¿Dónde te ves dentro de 30 años? |
AL FINAL DE CUENTAS
Ángel Zuare
Dentro de 30 años estaré muerto,
pero viviré en tu casa. Te veré salir todas las mañanas temprano rumbo al gimnasio
o a correr en el parque, regresando luego de dos horas, sudoroso y permitiéndote
caer sobre tu cama, a veces por cinco minutos, a veces por una hora. Te veré
desayunar mientras miras el televisor, sentado en el sofá porque realmente eres
muy holgazán para despejar la mesa, llena de cajas de pizza, botellas de
refresco, papeles del banco o de la oficina. Luego te veré bañarte y vestirte
antes de salir rumbo a tu trabajo. Entonces estaré solo y pasaré el tiempo
viendo a las moscas fruteras sobrevolar el lavabo de tu cocina, o veré al sol
pasar sobre tu balcón, secando tu toalla del baño o la ropa recién lavada que
has colgado afuera. A veces miraré como un calcetín sale volando a causa del
viento y cae hasta la calle, donde nunca irás a recogerlo porque te será más
fácil darlo por perdido.
Veré a las arañas e insectos salir
de los rincones sucios de la casa para andar sobre las paredes y los techos. Escucharé
los pasos de los vecinos del piso superior mientras hacen la limpieza,
arrastrando ruidosamente las sillas de su comedor y colgando ropa recién lavada
en el balcón, escurriendo directamente sobre el tuyo. Notaré como algunas
grietas en los muros se hacen cada vez más grandes y, si llueve, observaré el agua
encharcar el balcón o meterse por la ventana de tu recámara, que olvidaste
cerrar de nuevo.
Por la tarde regresarás del
trabajo, quitándote el saco y aflojando tu corbata antes de cruzar la puerta.
Pasarás una hora en el baño jugando con tu Tablet y saldrás a tiempo para ver la
repetición de Criminal Minds por la
tele, o apresurado porque se te hizo tarde para encontrarte con tus amigos en
el cine o en el bar de donde, si hay suerte, regresarás acompañado. Entonces
veré a ambos a través de la puerta entreabierta de tu cuarto, desvistiéndose
mutuamente y arrojándose sobre a la cama, respirando cada vez más agitados
hasta que al final exploten en un orgasmo que los deje inertes sobre el colchón
un par de minutos, hasta que tu acompañante de esa noche se vista mientras tú
le pides un taxi.
Y si algunas de estas visitas
pasa más de una noche o varios días contigo, los veo llegar e irse juntos
durante un tiempo, ríen y discuten en varias ocasiones y si de repente cesan
sus visitas por completo, entonces te veré llorar durante horas tirado en la
cama o el sofá, dentro del baño o frente a la comida porque no sabes que tienes
ese problema. Pero con el paso de las semanas y los meses te veré recuperándote
e invitando de nuevo a tus amigos aquí para ver películas, el Súper Bowl, el
box o para celebrar un cumpleaños.
Entonces, cuando se marchen y
estés limpiando el desorden, vendrás a mí porque, por alguna razón, encuentras
en mi algún consuelo que todavía no entiendo. Y no de mis palabras impresas con
letra de molde y un diseño editorial profesional, sino de aquellas que alguien
garabateó en mi primera página, con pluma de tinta azul y letra cursiva:
Para Marco. Al final uno sigue vivo. Al final de cuentas uno no se murió.
Desde que viste esta dedicatoria
mientras curioseabas en librerías de viejo por las calles del centro, te has
preguntado quién fui yo o quién pudo haberme dedicado esas palabras, que años
más tarde supiste que las escribió originalmente Monterroso. Sea cual fuese el
motivo, decidiste comprar un libro del que nunca has leído más allá de la página
dedicatoria.
Mi papel se pone más amarillo
cada año y las páginas están empezando a caerse, pero si llego a dudar de mi
propia existencia me miró reflejado en un espejo colocado frente al librero, en
la sala, a través del cual también puedo ver la lluvia caer frente a la ventana
y el balcón. Y se siente bien.
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