionante, sin duda usted era la persona ideal para comandar este viaje.

-No merezco semejantes elogios, majestad.

-Sí, Hamut también me dijo que usted era formal hasta la muerte- el monarca emitió una ligera risa antes de retomar la conversación. –¿Cuál es su nombre, capitán?

-Huiver, su majestad. Hijo de…

-Huiver, entonces. Pues esta noche y sin nadie que atestigüe este exceso de confianza que pueda mermar nuestra autoridad, puede llamarme Heren ¿De acuerdo?

-No podría…

-Yo creo que sí, capitán Huiver… ¿Cuánto tiempo cree que falte para llegar a nuestro destino?

-No mucho, su majes…- la mirada reprobatoria del monarca le obligó a rectificar. -… Rey Heren. Al amanecer estaremos volando en los alrededores de los montes Jörmun.

-¿Y no tiene ninguna pregunta al respecto? Recuerdo que en su primer viaje, Hamut no dejaba de advertirme que esta era una zona de peligro y ninguna nave del reino osaba acercarse. ¿Sabe por qué, capitán?

-Porque es zona de dragones.- interrumpió Huiver, fijando su vista en el horizonte tapizado de nubes sobre las cuales el Fafnir sobrevolaba.

-Exacto, Huiver. Me costó mucho convencer a Hamut de que estaríamos a salvo. En ese primer viaje y los siguientes.

-Rey Heren, ¿puedo hacerle una pregunta?

El monarca asintió. –Cada lustro, desde que usted subió al trono, junto al capitán Hamut han emprendido estos viajes a la región de los dragones. Sabemos que nunca aterrizan, la Fafnir efectúa un viaje redondo ininterrumpido, partiendo y regresando al mismo puesto del reino. Desde que era muy joven he escuchado varios rumores sobre dichos viajes.

-¿Ah, sí? ¿Cómo cuáles, capitán?

-Desde proezas y gestas heroicas, dignas de cualquier poema o leyenda… Y hasta cosas vergonzosas que no repetiré en su presencia.

-¿Como el que uso este viaje para cargar un harem personal que me ayude a liberarme de mis… presiones reales? ¿Y que una vez que lo hago me deshago de las mujeres… o de los hombres, arrojándoles por la borda? He escuchado ese, me divierte más de lo que podría enfadarme. ¿Usted no lo creyó al menos una vez?

-Jamás, rey Heren.

-¿Y por qué tan seguro, Huiver?

-Porque yo también dejo que mi mujer me corte el cabello.

Sorprendido, el monarca volteó a ver al oficial, quien se despojó del tricornio que identificaba su cargo, revelando un corte de cabello similar al del rey en su sencillez y cuidado. –Y sé que si mi mujer sospechara que mancillo su honor, me clavaría las tijeras en el cuello.

El rey, luego de un incómodo silencio, comenzó a reír gustoso. El capitán lo siguió y, durante un momento, las risas de ambos se propagaron sobre la cubierta de la nave, el cielo nocturno y la luna de cuna.

De repente, cuando una corriente de aire dejó escuchar su paso bajo el fondo de la nave voladora, el monarca guardó silencio. El capitán, acostumbrado a los ruidos del viento, también lo hizo y se asomó por el costado de estribor. Sin embargo, la fuerte mano del rey sobre su hombro lo distrajo.

-Hamut no se equivocó con usted. Será un digno sucesor cuando él no pueda cumplir sus obligaciones. Tiene toda mi confianza, Huiver. Ahora le pregunto, ¿tengo yo la suya?

Había una sensación de tristeza, casi una súplica, en los ojos del monarca y que el joven capitán no dejó de notar. –Hasta el final, rey Heren.

El rey sonrió y, de un salto inusualmente ágil para un hombre de su edad, subió a la borda antes de que el capitán pudiera evitarlo. –Entonces atienda mis órdenes ahora. Sigan la ruta marcada.

Otra corriente de aire se escuchó pasar bajo la nave. Huiver dividía su atención entre estas y la imagen de su rey equilibrándose peligrosamente sobre la borda. -No desciendan en ninguna parte y mantengan la velocidad.

-Majestad…

-Y lo más importante… No se inquiete ni de la voz de alarma. En lo que respecta a todos, yo sigo en esta nave. ¿Entiende?

