jueves, 27 de julio de 2017

Middle Age Freak: Castlevania, Gracias Por Jugar


  
En 1989 yo jugaba Nintendo. Mucho Nintendo. También veía películas y televisión, leía libros y comics y jugaba con mis amigos en la calle, igual que todos, pero también jugaba Nintendo. Ya he hablado mucho de ello en este espacio y posiblemente continúe haciéndolo, pues Nintendo ha sido una parte significativa en mi vida y en los aspectos que uno no percibe hasta que se reencuentra con su vieja consola NES o Súper NES y sus correspondientes cartuchos, guardados en una caja bajo la cama, o cuando bajas tus primeros emuladores para la computadora y el celular, o cuando vez un anuncio en Internet de que Netflix va a producir una serie animada de Castlevania.



Uno se emociona todavía más cuando la misma plataforma de Netflix empieza a anunciar la fecha de estreno de la serie y lanza las primeras imágenes. Pero en mi caso particular la situación tomó otra perspectiva cuando, al correr el primer episodio, me doy cuenta de que la serie se narra principalmente desde la perspectiva de Trevor Beltmont y no de la de su descendiente, Simon, el protagonista más afamado de la franquicia. Si, uno se emociona realmente, pero creo que a muy pocos les sacaría un suspiro de nostalgia y una lagrimita de emoción.


De nuevo, en 1989 jugaba Nintendo y compraba mis juegos en los puestos callejeros de República del Salvador, el tianguis dominical de Filadelfia y en la tienda oficial de Nintendo, sobre la avenida Insurgentes y frente al World Trade Center. Fue aquí donde adquirí mi copia de Castlevania III Dracula’s Curse, con precio de descuento por tener mi pasaporte de Fan Club de Nintendo (el primer programa de cliente frecuente que tuve). Yo ya conocía y había jugado las primeras entregas de la serie: Castlevania y Castlevania II, Simon’s Quest, ambos protagonizados por Simon Belmont, legendario cazador de vampiros y poseedor de un látigo consagrado, capaz de destruir a las criaturas de la oscuridad y al mismísimo Lord Drácula, Príncipe de las Tinieblas y a quien incluso la misma muerte obedece. Pero en Castlevania III el protagonista era Trevor Belmont, ancestro de Simón. Entonces la experiencia ante mis ojos fue otra, no sólo por una evidente mejora de gráficos música y dinámica de juego, sino por una sensación de asombro y descubrimiento que me recordaba porque amaba (y sigo amando) los juegos de video del clásico NES.


Fueron horas de exploración, búsqueda, prueba y error, frustraciones y sensaciones de éxito, en solitario o con los mejores amigos en mis años de primaria. Fue quedarnos atorados en la torre del reloj durante horas, tratando de vencer a un poseído Grant Danasty hasta hartamos y lanzarnos en un ataque suicida que, sorprendentemente, funcionó. Fue encontrar a Sypha Belnades en el bosque y pensar originalmente que era hombre. Fue enfrentar a un vampiro llamado Alucard sin tener idea entonces de la importancia de su nombre y la que los años venideros le darían al personaje. Fue el desarrollar estrategias con la habilidad de Grant para escalar, la magia elemental de Sypha, los poderes vampíricos de Alucard y las armas de Trevor para cruzar varios niveles y así llegar hasta Drácula, que entonces tenía la horrible sorpresa de tomar tres formas distintas antes de ser derrotado, provocándome pesadillas en el proceso.


 

Fue acabar el juego una vez y darle una segunda vuelta para sacar un final diferente —propio en los juegos de Konami— y hacerlo de nuevo para ver las variantes de cada final, dependiendo si lo terminabas en compañía de Grant, Sypha, Alucard o sólo con Trevor. Fue tener que mejorar mi inglés para entender, leyendo los textos en pantalla, que después de la batalla Grant se dedicaría a ayudar a reconstruir la ciudad de Wallachia, destruida por Dracula; que Alucard se sentía culpable por haber colaborado en la destrucción de su padre; que Sypha  y Trevor permanecerían juntos y que el nombre Belmont sería honrado por toda la gente desde entonces.




Y tal vez así fue de cierta manera, porque realmente nunca olvidas aquello que llenó de emoción tus tardes de infancia, así fueran unos y ceros a través de un procesador de ocho bits, los amigos con quienes lo compartiste o el Thank You For Playing mostrado sobre una pantalla de televisión análoga.

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