Describe tu huida de una escena del crimen |
PARAXIÓN (EFECTOS
SECUNDARIOS)
Ángel Zuare
Al Güero no le asustó el disparo
o la sangre que salpicó sus pantalones, ni los gritos de dolor del muchacho al
caer sujetando su pierna herida. Tampoco le perturbó mucho la idea que apareció
en su mente acerca de que ese mismo muchacho, al que por órdenes de don Manuel
había estado ablandando a golpes durante casi dos horas, debía tener la misma
edad que su hijo, Alberto.
Luego que don Manuel guardara su
pistola y saliera del apartamento, seguido por Fernando, se inclinó sobre el
chico para improvisarle un torniquete con una playera que encontró en el suelo,
obligando al muchacho a usar sus propias manos para detener la hemorragia. Esto
tampoco lo asusto, y mucho menos que el joven pudiera reconocerlo o que le
quedaran ganas de hablar con la policía luego de esta experiencia.
No, lo que realmente le asustó
fue el sonido de llantas patinando sobre el pavimento, seguido por el estruendo
de un choque.
Se levantó rápidamente y giró
para ver como el hombre que lo había llevado ahí y que se había quedado afuera
del apartamento para recibir a don Manuel, ahora salía corriendo por las
escaleras. Dejó al muchacho herido sobre el suelo, aun sollozando, y lo siguió
tan rápido como pudo hasta bajar a la planta baja del edificio y de ahí correr
hacia la entrada.
No logró comprender bien lo que
estaba ocurriendo, pero reconoció el Audi de don Manuel detenido a mitad de la
calle, visiblemente impactado contra el costado de otro auto que venía cruzando
la esquina. Distinguió también las luces de las torretas y los sonidos de las
sirenas de las patrullas que formaban una barricada unos metros más adelante. Las
mismas luces de las torretas también proyectaban las sombras de los policías
pertrechados detrás de los autos, con las armas desenfundadas.
Vio a Fernando arrastrarse fuera
del Audi de don Manuel, con el rostro y el pecho de su traje y camisa cubiertos
de sangre. Le vio ponerse de pie, pero no pudo distinguir si lo que intentó fue
levantar las manos indicando su rendición o desenfundar su pistola, antes de
que seis tiros de los policías lo derribaran al suelo. Y los disparos no se
detuvieron.
El Güero vio cómo su compañero, el
hombre que había salido antes, ya corría desesperadamente a mitad de la calle,
antes que otra ronda de disparos lo arrojaran contra el asfalto. Cuando se dio
cuenta de eso, él mismo ya estaba corriendo, pegado a los muros y escuchando
los tiros dirigidos a él. Dobló en la siguiente esquina y siguió corriendo.
Puro pinche músculo. ¿Eso es lo que quieres, wey? No seas pendejo, ¿de
qué te va a servir si enfrentas a alguien más rápido que tú? Necesitas rapidez,
piche Güero, no siempre ganas con la fuerza bruta. ¡Ándele, cabrón, veinte vueltas
a la cancha, sin repelar!
Doblo la siguiente esquina, en
dirección contraria, y siguió corriendo. Escuchó a las patrullas arrancando y
pasos corriendo tras él.
¿Que te zumba una botella…
Una bala.
… cerca de la cabeza? La ignoras, cabrón. Tú sigues…
Corriendo.
… luchando. Nunca dejas de luchar, ¿entiendes?
Decidió arriesgarse cuando vio abierta
la entrada de una vecindad. Empujó a la parejita de muchachos que se besaba
junto a ella y corrió hacia el fondo del patio, acercándose al muro que
separaba la vecindad de un lavado de autos. Estando cerca saltó tan fuerte como
pudo. Sus manos se sujetaron al borde del muro y sus pies se apoyaron contra la
pared.
