Hay algunas cosas y situaciones que me gusta describir como accidentes de carretera; estás consiente
de que son terribles, pero, realmente, no puedes dejar de verlos. Y las
películas de M. Night Shyamalan
entran en esta clasificación para mí. Y es que, desde hace varios años, el trabajo
de este realizador, luego de su portentoso éxito The Sixth Sense, presentó un declive constante y mucho más
pronunciado con sus últimos trabajos: After Earth, The Happening y Lady
in The Water. Curiosamente The Visit es una película mejor realizada, pero que no destacó en su periodo de exhibición, mientras que The Last Airbender
es un punto y aparte, más un producto defectuoso desde pre-producción que una
mala película de su director.
Sin embargo, no dejo de estar atento a su trabajo ni
pierdo oportunidad de verlo, pues sus recursos como narrador cinematográfico continúan
siendo atractivos –a pesar del abuso de los mismos -, aunque sus habilidades de guionista
siguen siendo cuestionables, en gran parte por su constante recurso al twist o giro de tuerca, empleado más
como un recurso para sorprender superficialmente a su audiencia que como un
elemento de desarrollo verosímil para sus historias.
Y luego llegó Split.
El argumento general de esta historia -un psicópata que desarrolla múltiples personalidades- no es el más original de la industria (los remito a Raising Cain, de Brian de Palma, un filme maravilloso bajo la misma temática), pero sí podemos afirmar que este es un afortunado regreso del director a un cine mejor elaborado y realizado como un producto único y en perfecta comunión entre imagen e historia. No deja de presentar algunos defectos que han marcado la carrera de Shyamalan (cierta incapacidad para emplear a sus actores de carácter, abuso de primeros planos en tomas de objetos y empleo de determinada gama de colores), pero no sobrepasan la concepción de un argumento bien desarrollado y un twist que, finalmente, sirve para acceder a una faceta vedada en las vidas de protagonista y antagonista, permitiéndonos conocerlos más íntimamente dentro de un marco establecido, en lugar de alterarlo bruscamente con una sorpresa. En cambio nos ofrece un inesperado vínculo con sus trabajos anteriores y que nos deja preguntándonos por sus planes a futuro y si la idea que -como espectadores y seguidores de su trabajo- empezamos a generar en nuestras mentes, realmente pudiera ser realizada.
M. Night Shyamalan
está todavía muy lejos de volver a ser considerado un director innovador y de
prestigio como la crítica y la prensa lo vendió luego del éxito del Sexto Sentido, pero Split nos presenta un
autor que aún tiene recursos que pueden encaminarlo en esa senda.
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