En 1989 yo jugaba Nintendo.
Mucho Nintendo. También veía
películas y televisión, leía libros y comics y jugaba con mis amigos en la
calle, igual que todos, pero también jugaba Nintendo.
Ya he hablado mucho de ello en este espacio y posiblemente continúe haciéndolo,
pues Nintendo ha sido una parte
significativa en mi vida y en los aspectos que uno no percibe hasta que se
reencuentra con su vieja consola NES o Súper NES y sus correspondientes
cartuchos, guardados en una caja bajo la cama, o cuando bajas tus primeros
emuladores para la computadora y el celular, o cuando vez un anuncio en
Internet de que Netflix va a producir una serie animada de Castlevania.
Uno se emociona todavía más cuando la misma plataforma
de Netflix empieza a anunciar la
fecha de estreno de la serie y lanza las primeras imágenes. Pero en mi caso
particular la situación tomó otra perspectiva cuando, al correr el primer
episodio, me doy cuenta de que la serie se narra principalmente desde la
perspectiva de Trevor Beltmont y no de la de su descendiente, Simon, el protagonista
más afamado de la franquicia. Si, uno se emociona realmente, pero creo que a
muy pocos les sacaría un suspiro de nostalgia y una lagrimita de emoción.
De nuevo, en 1989 jugaba Nintendo y compraba mis juegos en los puestos callejeros de
República del Salvador, el tianguis dominical de Filadelfia y en la tienda
oficial de Nintendo, sobre la avenida
Insurgentes y frente al World Trade
Center. Fue aquí donde adquirí mi copia de Castlevania III Dracula’s Curse,
con precio de descuento por tener mi pasaporte de Fan Club de Nintendo (el primer programa de cliente frecuente que
tuve). Yo ya conocía y había jugado las primeras entregas de la serie: Castlevania y Castlevania II, Simon’s Quest, ambos protagonizados por Simon
Belmont, legendario cazador de vampiros y poseedor de un látigo consagrado, capaz
de destruir a las criaturas de la oscuridad y al mismísimo Lord Drácula,
Príncipe de las Tinieblas y a quien incluso la misma muerte obedece. Pero en Castlevania
III el protagonista era Trevor Belmont, ancestro de Simón. Entonces la
experiencia ante mis ojos fue otra, no sólo por una evidente mejora de gráficos
música y dinámica de juego, sino por una sensación de asombro y descubrimiento
que me recordaba porque amaba (y sigo amando) los juegos de video del clásico
NES.
Fueron horas de exploración, búsqueda, prueba y error,
frustraciones y sensaciones de éxito, en solitario o con los mejores amigos en
mis años de primaria. Fue quedarnos atorados en la torre del reloj durante
horas, tratando de vencer a un poseído Grant Danasty hasta hartamos y lanzarnos
en un ataque suicida que, sorprendentemente, funcionó. Fue encontrar a Sypha
Belnades en el bosque y pensar originalmente que era hombre. Fue enfrentar a un
vampiro llamado Alucard sin tener idea entonces de la importancia de su nombre
y la que los años venideros le darían al personaje. Fue el desarrollar
estrategias con la habilidad de Grant para escalar, la magia elemental de Sypha,
los poderes vampíricos de Alucard y las armas de Trevor para cruzar varios
niveles y así llegar hasta Drácula, que entonces tenía la horrible sorpresa de
tomar tres formas distintas antes de ser derrotado, provocándome pesadillas en
el proceso.
Fue acabar el juego una vez y darle una segunda vuelta
para sacar un final diferente —propio en los juegos de Konami— y hacerlo de nuevo para ver las variantes de cada final,
dependiendo si lo terminabas en compañía de Grant, Sypha, Alucard o sólo con
Trevor. Fue tener que mejorar mi inglés para entender, leyendo los textos en pantalla,
que después de la batalla Grant se dedicaría a ayudar a reconstruir la ciudad
de Wallachia, destruida por Dracula; que Alucard se sentía culpable por haber
colaborado en la destrucción de su padre; que Sypha y Trevor permanecerían juntos y que el nombre
Belmont sería honrado por toda la gente desde entonces.
Y tal vez así fue de cierta manera, porque realmente nunca
olvidas aquello que llenó de emoción tus tardes de infancia, así fueran unos y
ceros a través de un procesador de ocho bits, los amigos con quienes lo
compartiste o el Thank You For Playing
mostrado sobre una pantalla de televisión análoga.
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