Recuerdo la primera vez que vi a Hugh Jackman en una pantalla
de cine. Fue durante una proyección de X-Men y entiendo que muchos no
consideren notable esta anécdota, pero es uno de mis recuerdos más arraigados,
ténganle paciencia.
Una tarde de jueves, al punto de las seis de la tarde,
asistí a las salas de cines de Pabellón Polanco para la proyección de Snow
Day, una comedia de Paramount Pictures y
Nickelodeon Movies, protagonizada por Chevy Chase. Era una comedia
ligera para teens, disfrutable y, por
algún motivo todavía desconocido para mí, muy arraigada a mi memoria. Tal vez
por lo que ocurrió después.
Saliendo de la función noté la fila para ingresar a la
sala contigua y la mesa donde se registraba a los asistentes para otro evento; una
proyección de la primera película de X-Men. Hasta la fecha ignoro si la
función era para medios de comunicación u otro tipo de audiencia, pero decidí
que realmente no perdía nada intentando dar el infame gafetazo, utilizando la
credencial que me habían dado en el Excelsior, como colaborador para su Revista
de Revistas.
Para mi sorpresa, funcionó, así que pude pasar -ante
las incrédulas miradas de algunos compañeros de oficio- y sentarme a ver X-Men
un día antes de su estreno nacional. Y presenciar con similar antelación la
entrada de Hugh Jackman y su
interpretación de Wolverine al
ideario cinematográfico popular.
Creo que, en algún momento, toda generación pasa por algo parecido: El poder presenciar la entrada triunfal de un actor que, con el paso de los años, se convierte en icono de la industria, ejemplo de oficio y método, admirado por la afición, libre del encasillamiento de su rol más popular e, irónicamente, perpetuado en la memoria de muchos por el mismo.
Para algunos tal vez fue ver a Heath Ledger en A Knight's Tale (2001), a Tom Hanks en Splash! (1984), a Meryl Streep en Kramer Vs. Kramer (1979),
a Dustin Hoffman en The
Graduate (1967) o a Steve McQueen en The
Blob (1958), pero en general la sensación es la misma: Una certeza
profunda, inadvertida y casi insensible de que estamos presenciado algo muy
especial, que nos hará seguir los pasos de dicho actor, sea o no nuestra
intención. Ya sea que busquemos sus próximas películas o estas se atraviesen en
nuestro videoclub o canal de streaming,
lo veamos en entrevistas para televisión o en las secuelas de las películas que
le dieron renombre en primer lugar, e incluso aquellas donde trata de librarse
de ellas.
En el caso de Hugh
Jackman hablamos, además, de videos tomados furtivamente en funciones de Broadway y donde manda a callar a un
espectador que no apaga su celular; sus espectaculares presentaciones en los Oscares o los Tony; o la premier en México de X-Men Origins: Wolverine -retrasada
varias semanas por las acciones de contención por la pandemia de influenza H1N1-,
cuando entró al escenario del Auditorio Nacional, ondeando la bandera de México
y diciendo que nuestro país era tan indestructible como Wolverine.
Sea cierto o no que con Logan -su más reciente interpretación de este personaje- atestiguamos el final de un ciclo, que para muchos empezó en una sala de cine de Polanco, la verdad es que hay muchas cosas que se quedan en la memoria. Y se las contaremos a las generaciones venideras, con la misma certeza y confianza con la que nuestros padres nos dijeron que no existirá un mejor Superman que Christopher Reeve o un mejor Hombre Araña que Tobey Maguire. Así que, el tiempo nos de la razón o no…
No habrá mejor Wolverine que Hugh Jackman.
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