Describe a un elfo que conozcas en tu viaje |
HOMBRE DE MADERA
Ángel Zuare
Antes de subir hacia las colinas,
Tomás se detuvo en la solitaria estación de gasolina. Desmontó de la motocicleta
y cargó el combustible que creyó necesario para seguir su camino durante un par
de horas más, hasta que la oscuridad nocturna le obligara a buscar donde dormir.
Contrario a lo que imaginaba, el
hombre a cargo de la estación no le prestó mayor atención, no lo asistió ni le
hizo conversación. Se limitó a cobrarle la gasolina y a indicarle el tiempo y
distancia que haría al pueblo más cercano. Tomás le agradeció secamente y se ajustó
la chamarra hasta el cuello cuando las corrientes de aire empezaron a enfriarle
el pecho. Montó en la motocicleta y siguió su camino.
Era un largo camino que se
internaba en la oscuridad y las colinas. Condujo hasta que llegó al punto más
alto de la carretera, antes de que este serpenteara alrededor de las colinas
descendiendo hasta el valle, donde alcanzaba a ver las pocas luces nocturnas
del pueblo más cercano y el campanario de su iglesia principal. Orilló la moto lejos
de la carretera y permaneció unos minutos sobre el asiento, recargado sobre el manubrio
y contemplando el valle arbolado alrededor del pueblo, ignorando los continuos
timbrazos provenientes de su celular.
Se dispuso a seguir su camino y volteó
hacia atrás antes de arrancar la motocicleta. Fue entonces que lo vio.
Se estremeció un momento pues la primera
impresión que tuvo fue la de un hombre agazapado atrás de un árbol, marcado con
cicatrices por todo su cuerpo desnudo. La piel y el cabello de aquel hombre
tenía una textura similar a la madera de los árboles y sus brillantes ojos
blancos lo miraban con intensa y sincera curiosidad.
Cuando sintió que el peso del
silencio empezaba a abrumarlo, Tomás decidió romperlo: –Hola.
-Hola- respondió el hombre de
piel de madera.
-¿Necesitas ayuda? ¿Qué haces
hasta acá y a esta hora?
El hombre de madera avanzo unos
pasos y Tomas distinguió que venía descalzo.
Se asustó un poco cuando vio que, en el lugar entre las piernas donde debería estar
el pene y los testículos del hombre, existía sólo una retorcida grieta nudosa
de madera. Tenía la altura y la complexión de un hombre normal, pero su caminar
era silencioso, como si no pisara la tierra y las hojas secas sobre la
carretera. El hombre levantó su mano, señalando la motocicleta entre las
piernas de Tomás. -¿Qué animal es ese?- le preguntó.
-No es un animal… Es una
motocicleta. ¿Nunca has visto una?- Tomás hizo rugir el motor una vez y el
hombre de madera dio un salto hacia atrás por la impresión, pero volvió a
acercarse, mirando curiosamente al vehículo.
-Qué extraña criatura- comentó el
hombre. -¿Estás vinculado a ella?
-Claro que no- respondió Tomás,
bajando de la moto y sin dejar de mirar hacia ambos lados de la carretera, en
caso de que algo o alguien llegara corriendo contra él. Midió en su mente el
tiempo que le tomaría llegar a las alforjas de la moto y sacar la primera
herramienta que alcanzara, en caso de tener que defenderse.
Sin embargo no dejaba de sentirse
simpáticamente incómodo mientras el hombre de madera lo miraba fijamente,
recorriéndole el cuerpo con sus ojos. -Qué extraña ropa tienes-, comentó.
-Es mi ropa. Pantalones. Chamarra.
Guantes y zapatos- El hombre de piel de madera sonrió y dividió su atención
entre la ropa de Tomás y su motocicleta. -¿Acaso usted es un Dios- le preguntó
expectante.
-No. Me llamo Tomás- le respondió
al mismo tiempo que le extendía la mano.
-Tépetl- respondió el hombre de
madera, también extendiendo su mano. Las manos de ambos hombres se
confundieron, como si estuvieran hechas de niebla.
-¡Jesucristo!- dijo Tomás.
-¡Por todos los dioses!- comentó
Tépetl -No estás aquí. Eres un espíritu.
-O tú una alucinación-, agregó
Tomás.
-¿Qué es una alucinación-
preguntó Tépetl. Tomás sonrió y se revolvió el cabello con la mano. –No importa
realmente… Esto me recuerda una historia que leí en la escuela.
-Yo no recuerdo ningún relato de
nuestros ancestros que se parezca a esto. ¿Qué dice tu historia, Tomás?
-Dos personas se encuentran a mitad
de un camino, así como tu yo. Uno es humano, el otro es un marciano…
-¿Qué es un marciano?
-Alguien que es muy distinto a
mí, o a ti. Ninguno puede tocarse ni ver lo que el otro puede observar.
-¿A qué te refieres?
-¿Ves el pueblo allá abajo, en el
valle? ¿Ves las calles empedradas y su iglesia? ¿Las luces de los postes y
dentro de las casas?
-Veo las luces de las antorchas
puestas alrededor de nuestro adoratorio. Veo las calzadas marcadas en la tierra
y las luces dentro de unas cabañas donde sus habitantes no se han ido a dormir
todavía.
Toma estuvo a punto de repelar
que no estaban viendo las mismas cosas, pero al ver a Tépetl tan animado y
seguro de lo que veía decidió no hacerlo.
-Veo también…– prosiguió el
hombre de madera, –… las estrellas a través de ti. ¿Tú ves lo mismo?
-Veo los árboles y las estrellas
a través de tu piel.
-¿Es como en tu historia?
-Así es. Ambos dudan que el otro sea
real y no pueden ponerse de acuerdo ni demostrarlo. No llegan a ninguna parte.
-¿Y a dónde quieres llegar, mi amigo?
Tomás guardó silencio un segundo
y desvió su mirada de los ojos brillantes de Tépetl. Su voz se entrecortó mientras
hablaba:
-No… No voy a ningún lado… Mi
papá… Nunca he llegado a ningún lado…
-Has llegado hasta aquí-
interrumpió Tépetl. -Hasta este punto. Hasta nosotros… Quisiera contarle tu
historia a mi gente esta noche, cuando llegue a mi pueblo. ¿Cómo termina?
Tomas extendió de nuevo su mano.
–Así, con una despedida… Me gustaría mucho escucharte contarle esto a tu gente.
-A mi gustaría mucho viajar en
tu… Motocicleta. ¿Volveremos a encontrarnos?
-¿Quién sabe? A lo mejor otra
noche.
-Adiós, mi amigo.
-Adiós
Tépetl dio un salto por encima de
Tomás y su moto, perdiéndose entre las copas de los árboles que descendían al
valle. El celular volvió a sonar y ahora sí tomó la llamada de su hermana.
-Hola, Nayeli… Si, lo sé… Lo
lamento… Voy de regreso…
Dio vuelta a la moto para
regresar por el camino que había llegado. La noche era oscura. La luna se había
puesto. La luz de las estrellas parpadeaba sobre la carretera, ahora desierta y
silenciosa. Y así siguió, sin un ruido, sin un automóvil, sin nadie, sin nada,
durante toda la noche oscura y fresca.
* * *
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