martes, 24 de diciembre de 2013

Los Otros 52, 19a Semana. "Desde Adentro"

Una Caja

DESDE ADENTRO

Ángel Zuare

-Entonces, ¿qué fue lo que pasó..? ¿Se volvieron locos o están enfermos?- preguntó Raúl mientras seguía registrando los cajones de los gabinetes.

-Bueno, la concepción de la mecánica cuántica nos indica que en estos momentos, hasta que salgamos de aquí, existe la superposición…

-Doctor, por favor…- le interrumpió Raúl alzando la voz, resintiendo así el dolor en su cabeza por el golpe recibido hace minutos.

-Entiendo, muchacho, entiendo… Mira, veámoslo así… ¿Tú qué crees que está pasando?

Raúl dejó de revisar los cajones y respiró profundamente mientras se sentaba en el suelo, pasando una mano entre su cabello revuelto.–No lo sé, Doc… En verdad no lo sé…

-Eres un vigilante en su turno nocturno, Raúl, pero sé que no eres un imbécil. ¿No tienes una idea, por mínima que sea? Entonces haz memoria, ¿qué fue lo que viste?


Raúl respiró de nuevo profundamente, mientras sacaba del bolsillo en la camisa de su uniforme un teléfono celular, comprobando que todavía seguía sin recibir señal. -Estaba haciendo mi ronda, como cada noche…- dijo casi en un susurro. –Recuerdo también que había estado algunas horas en la recepción, con René… Estábamos jugando cartas y le iba ganando. Para la última mano él ya no tenía dinero… La televisión estaba encendida durante las noticias, pero no le estábamos poniendo atención… En nuestra última mano nos jugamos la ronda por la zona de estacionamientos y el sótano… Y ahí me tocó perder. Tomé la radio, la linterna y salí a la ronda mientras el cabrón se reía… A él le tocaría entonces su ronda por los pisos superiores…

-Nunca subió- le interrumpió el doctor mientras tomaba de las cajas apiladas en los anaqueles superiores todos los paquetes de baterías que encontraba. –Tú siempre pasas por el laboratorio al menos un rato, para saludar, ver como trabajo o para hacerme la misma pregunta difícil que a tus hijos les hicieron en la escuela. Esa visita la tomó como medida para saber que es tarde y tengo que irme. René nunca subió y cuando me di cuenta pasaban de las once.

-Era un poco más temprano cuando bajé al segundo estacionamiento- continuó Raúl. –Estaba cerca de estos almacenes, revisando cada rincón y debajo de los pocos autos que se habían quedado ahí. No había nada fuera de lo ordinario, pero entonces escuché un auto arrancando. No pude reaccionar, llevaba encendidas las luces altas y me cegó por un momento. Sentí el golpe directo en mi cadera y en mi hombro, cuando choqué contra el parabrisas. Creo que rodé un par de metros sobre el suelo, estaba mareado y no pude levantarme lo suficientemente rápido antes de que alguien empezara a patearme en las costillas y a golpearme en la espalda con un portafolio. No podía defenderme, pero alguien llegó por atrás del que me estaba pateando y lo golpeó en la cabeza con el tubo de una lámpara de luz. De inmediato empezaron a golpearse entre ambos.

“Yo los conocía a los dos, Doctor.  Los veía llegar al edificio cuando me tocaba el turno diurno. Siempre me saludaban…  Uno se llamaba Ramón y a veces se ofrecía a comprarme la comida si yo no podía salir de la recepción… ¡Carajo, se estaban matando a golpes frente a mí..! Me levanté e intenté acercarme para separarlos, pero alguien más apareció y me golpeó en la cabeza con algo metálico. No supe qué fue, pero me tiro al suelo, apenas conciente… ¡Puta madre, sigue sin señal el teléfono!

-La tendrá cuando salgamos de aquí, espero. Mejor vete preparando, muchacho.

Raúl se puso de pie y registró los cajones del único escritorio que había dentro del almacén. Encontró algunos cutters y los guardó en los bolsillos de su pantalón. El doctor había encontrado los botiquines y ahora estaba despojándolos de todo lo que considerara útil.

-¿Usted que vio, doctor?- preguntó Raúl. El científico interrumpió lo que estaba haciendo y se sentó sobre el escritorio.

-Tampoco lo sé muy bien… Cuando me di cuenta de la hora tomé mis cosas y salí del laboratorio. El ascensor no subía, estaba atorado en algún piso, así que bajé por las escaleras. Cuando llegué a este nivel del estacionamiento entendí porque no había subido…

-¿René?- preguntó Raúl, consternado.

