Tropiezas y caes |
Ángel Zuare
-¡¡CORREEEEE!!
Realmente no había sido la mejor
de sus citas. Él no había sido grosero. Tal vez un poco desatento. No le había
abierto la puerta del auto en ningún momento ni la dejó entrar primero al
restaurante. También parecía incapaz de recordar en qué trabajaba ella, por más
que se lo recordara. Ni siquiera la obsequió con algún detalle o un adorno
especial para su vestido de esa noche. No ordenó la comida por ella ni se
levantó del asiento cuando ella anunció que iría al baño mientras lo dejaba
liquidando la cuenta.
Sin embargo, cuando ambos salieron
del restaurante, ella sintió que repentinamente la sujetaba del brazo para
ponerla detrás de él, mientras le gritaba.
-¡¡CORRE, ESTÚPIDA, CORRE!!-
volvió a gritarle mientras ella alcanzaba a ver como su acompañante se perdía
repentinamente en el mar de cuerpos, manos y cabezas que cayeron súbitamente
sobre él y otros comensales que esperaban junto al valet parking. Ella lanzó un grito y retrocedió los pasos
suficientes para girar y empezar a correr hacia el lado contrario.
Mientras lo hacía escuchaba tras
ella gritos, rugidos y golpes que iban creciendo en cantidad y volumen, incluso
mientras empezaba a doblar en las primeras esquinas a las que llegaba, pasando
junto a otros restaurantes y bristos,
donde sucedían escenas similares. Algunos cuerpos, envueltos en abrazos
violentos, salían a través de los ventanales o las puertas de cristal, rodando
hasta la calle, donde eran arrollados por conductores y ciclistas totalmente imprudentes.
Cubrió su boca más de una vez para
ahogar sus gritos y no llamar la atención, mientras seguía corriendo. Sus
tacones altos chocaban contra el asfalto y vestido ondeaba al viendo frío de
aquella noche a la que, sin duda, ya no alcanzarían a llegar al teatro, show
nocturno o lo que su cita tuviera planeado. Ni siquiera consideró regresar al
auto pues ignoraba donde quedaba el estacionamiento del valet parking, ella no tenía las llaves y no sabía manejar en
manual.
Lanzó una exclamación de susto y
se replegó en una esquina cuando encontró un grupo de personas corriendo hacia
ella, con sus ropas desgarradas, armas improvisadas en sus manos, miradas
enloquecidas y rostros desencajados. Aprovechó que siguieron de largo por la
calle y que no la habían visto para retroceder unos pasos antes de correr hacia
el otro lado.
Dobló varias esquinas más, perdiéndose
ente calles oscuras donde sólo podía escuchar rugidos que parecían provenir de
todos lados, obligándola a levantar sus manos hacia su cara, para protegerse de
ataques que venían de ningún lado. Desembocó a la altura del Hotel Roosevelt y
siguió corriendo sobre Avenida Insurgentes, siguiendo el flujo del tráfico y
volteando hacia atrás, esperando que algún taxi pasara. Pero lo único que
alcanzaba a ver eran oleadas de gente que cruzaban la avenida sin precaución, huyendo
o persiguiendo a otras personas para caer sobre estas y llevarlas al suelo con
el peso de sus cuerpos o los golpes de sus palos, piedras y otras armas, antes
de ser impactados por los coches que circulaban la avenida sin detenerse,
lanzándolos por el aire antes de chocar con otros vehículos, provocando carambolas,
otros choques y explosiones.
Dobló la esquina para alejarse de
ese caos y se enfiló hacia el parque, pensando en atravesar su rotonda para
regresar al restaurante y buscar a alguien que pudiera informarle sobre el
estacionamiento del valet parking,
para intentar recuperar su auto. Entonces escuchó un gruñido muy cerca, detrás
de ella. Al girar la cabeza el tacón de su zapato venció contra un adoquín y su
tobillo izquierdo se torció dolorosamente. Cayó al suelo, pero de inmediato volteó
hacia atrás para ver como una figura caminaba hacia ella, arrastrando
pesadamente su pierna derecha y estirando su mano para alcanzarla. Gruñía
fuertemente a través de sus dientes apretados y su mirada permanecía fija sobre
ella, quien ahogó otro grito mordiendo el dorso de su mano y abriendo los ojos
desmesuradamente, mientras se ponía de pie, se quitaba los zapatos y volvía a
correr, sujetando su calzado con una mano.