Empuja ese pinche tinaco que tienes en lugar de cuerpo, cabrón. ¿O así
te quieres subir al ring? Entrar al cuadrilátero es un movimiento limpio, con
estilo. ¿Pero qué estilo vas a tener si ni siquiera puedes subir la barbilla
por encima de la barra? Arriba, pinche Güero. ¡Arriba!
En un movimiento pudo doblar sus
brazos y pasar su cuerpo arriba del muro, cayendo del otro lado. Sus rodillas
resistieron el impacto de la caída y sólo trastabilló sobre el suelo un segundo.
¿Te duele, Güero? Bien, eso significa que todavía sirve. Ya calienta,
que subes en diez minutos.
La verja que cuidaba el lavado de
autos fue más fácil de saltar. Dobló entra otras dos calles hasta que los
sonidos de las patrullas y de los pasos que lo perseguían se escuchaban cada
vez más lejos. Antes de llegar a la avenida principal tenía que atravesar un
parque, y a la mitad de la calzada reconoció la figura de un policía del barrio
corriendo hacia él, apenas sacando la pistola de su cinturón.
No dudes, cabrón. Nunca dudes. Si lo haces te lastimas o lastimarás a
alguien. Nunca…
Corrió más fuerte y rápido para
embestir al policía antes que lograra apuntarle. La pistola cayó de sus manos y
ambos rodaron entre una jardinera. Instintivamente el Güero empezó a aplicar movimientos
y llaves, torciéndole brazos y piernas, además de golpearle con fuerza en el
pecho y la cabeza.
Acostúmbrate a los gritos de la gente. A su porras y a sus mentadas de
madre. Acostúmbrate a todo eso para que puedas ignorarlos y sólo quedes tú y tu
rival, cabrón. Ese es tu universo: El ring, tu oponente y tú.
Se arrastró fuera de la jardinera
y su mano se posó sobre la pistola del policía. La sujetó y se puso de pie,
girando para apuntarle al oficial, quien apenas lograba sostenerse a gatas
sobre el suelo y respiraba pesadamente.
Empezó a retroceder y estuvo a
punto de echar a correr nuevamente, cuando la voz del policía lo detuvo:
-Tú eras el Güero, ¿verdad,
cabrón..? No mames… Aún pegas duro…
Su respiración se paró cuando apareció
en su mente la imagen de la policía llegando directamente a su casa para
arrestarlo, frente a todos sus vecinos, quienes no demorarían en avisarle a su ex
esposa y a Alberto, en el taller.
-Pinche Güero… ¿Para qué te
retiraste?- preguntó policía, en un susurró que escondía una risita ahogada y
nerviosa.
¿Me deja invitarle un trago, campeón…? Es un honor conocerlo, soy su
admirador… No importa lo que digan las revistas ni la gente sobre su edad,
usted es el mejor... Por cierto, me llamo Manuel…
El Güero, respirando
nerviosamente, apuntó al oficial con la pistola y quitó el seguro, tal como Fernando
le había enseñado un día. El policía escucho eso, cerró los ojos y apretó el
pasto entre sus puños. Lo único que escuchaba era la respiración agitada del Güero.
Se estremeció cuando escuchó un
sonido fuerte, pero no había sido un disparo. Era el golpe de la pistola contra
el suelo, a varios metros de ellos, seguido por los pasos apresurados del
luchador, alejándose del lugar.
Sigue entrenando así y serás grande, cabrón. El mejor. Ándale, ya vete
a descansar…
* * *
Estos dos relatos hilados parecen el inicio de algo más grande. Te sugiero que le sigas, independientemente del proyecto de las 52 historias.
ResponderBorrar¿Sugerencias? sólo deja en claro que lo que desencadena el efecto de la droga son las imágenes...esa premisa está genial, pero se me antoja un poco confusa para algunos.
Gracias por el comentario, lo tendré en cuenta. También creo que esto puede ser el inicio de algo mayor. Tal vez la aplicación de donde tomo los argumentos arroje algo que pueda ampliar esta situación. De nuevo, gracias
Borrar