El doctor asintió antes de proseguir. –Cuando lo vi estaba tirado en el suelo y su torso evitaba que cerrara el ascensor. Parecía que estaba respirando, pero no me acerqué a revisarlo porque me distrajo el escándalo. Eran grupos pequeños o individuos solitarios los que estaban llegando por la puerta del estacionamiento. Algunos venían armados con palos u objetos pesados… De otros alcancé a ver que llevaban pistolas o rifles.

-Me despertó un disparo- le interrumpió Raúl. –Levanté la cabeza y los vi. No pude contarlos a todos, pero eran muchos. Y algunos estaban disparándoles a otros casi a quemarropa; o los agarraban a golpes hasta deshacerles la cara o romperles el cráneo con palos de madera o varillas de metal. La verdad me dio mucho miedo… No podía levantarme rápidamente así que me arrastré bajo algunos autos hasta que pude incorporarme sin llamar la atención… Empecé a caminar para alejarme y hacia este almacén. El más cercano… Pero alguien me agarró del brazo y yo le solté un golpe en… Lo siento, Doctor.

-No te apures- comentó el aludido, frotando su brazo que aún resentía la fuerza del golpe que había recibido. -Intentaba ayudarte, pero estabas muy aturdido, apenas permitiste que te guiara hasta aquí. Hacías mucho escándalo con tus llaves y te las quité para que no llamaras la atención. Finalmente abrí la puerta y pasamos. Mientras la aseguraba con la llave y seguros, te derrumbaste en el suelo.

-¿Por cuánto tiempo?

-Un par de horas…

-¡Carajo!- masculló Raúl mientras revisaba por enésima vez su celular. –¡¿Qué les ocurre a todos?!

-No tengo idea, Raúl, y  no lo sabremos hasta salir de aquí. Por el momento podemos suponerlo todo: un estallido súbito de violencia urbana; un intento de asalto al edificio; una enfermedad o virus que los ha enloquecido y los ha puesto violentos; una revuelta social, etc… Ellos son nuestro gato de Schrödinger, encerrados dentro de una caja, y hasta que la abramos debemos suponer que todo lo que te dije y todo lo que imagines está ocurriendo de verdad y al mismo tiempo. Hay que prepararnos para todo eso. La señal de radio en mi celular tampoco está llegando claramente, pero parce que lo mismo ocurre en toda la ciudad. Llegaremos primero a mi auto, esperando que nadie lo haya vandalizado y luego…

Raúl sacó la tonfa que llevaba colgando en el cinturón y la giró nerviosamente en su mano. -¿Está diciendo que, por estar aquí encerrados, no sabemos qué ocurre y debemos suponer que todo lo que dice está pasando ahora mismo?

-Así funciona la mecánica cuántica, muchacho… Cuando salgamos y tengamos más información sabremos que ocurre en…

-¿Qué pasa con los que están afuera? ¿Realmente ninguno nos vio entrar aquí?

-Bueno, no lo sé con certeza… Pero no han intentado entrar…

-¿No podrán imaginar que nosotros estamos dentro de una caja con idénticas posibilidades de seguir vivos o muertos? ¿No se estarán entreteniendo con la idea? ¿Y qué tal si realmente a mí me gustara más la posibilidad de creer que, mientras estoy aquí adentro, todos esos problemas están ocurriendo al mismo tiempo, a la idea de enfrentar un único problema si salimos de aquí?

El doctor sujetó con fuerza el garrote que había improvisado con palos de escoba y cinta canela, plantándose desafiante ante el vigilante, quien le sacaba por lo menos una cabeza de altura. -No voy a quedarme aquí, Raúl…

-Tal vez no tengamos que hacerlo,- comento irónicamente el vigilante mientras afianzaba firmemente la tonfa en su mano. –Tal vez ellos se harten y decidan abrir nuestra caja.

-¡No somos un experimento, Raúl! ¡Nosotros tenemos el control, no ellos, ¿entiendes, cabrón?! ¡¡Nosotros!!

Raúl no respondió, pero dejó escapar una risa nerviosa cuando escuchó el ruido de una llave al introducirse en la chapa de la puerta tras él. Giró lentamente interponiéndose entre la entrada al almacén y el Doctor, quien se recargó contra la pared mientras la puerta se abría. Raúl sujetó fuertemente la tonfa y mentalmente se encomendó a un Dios al que nunca le había rezado cuando distinguió al grupo de personas al otro lado de la puerta, y reconocía en particular a quien iba a la cabeza, con un manojo de llaves en una mano y una tonfa en la otra.


-Hola, Raúl- susurró René, escupiendo sangre mientras hablaba.

* * *

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