Se detuvo cuando un grupo de
perros salió a su paso, con sus correas colgando holgadamente de sus cuellos y
sus hocicos cubiertos de sangre que aún goteaba sobre el pavimento. Retrocedió asustada
y al girar reconoció a la figura que aún venía siguiéndola, arrastrando su pie.
Volteó aterrorizada a su alrededor hasta que distinguió la puerta abierta de un
edificio de departamentos, al cual se dirigió rápidamente. Cerró la pesada
puerta tan rápido como pudo, batallando con la fuerza de los perros y del
hombre, que se arrojaban contra el portón antes de que ella lograra correr los
seguros.
Cayó sobre la alfombra, sollozando
un momento al recordar que no llevaba consigo su bolso, por lo que no tenía
dinero ni teléfono para pedir ayuda, pero cuando la puerta de cristal
traslúcido empezó a cuartearse por la fuerza de sus perseguidores se estremeció
y se levantó para correr hacia los elevadores. Presionó los botones desesperadamente
al ver como la luz indicadora del piso iba descendiendo con lentitud. Volteó al
escuchar como el cristal de la puerta se rompía en pedazos, viendo a las figuras
que la perseguían entrar por ella. El elevador abrió sus puertas justo a tiempo
para dejarla pasar y encerrarse cuando los perros casi alcanzaban a meter sus
cabezas.
Recobró el aliento sin poner
atención a dónde la llevaba el ascensor. Y cuando las puertas se abrieron
lentamente se reveló un largo pasillo, flanqueado por varias puertas e
iluminado por las luces del techo que parpadeaban constantemente. Avanzó
apresurada, tocando el timbre de algunas puertas o golpeando en otras, esperando
no importunar a nadie pidiendo ayuda.
Un estruendo atrás de ella la estremeció
e hizo que se volteara para ver como una puerta se despedazaba por la fuera de
dos cuerpos atravesándola, cayendo al suelo envueltos en una masa de brazos y
piernas ensangrentadas. Retrocedió unos pasos buscando no llamar la atención,
pero su pie derecho, descalzo como estaba, resbaló en el azulejo del piso y
cayó escandalosamente. Ambas personas se detuvieron y giraron sus cabezas
lentamente hacia ella, mostrando sus ojos brillantes y su expresión macabra
bajo la luz intermitente del pasillo.
La mujer no espero a que ellos se
levantaran y se arrastró unos metros sobre el pasillo mientras se ponía de pie
y echaba a correr, escuchando como ellos también se levantaban torpemente,
gruñendo y gritando mientras comenzaban a perseguirla. Ella trataba de no
perder el paso, de respirar correctamente como lo hacía en la caminadora del
gimnasio, de no angustiarse cuando escuchó el sonido de otras puertas
abriéndose y más rugidos uniéndose al de sus perseguidores o chocando entre ellos en el pasillo, que
culminaba en un acceso a las escaleras.
Se arrojó por la puerta y casi
estuvo a punto de caer por el barandal metálico de la escalera. Luego empezó a
descender rápidamente, escuchando como sus perseguidores tropezaban, se
precipitaban por el barandal cayendo por el cubo de las escaleras o rodando sobre
las mismas. Corrió hacia la primera puerta que vio junto al final de las
escaleras y salió hacia el aire frío y húmedo de la calle, iluminada por luminarias
que no habían sido destrozadas y faroles de automóviles que seguían en la
calle, estrellados contra los postes, sobre las banquetas o a través de
puertas, ventanas o fachadas de locales comerciales.
Entonces reconoció al otro lado
de la calle a su cita de la noche, caminando lentamente y sujetándose con una
mano el brazo contrario, que sostenía un objeto que no se alcanzaba a ver entre
las sombras. Su ropa de marca estaba desgarrada por todas partes y su cabeza giraba
en todas direcciones, deteniéndose cuando vio a la mujer acercarse, gritando su
nombre mientras cruzaba la calle, llorando de alegría, pero deteniéndose a
medio camino cuando le escuchó decir:
-Corre…
Y cuando él se giró, permitiendo
que la luz de los postes iluminara las manchas de sangre en su pecho y la
gruesa llave de cruz que sostenía en la mano, también cubierta de sangre, volvió
a ahogar un grito con el borde de su mano.
-¡¡CORREEEE!!
Y al empezar a perseguirla a lo
largo de la calle, él no podía dejar de pensar que esta era la peor cita de su
vida, pero que podría mejorar notablemente si ella tan sólo tropezara una vez
más.
* * *
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