Inventa un deporte nuevo |
HURSUS
Ángel Zuare
-Dicen que la parte más difícil
es escoger a su animal- comenta el muchacho, con suficiente volumen en su voz
para que esta se grabe de manera clara y sin distorsiones.
-Es verdad- dice el hombre frente
a él, abriendo un locker para arrojar adentro su maleta deportiva. –Porque el
animal que escojas se queda contigo el resto de tu vida. Nadie toma esa decisión
a la ligera.
-¿Que lo hizo decirse por el oso negro?-
pregunta el joven vlogger mientras, a través del tablero de control que sostiene
en sus manos, acerca un poco las cámaras que levitan alrededor de su
entrevistado, quien saca de la maleta solamente un par de botas y un calzón
elástico, ambos de color negro brillante, antes de cerrar el locker. El vlogger
anota eso en la base de su tablero, donde puede realizar anotaciones al margen
o resaltar detalles de sus grabaciones mediante impulsos mentales coordinados
con movimientos de sus párpados.
El hombre sonríe a través de su
espesa barba oscura mientras comienza a desvestirse, sin dar atención a las
cámaras que siguen grabándolo. Al ir despojándose de su camisa y pantalón fue
revelando el poblado vello negro que cubría gran parte de su cuerpo. –Pues
supongo que lo escogí porque me gustan mucho los osos...- continúa. -Provengo
del norte del país, donde son nativos, y siempre me sentí identificado con
ellos. Además mi tipo de cuerpo encajaba perfectamente para que la conversión
no fuera tan difícil… Y a las muchachas les gustan mucho los hombres con complexión
de oso, ¿sabes?- concluye con una sonrisa que para el vlogger fue difícil no
imitarla.
-Usted tenía una carrera olímpica
muy destacable. ¿Por qué decidirse por esta disciplina?
-Porque después de cumplir
treinta y cinco años nadie quiere patrocinar o pagar para ver a un atleta
olímpico en competencias nacionales, ganara medallas o no. Intenté la lucha
libre y las artes marciales mixtas, pero no tienen el mismo empuje que cuando
yo era niño y dominaban la industria del espectáculo deportivo. Fue entonces
que me hablaron del Atavizmo. Busqué quien me entrenara y empecé un periodo de
ajuste que se prolongó casi seis años.
-¿Tanto tiempo?
-Debes entender que el Atavizmo
no se parece a ningún tipo de deporte de contacto que conozcas. No se trata de
vencer al oponente para ganar un título o entretener a la gente. No es sobre
analizar a tu rival para deducir sus debilidades y trazar una estrategia. No es
acerca de lograr una calma espiritual para canalizar energía y arrojarla en
cada golpe. Se trata de olvidar todo eso para que las reacciones sean primarias
e instintivas. Primordiales.
“No buscas vencer, sino
sobrevivir. No buscas debilidades en tu rival, las intuyes y atacas al mismo
tiempo. No buscas ganarte al público, aprendes a ignorarlos. No entras en
comunión con tu espíritu, te vuelves una fuerza de la naturaleza. No logras eso
en uno o dos años. Y hasta que lo logras estás listo para escoger a tu animal”.
-¿Fue complicada la conversión?
-Claro. Entonces el Atavizmo no
tenía ni cuatro años de instituido como espectáculo deportivo. Los procesos de
conversión no estaban tan perfeccionados como ahora. Ni lo eran cuando yo lo
tomé.
-¿Fue doloroso?
El hombre, casi desnudo en ese
momento exceptuando por su truza, se pierde unos segundos en su propio
pensamiento antes de seguir: -¿Qué si dolió el procedimiento en sí? No, para
nada. Una serie semanal de inyecciones y un tratamiento de pastillas durante
tres meses y estaba listo. El dolor venía por las noches, cuando el cuerpo empieza
a adaptarse y primero intenta combatir el ADN invasivo.
“No importa lo que creas saber o
todo lo que leas e investigues, no puedes conocer ese dolor hasta que lo experimentas.
Son días en que no puedes dormir y te lastima la luz del sol, la sola presencia
del agua, el ruido de las calles y los aromas de la gente. Ahora incluyen
inhibidores para eso. Ojalá yo los hubiera tenido y no solamente los analgésicos.
Ni siquiera quiero imaginar cómo lo pasaban aquellos que llegaron antes que yo,
que ni eso tenían”.
-Pero al final lo logró…
-Bueno, tampoco me iba a morir en
el proceso, ¿verdad? Después de tres meses ya estaba listo para subir al embudo
del Atavizmo, con su rejilla de metal flexible expandiéndose desde los límites
del cuadrilátero hasta casi seis metros de altura. Recuerdo que originalmente tenía
un nombre más técnico, pero la gente siguió llamándole el embudo y así se quedó.
Para amarrar las agujetas de sus
botas, el hombre sube un pie sobre el bancó de los vestidores, haciéndolo
crujir con el peso mientras sigue hablando. -Yo era naturalmente velludo antes
del proceso, pero tras la conversión me brotó más barba y pelo en todo el
cuerpo. A muchos les pasa. Los que utilizan ADN de tigre se les empieza a motear
la piel, o los que usan de reptil se les comienza a escamar. Así que subí al
embudo haciéndome llamar Hursus.
“Fue una gran noche. Cimbré el
embudo hasta la cima cuando embestí al Demonio Lobo contra él, marcándole el
enrejado en la espalda. Durante todo el encuentro él intentó morderme el cuello
con su hocico pronunciado que le había quedado tras la conversión.
-¿Cuáles han sido sus rivales más
difíciles?
-Los aves son fastidiosos.
