Lo primero que capturó mi atención al ver en persona a
George A. Romero fue lo alto que
era. Más de un metro con noventa centímetros que lo hacían verse imponente, aún
encorvado por los efectos de la edad, el cansancio y el fastidio de un evento tan
mal organizado como lo fue el Hallowfest
en octubre del 2011, para el cual asistió como invitado de honor.
¿Cuándo se vuelve válido decir que se conoce a George A. Romero antes de tenerlo enfrente
para realizarle una entrevista destinada a una página web y un video de YouTube? ¿Es cuando ya has visto toda su
filmografía, incluyendo aquellos filmes que el mismo director ha olvidado o
minimizado con los años? ¿Es si ya puedes recitar datos y trivialidades sacadas
de su biografía en Wikipedia o ficha
de IMDB? ¿O es cuando te enteras si
sus emblemáticos y gigantescos anteojos los usa de ese tamaño por costumbre,
gusto o prescripción médica?
No, en este caso tal vez puedo decir que conocí un poco mejor a George A. Romero cuando, ahogando una risa de frustración, nos confiesa antes que cualquier otra cosa que el Hallowfest fue un evento mal ejecutado desde sus cimientos, sin importarle que sus organizadores estuvieran a unos pasos de nosotros, fingiendo no escuchar esa sincera reprimenda. Nosotros, en cambio, reímos un segundo y nos disculpamos por los inconvenientes, motivados más por una conciencia nacional hacia los fanáticos que por solidaridad a los organizadores de dicho evento, quienes ya también nos debían varias. Y entonces hablamos de zombies.
¿Mi primer contacto con George A. Romero? Un VHS de La
Mitad Siniestra reproducido en la sala de mi casa y el cual realmente no me
dejó mayores recuerdos. Pero si hablamos de mi primer acercamiento consciente a
su trabajo, afortunadamente puedo decir que fue con la misma obra por la que siempre
será recordado; La Noche de Los Muertos Vivientes, en una función especial del
festival Macabro en la Cineteca
Nacional, en agosto del 2008. Como si se tratará de una pincelada en blanco y
negro, la película borró todo los prejuicios y lugares comunes que ya tenía
cimentados sobre el género, presentándome la paranoia, la angustia y la irónica
de la situación por encima de los efectos especiales, lo grotesco y lo
sangriento.
Uno no olvida películas de esta naturaleza. Incluso —todavía
mejor— te acompañan el resto de tu vida, surgiendo repentinamente en tus
charlas de sobremesa, en tu percepción de las noticias diarias y en la creación
de tu propio trabajo. Posteriormente estás dividiendo tu apreciación de estas
criaturas monstruosas entre zombies-corredores de Snyder, infectados de Boyle o
zombies de Romero, considerando esta como una clasificación tan inalcanzable y
digna, a la vez que impracticable y poco atractiva para un público más joven.
Fue hasta el 2011 que nuevamente volví a pensar en George A. Romero, en sus aspectos más
intrascendentes como su imponente altura y sus visitas anuales a la casa que
tenía en Los Cabos para vacacionar. La entrevista que le realizamos entonces
para Reino Geek fue en el mismo hotel
donde se hospedó y donde también se celebró el malogrado Hallowfest. Dicho hotel resulta estar bastante cerca mi casa, paso
con frecuencia frente a este y en esos momentos me permito recordar detalles de
este encuentro, como la facha en la que yo me encontraba ese día, lo incómodo
que Romero estaba por tener que dar una entrevista más en el único día libre
que los organizadores del evento le habían otorgado y lo noble que se portó al
no descargar esa frustración con nosotros, si bien me pareció que su mujer sí
nos quería asesinar con la mirada.
¿Qué guardo de ese último contacto con George A. Romero? El recuerdo de una
charla semi-formal sobre su apreció a la comunidad de fans mexicanos; su
carácter tranquilo y humilde, propio de un director que siempre prefirió
trabajar con presupuestos bajos para tener mayor control de su obra; su honesto
asombro al saber que tiene, en igual medida, fans de setenta años que de quince;
la revelación ante mis ojos de que nunca le llamó zombies a su creaciones, pero
dejó que la gente lo hiciera; así como su fascinación por las marchas zombies en
varios países. Sí, recordaré, al igual que la mayoría de ustedes, muchas cosas
de George A. Romero y su cine.
Especialmente que era alto... Era bien pinche alto.
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