-Mi rey…

-Confío en usted, capitán.

Huiver saltó hacia el frente para intentar alcanzarlo, pero, dando un paso hacia atrás, el rey cayó al vació, perdiéndose de vista a través de las nubes. El capitán del Fafnir permaneció varios minutos consternado y con su brazo extendido sobre la borda de la nave, sujetando el aire.

*  *  *

Nadie atraviesa la zona de los montes Jörmun por el temor hacia los dragones que la habitan y su ferviente odio que profesan hacia los humanos. Pero algunos, felizmente ignorantes, en cambio han convertido fragmentos fronterizos de esta región en zona de piratería.

Aún sin haber conciliado el sueño durante casi dos días, el capitán Huiver no tuvo problemas para reaccionar y subir a cubierta cuando sonaron las primeras alarmas y el primer impacto de cañón cimbró la nave. Afuera, hábilmente camuflada entre nubarrones grises, una tosca nave apuntaba su artillería de alto calibre hacia ellos por el costado de babor.

Para el capitán Huiver los ataques de piratas no le eran ajenos y supo colocar a sus hombres en posiciones adecuadas para iniciar el contraataque. El cielo del atardecer se manchó con los destellos grises de los cañones disparando y con los ruidos de metal contra la madera, los gritos salvajes de los piratas y las órdenes firmes del capitán, que lograban inspirar a sus hombres. La batalla se prolongó algunas horas, con pérdidas cuantiosas para ambos bandos.

En los registros históricos del reino, esta batalla fue considerada un incierto triunfo en la carrera militar de Huiver, pues realmente nadie pudo explicar lo que sucedió al final. Algunos simplemente vieron bolas de fuego surgiendo entre las nubes –para algunos fueron disparos de cañones incendiarios rezagados-, golpeando la nave pirata hasta convertirla en una pira voladora, que finalmente fue destruida por el golpe veloz de una corriente de aire –que para otros tenía sombra y una forma pesada-, despedazándola por la mitad y mandando sus restos y a los pocos piratas sobrevivientes hasta el fondo de estas regiones olvidadas. Los hombres del rey celebraron una victoria caída del cielo y el capitán Huiver regresó rápidamente al camarote de rey, pasando junto a los guardias que había colocado para evitar que alguien, que no fuera el capitán, entrara. Y durante diez minutos fingió dar un reporte a un rey que no estaba ahí, subiendo bastante su propia voz para que los guardias escucharan y, en el transcurso de la cena, propagaran el rumor de que al rey le había dejado satisfecho esta victoria.

*  *  *

La última noche, antes de regresar al reino, subió nuevamente a la cubierta, despejada luego de las reparaciones. Y respiro profundamente aliviado cuando la luz de la luna de cuna le permitió ver, sobre la borda de estribor, al rey fijando su mirada en el horizonte.

-Lo hizo muy bien, Huiver- comento el rey al escucharlo acercarse. –Realmente no esperaba que tuviéramos un percance con piratas, se han vuelto más osados. Cuando me llegaron los ruidos de la batalla ya tenía mucho de haber iniciado. Pero creo que ni siquiera Hamut habría resistido tanto como usted.

-Mi rey… ¿Acaso…? ¿Cómo..?

-En ocasiones hay que liberarse un poco, capitán. Estirar las alas y buscar la compañía de quienes también son parte de ti. Al menos durante un par de días, cada lustro. De lo contrario podría ser muy desagradable para todos, en el reino.

Huiver llegó hasta Heren y se recargo junto a él, sobre la borda y fijando su vista también en el horizonte, donde se perfilaban las primeras luces de la capital del reino.

-¿Qué no haríamos por una hermosa mujer?- preguntó el rey. -¿Lo has pensado, Huiver? ¿Qué dejaríamos atrás por alguien que nos hace apreciar la belleza de la mortalidad humana? ¿Por alguien que canta hermosas canciones a la orilla de un lago, y que las susurra de nuevo mientras nos corta el cabello? ¿Hasta dónde llegaríamos por alguien así, capitán?

Ambos permanecieron en silencio durante un momento, hasta que Huiver respondió:

-Hasta el final, Heren. Hasta el final.


El rey sonrió complacido y apoyó su mano grisácea sobre el hombro del oficial. –Muchas gracias, Huiver.

*  *  *

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