Una Caja |
DESDE ADENTRO
Ángel Zuare
-Entonces, ¿qué fue lo que
pasó..? ¿Se volvieron locos o están enfermos?- preguntó Raúl mientras seguía registrando
los cajones de los gabinetes.
-Bueno, la concepción de la
mecánica cuántica nos indica que en estos momentos, hasta que salgamos de aquí,
existe la superposición…
-Doctor, por favor…- le
interrumpió Raúl alzando la voz, resintiendo así el dolor en su cabeza por el
golpe recibido hace minutos.
-Entiendo, muchacho, entiendo…
Mira, veámoslo así… ¿Tú qué crees que está pasando?
Raúl dejó de revisar los cajones
y respiró profundamente mientras se sentaba en el suelo, pasando una mano entre
su cabello revuelto.–No lo sé, Doc… En verdad no lo sé…
-Eres un vigilante en su turno nocturno,
Raúl, pero sé que no eres un imbécil. ¿No tienes una idea, por mínima que sea?
Entonces haz memoria, ¿qué fue lo que viste?
Raúl respiró de nuevo
profundamente, mientras sacaba del bolsillo en la camisa de su uniforme un
teléfono celular, comprobando que todavía seguía sin recibir señal. -Estaba
haciendo mi ronda, como cada noche…- dijo casi en un susurro. –Recuerdo también
que había estado algunas horas en la recepción, con René… Estábamos jugando
cartas y le iba ganando. Para la última mano él ya no tenía dinero… La
televisión estaba encendida durante las noticias, pero no le estábamos poniendo
atención… En nuestra última mano nos jugamos la ronda por la zona de estacionamientos
y el sótano… Y ahí me tocó perder. Tomé la radio, la linterna y salí a la ronda
mientras el cabrón se reía… A él le tocaría entonces su ronda por los pisos
superiores…
-Nunca subió- le interrumpió el
doctor mientras tomaba de las cajas apiladas en los anaqueles superiores todos
los paquetes de baterías que encontraba. –Tú siempre pasas por el laboratorio
al menos un rato, para saludar, ver como trabajo o para hacerme la misma pregunta
difícil que a tus hijos les hicieron en la escuela. Esa visita la tomó como
medida para saber que es tarde y tengo que irme. René nunca subió y cuando me
di cuenta pasaban de las once.
-Era un poco más temprano cuando bajé
al segundo estacionamiento- continuó Raúl. –Estaba cerca de estos almacenes, revisando
cada rincón y debajo de los pocos autos que se habían quedado ahí. No había nada
fuera de lo ordinario, pero entonces escuché un auto arrancando. No pude
reaccionar, llevaba encendidas las luces altas y me cegó por un momento. Sentí
el golpe directo en mi cadera y en mi hombro, cuando choqué contra el
parabrisas. Creo que rodé un par de metros sobre el suelo, estaba mareado y no
pude levantarme lo suficientemente rápido antes de que alguien empezara a
patearme en las costillas y a golpearme en la espalda con un portafolio. No podía
defenderme, pero alguien llegó por atrás del que me estaba pateando y lo golpeó
en la cabeza con el tubo de una lámpara de luz. De inmediato empezaron a
golpearse entre ambos.
“Yo los conocía a los dos,
Doctor. Los veía llegar al edificio
cuando me tocaba el turno diurno. Siempre me saludaban… Uno se llamaba Ramón y a veces se ofrecía a
comprarme la comida si yo no podía salir de la recepción… ¡Carajo, se estaban
matando a golpes frente a mí..! Me levanté e intenté acercarme para separarlos,
pero alguien más apareció y me golpeó en la cabeza con algo metálico. No supe
qué fue, pero me tiro al suelo, apenas conciente… ¡Puta madre, sigue sin señal
el teléfono!
-La tendrá cuando salgamos de
aquí, espero. Mejor vete preparando, muchacho.
Raúl se puso de pie y registró
los cajones del único escritorio que había dentro del almacén. Encontró algunos
cutters y los guardó en los bolsillos de su pantalón. El doctor había
encontrado los botiquines y ahora estaba despojándolos de todo lo que
considerara útil.
-¿Usted que vio, doctor?-
preguntó Raúl. El científico interrumpió lo que estaba haciendo y se sentó sobre
el escritorio.
-Tampoco lo sé muy bien… Cuando
me di cuenta de la hora tomé mis cosas y salí del laboratorio. El ascensor no
subía, estaba atorado en algún piso, así que bajé por las escaleras. Cuando
llegué a este nivel del estacionamiento entendí porque no había subido…
-¿René?- preguntó Raúl,
consternado.
