Los complejos multi-salas, abominación absoluta de una
distinguida tradición de entretenimiento y cultura. Pues, ¿qué puede ser peor
que el afán capitalista de amontonar a la misma cantidad de público que quiere
ver una película en un espacio reducido a la mitad, pobremente decorado y de
asientos incómodos? Y por parte del público, ¿acaso existe algo más
irresponsable que presentarse en un cine sin saber qué película va a ver,
esperando escoger el menor de los males entre dos, tres o hasta cinco opciones?
¿Dónde queda la tradición de escoger la película, horario y el cine en la
cartelera de los periódicos con uno o dos días de antelación? ¿El salir del
trabajo o de la casa en pareja, con la familia o solo, arreglándose y vistiendo
la mejor ropa de la tarde para llegar al cine y conversar con algunos conocidos
en el lobby, comprar algo en la dulcería y finalmente ingresar al auditorio o
subir a la galería para ocupar nuestro asiento? ¿Acaso nuestra pobre capacidad
de elección y ritmo acelerado de la vida cotidiana nos obliga a buscar opciones
para facilitar nuestra comodidad y entretenimiento? Abominable, les digo. Abominable.
Al menos esto imagino que muchas personas habrán dicho
hace varios años, cuando los primeros complejos de cines multi-salas
aparecieron en la Ciudad de México, a mediados de los años 80. En verdad estoy
especulando al respecto, pero no dudo que antes el elegir pasar una tarde de
cine se basaba mucho en la planeación y no presentarse a ciegas en el cine del
barrio para ver la película que estuviera exhibiéndose esa semana. En cambio,
aquellos que nacimos entre las décadas de los 70 y 80 recordamos las multi-salas
como una variación siempre presente en este servicio de entretenimiento, casi
siempre vinculadas a nacientes plazas comerciales como Perisur, Satélite o Universidad.
El Alfa y Omega
fueron mis primeros cines multi-sala. Ubicados en la zona centro de la Ciudad
de México y con un nombre cargado de una originalidad clásica y resonancia
bíblica, recuerdo haber visto aquí películas como Annie o Robocop, pero en
realidad guardo mejores recuerdos de los Multicinemas Plaza Universidad, uno
de tantos complejos Multicinemas Organización
Ramírez que en esos años dominaban los espacios de los nuevos centros
comerciales. Y en particular Plaza
Universidad abrió las puertas a este mercado como el primer centro
comercial moderno de la Ciudad de México, convirtiéndose en punto de reunión obligado
de jóvenes y burgueses ansiosos de comprar en la primera tienda Sears del país.
La primera película que vi en esta zona fue Big
Trouble en Little China, traducida como Rescate en el Barrio Chino. Aquí es donde el recuerdo se fragmenta,
pues no puedo precisar si la vi en los Multicinemas
de Organización Ramírez o en el emblemático Dorado 70, ubicado dentro
de la misma plaza y a pocos metros de distancia. Lo que sí recuerdo fue un
almuerzo previo de comida china (casualmente) en un área de fast-food
pobremente diseñada en materia de espacio; la multitud de sábado por la tarde y
la película, obviamente, el primer filme de John Carpenter que vi en una pantalla grande; el encanto endémico
de Kurt Russell en su personaje de Jack Burton, los llamativos efectos
especiales prácticos de la época, una historia que escalaba progresivamente fuera
de toda proporción de coherencia y verosimilitud, entre artes marciales y recintos
antiguos decorados con luces de neón.
Sin embargo, independientemente del cine donde vi esta
película, los Multicinemas de Plaza Universidad
fueron un espacio relevante en mi vida de cinéfilo; era el cine a donde me fui de
pinta en varias ocasiones y el primero donde me colaba entre funciones, cuando
sus empleados aún batallaban para controlar el flujo de gente que ingresaba a
sus cinco salas, en horarios de dos, cuatro, seis y ocho de la tarde. En
realidad fue más importante para mí que el Dorado
70, que cerró sus puertas a mediados de los años 90, mientras que los Multicinemas Ramírez mutaban con la
misma plaza y sus arreglos, especialmente a principios de los años 2000 y
paralelo al cambio de Organización
Ramírez a Cinépolis, convirtiéndose
así, de un chiquero de cinco salas tristemente diseñadas a uno de los complejos
más importantes de la ciudad.
Renovarse o morir, hablando de leyes evolutivas
aplicadas a salas de cine.
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