Tienden a saltar hasta la cima del embudo, obligándote a seguirlos a donde
ellos tienen la ventaja. Además sus brazos son más largos que la mayoría de los
ataviztas y son más fuertes de lo que parecen… Pero si hablamos de los que más
odio, están los anfibios y los reptiles. Son rastreros y mañosos. Sus articulaciones
se doblan de manera impredecible, expelen mucosidades, los colmillos son
dolorosos y si tienen veneno… Bueno, ¿para qué te cuento?
Se gira para que las cámaras
puedan grabar uno de sus hombros, donde alcanza a verse la cicatriz en forma de
una mordida típica de ofidio. –El cabrón del Áspid me paralizó del cuello para
abajo, quitándome el campeonato Inter-Especies y mandándome al hospital durante
dos meses.
-Por cierto, sobre el Áspid…
-Algunos piensan que entre
mamíferos nos entendemos para hacer equipo. No es verdad. Somos muy
territoriales. Ni siquiera entre la misma especie nos soportamos…
-¿Cómo el caso de Oso Gris?
Hursus guarda silencio y fija su
mirada en sus manos, apoyadas sobre la rodilla de su pierna todavía sobre el banco.
–A veces… Se pierde el control. Se nos enseña a convivir con el instinto
animal, no a dominarlo, porque cuando intentamos imponernos a él, este gana. El
hombre desaparece y queda una bestia incontrolable. Eso le pasó a Oso Gris. No
encontraba forma de vencerme y eso lo frustró demasiado.
-Rompió la rejilla del embudo y
saltó sobre la gente. Hubiera matado a muchos si usted no hubiera estado ahí
para detenerlo.
-Nada más lo sometí hasta que
llegaron para inyectarle los tranquilizantes. Era lo que debía hacer.
-En todos los noticieros
digitales lo llamaron héroe…
-¿Esos noticieros dicen que la
Federación le quitó su licencia a Oso Gris? ¿Qué ahora sólo puede luchar en
arenas provincianas o clandestinas, donde ni siquiera existe la certeza de que
le paguen?
El joven vlogger guarda silencio
y baja la vista ante la mirada penetrante de Hursus. -¿Podemos hablar acerca del
Áspid?- pregunta tratando de desviar la conversación.
-Siempre quieren saber lo que
pasó con el Áspid… Y siempre se los digo… Jamás lo publican. No les interesa o
alguien les llega al precio para que cierren la boca.
-Yo soy independiente. Mi sitio
no responde ante nadie…
-Eso no significa nada… Pero
igual estás aquí y te lo diré. ¿Sabes por qué es tan importante que escojamos
con cuidado al animal con quien nos vincularemos el resto de nuestra vida? La
conversión no tiene marcha atrás, es permanente. Pero hay algo más. Siempre
habrá inconformes que no están a gusto con el animal que escogieron o buscará
combinar las garras del león con la agilidad de un chimpancé o el sonar de un
murciélago o un delfín.
“Cuando me recuperé de la mordida
del Áspid, un mes después pude arrebatarle el título. Y él no logró recuperarlo
en las primeras dos revanchas que tuvimos. Pero en la tercera, cuando empezó a
saltar entre los muros del embudo, sabía que algo andaba mal”.
“Saltaba contra mí, me golpeaba
con su antebrazo o el muslo y saltaba de nuevo. Tal vez me hubiera vencido esa
vez, pero entonces se colapsó sobre la lona. Empezó a convulsionarse y a toser
sangre. Me acerqué a ver qué le sucedía y él me agarró la mano tan fuerte que
pude sentir lo asustado que estaba. Sus miembros se retorcieron tan rápido y
fuerte que cuando se lo llevaron en la camilla tenía rotas las rodillas y los
codos. No llegó al hospital”.
-¿Acaso fue una conversión
clandestina?
-Con ADN de ave. Nadie sabe de
qué especie exactamente, pero… ¿de ave? Por el amor del cielo… Hace falta ser
pendejo para…
Hursus desvió su mirada y dio la
espalda a las cámaras mientras se subía y ajustaba el calzón. -¿Por qué regresar
a luchar de nuevo?- preguntó el vlogger. Todos pensaban que se había retirado luego
de lo sucedido.
-No quería seguir luchando
entonces. No culpó a la industria, a los promotores ni al público, ni a los
pendejos que no saben medirse o controlarse. No culpo a nadie. Solamente no
quería seguir luchando.
-¿Por qué regresar entonces?- preguntó
nuevamente al atavizta, quien terminaba de ajustarse los guantes, revelándose naturalmente
tan imponente y fuerte como la especie animal que representaba en el embudo, en
las fotos y en las transmisiones digitales.
-¿Sabes que los hombres hemos
perdido algunos de nuestros instintos animales? Algunos de estos parecían poder
indicarle a ciertas especies que se aproximaba el momento de su muerte, con una
certeza casi mística. Si lo analizas, muchos ataviztas desaparecen de la vista
pública cuando alcanzan cierta edad. Otros desaparecen del todo. Como el
Demonio Lobo, si lo recuerdas. Encontraron su camioneta abandonada en la
carretera, a orillas de un bosque del norte del país. Su ropa estaba a pocos
metros de ahí, pero nunca se halló rastro de él.
-¿Y usted?
El hombre sonríe débilmente
mientras camina hacia la puerta de los vestidores. –Yo tengo otras intenciones.
Fue un placer, joven. Disfrute la lucha.
El vlogger permaneció perplejo durante
unos minutos ante su tablero de control, con las cámaras orbitando alrededor
suyo y grabando el rugido de la multitud, coreando el nombre de su ídolo:
¡Hursus! ¡Hursus! ¡HURSUS!
* * *
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