El doctor asintió antes de
proseguir. –Cuando lo vi estaba tirado en el suelo y su torso evitaba que
cerrara el ascensor. Parecía que estaba respirando, pero no me acerqué a
revisarlo porque me distrajo el escándalo. Eran grupos pequeños o individuos
solitarios los que estaban llegando por la puerta del estacionamiento. Algunos venían
armados con palos u objetos pesados… De otros alcancé a ver que llevaban
pistolas o rifles.
-Me despertó un disparo- le interrumpió
Raúl. –Levanté la cabeza y los vi. No pude contarlos a todos, pero eran muchos.
Y algunos estaban disparándoles a otros casi a quemarropa; o los agarraban a
golpes hasta deshacerles la cara o romperles el cráneo con palos de madera o varillas
de metal. La verdad me dio mucho miedo… No podía levantarme rápidamente así que
me arrastré bajo algunos autos hasta que pude incorporarme sin llamar la atención…
Empecé a caminar para alejarme y hacia este almacén. El más cercano… Pero alguien
me agarró del brazo y yo le solté un golpe en… Lo siento, Doctor.
-No te apures- comentó el
aludido, frotando su brazo que aún resentía la fuerza del golpe que había
recibido. -Intentaba ayudarte, pero estabas muy aturdido, apenas permitiste que
te guiara hasta aquí. Hacías mucho escándalo con tus llaves y te las quité para
que no llamaras la atención. Finalmente abrí la puerta y pasamos. Mientras la
aseguraba con la llave y seguros, te derrumbaste en el suelo.
-¿Por cuánto tiempo?
-Un par de horas…
-¡Carajo!- masculló Raúl mientras
revisaba por enésima vez su celular. –¡¿Qué les ocurre a todos?!
-No tengo idea, Raúl, y no lo sabremos hasta salir de aquí. Por el
momento podemos suponerlo todo: un estallido súbito de violencia urbana; un
intento de asalto al edificio; una enfermedad o virus que los ha enloquecido y
los ha puesto violentos; una revuelta social, etc… Ellos son nuestro gato de Schrödinger,
encerrados dentro de una caja, y hasta que la abramos debemos suponer que todo
lo que te dije y todo lo que imagines está ocurriendo de verdad y al mismo
tiempo. Hay que prepararnos para todo eso. La señal de radio en mi celular
tampoco está llegando claramente, pero parce que lo mismo ocurre en toda la
ciudad. Llegaremos primero a mi auto, esperando que nadie lo haya vandalizado y
luego…
Raúl sacó la tonfa que llevaba
colgando en el cinturón y la giró nerviosamente en su mano. -¿Está diciendo
que, por estar aquí encerrados, no sabemos qué ocurre y debemos suponer que
todo lo que dice está pasando ahora mismo?
-Así funciona la mecánica cuántica,
muchacho… Cuando salgamos y tengamos más información sabremos que ocurre en…
-¿Qué pasa con los que están
afuera? ¿Realmente ninguno nos vio entrar aquí?
-Bueno, no lo sé con certeza…
Pero no han intentado entrar…
-¿No podrán imaginar que nosotros
estamos dentro de una caja con idénticas posibilidades de seguir vivos o
muertos? ¿No se estarán entreteniendo con la idea? ¿Y qué tal si realmente a mí
me gustara más la posibilidad de creer que, mientras estoy aquí adentro, todos
esos problemas están ocurriendo al mismo tiempo, a la idea de enfrentar un
único problema si salimos de aquí?
El doctor sujetó con fuerza el
garrote que había improvisado con palos de escoba y cinta canela, plantándose
desafiante ante el vigilante, quien le sacaba por lo menos una cabeza de altura.
-No voy a quedarme aquí, Raúl…
-Tal vez no tengamos que
hacerlo,- comento irónicamente el vigilante mientras afianzaba firmemente la
tonfa en su mano. –Tal vez ellos se harten y decidan abrir nuestra caja.
-¡No somos un experimento, Raúl! ¡Nosotros
tenemos el control, no ellos, ¿entiendes, cabrón?! ¡¡Nosotros!!
Raúl no respondió, pero dejó
escapar una risa nerviosa cuando escuchó el ruido de una llave al introducirse
en la chapa de la puerta tras él. Giró lentamente interponiéndose entre la
entrada al almacén y el Doctor, quien se recargó contra la pared mientras la
puerta se abría. Raúl sujetó fuertemente la tonfa y mentalmente se encomendó a
un Dios al que nunca le había rezado cuando distinguió al grupo de personas al
otro lado de la puerta, y reconocía en particular a quien iba a la cabeza, con
un manojo de llaves en una mano y una tonfa en la otra.
-Hola, Raúl- susurró René,
escupiendo sangre mientras hablaba.
* * *
No hay comentarios.:
Publicar un comentario