"Estás vendado de los ojos y no tienes idea de donde estás. Describe lo que escuchas, hueles y sientes." |
DESDE AFUERA
Ángel Zuare
Es como un zumbido, naciendo en
sus oídos y resonando dentro de todo su cráneo. Le provoca nauseas y ganas de
vomitar, hasta que finalmente escupe un líquido blanquecino entre sus labios. Siente
el movimiento suave y deslizante de la superficie sobre la que está acostado y
su mejilla apoyada sobre esta le indica que es un metal frío. Empieza a toser
sin control mientras intenta levantarse, dándose cuenta entonces que no puede
separar sus piernas y muñecas, las cuales empiezan a dolerle con tal fuerza que
no puede evitar quejarse lastimeramente.
-¡Raúl, qué bueno que estás
despierto! ¿Estás bien allá atrás, colega?
Ni la impresión de reconocer la
voz de René evitó que el dolor de sus muñecas, atadas a su espalda, siguiera
martirizándolo.
Hola, Raúl. Fue lo que René había dicho cuando finalmente abrió el
almacén donde él y el Doctor se habían refugiado aquella noche, cuando todos
empezaron a matarse entre ellos. La noche en que los compañeros de oficina se
arrojaron unos contra otros para apuñalarse las gargantas con sus plumas o
arrancarse los ojos con los dedos. La noche en que completos desconocidos
agarraron palos, tubos o piedras para golpear a las primeras personas que se
les atravesaran. La noche en que Raúl, tras perder la última mano de póker con
René, su compañero en el turno nocturno como vigilantes de un edificio de
oficinas, bajó al estacionamiento, encontrándose de repente a mitad de una barbárica
pelea entre varias personas, que tal vez lo hubiera matado si no hubiera
logrado llegar trastabillando a un almacén de mantenimiento, y si su amigo, el
Doctor, no lo hubiera ayudado a abrir la puerta para que ambos se ocultaran ahí
un par de horas. Pero finalmente los habían encontrado. Y precisamente René,
entregado al frenesí de violencia que se desató aquella noche, fue quien abrió
la puerta.
El Doctor se había agazapado en
un rincón del almacén mientras Raúl, con su tonfa entre las manos, encaraba a
quienes aparecieron tras la puerta, encomendándose a un dios a quien nunca le
rezaba y entendiendo que enfrentaba una batalla perdida. René, después de
saludarlo de manera tan sombría, sonrió mientras se hacía a un lado para que
alguien de los que venían atrás de él se lanzara sobre Raúl, quien respiró
agitadamente tres veces antes de recibirlo con un golpe de la tonfa en el
estómago. Luego la giro con un movimiento rápido para bloquear un golpe de otra
persona, que venía por arriba. Sujetó la muñeca de este atacante y la giró
hasta escuchar un crujido y un grito, antes de empujarlo contra otros que ya
venían entrando. Manjarrez, su instructor de la academia de policía, habría
estado orgulloso si lo hubiera visto defendiéndose, bloqueando golpes, devolviéndolos
y soportando con fuerza los que llegaban a darle. Cuando se distrajo para
ayudar al Doctor, quien trataba de defenderse lo mejor que podía, alguien lo
embistió contra unos anaqueles, cayendo al suelo. Golpes y patadas en todo su
cuerpo fueron nublando su visión poco a poco. René nunca se movió de la entada.
El dolor también se hizo presente
en su pecho, sus brazos y alrededor de los muslos. Y un objeto que ceñía
dolorosamente su cabeza también le cubría sus ojos, dejándolo en la oscuridad.
Raúl lanzó un rugido, mezcla de dolor y frustración.
-Supongo que no, entonces…-
comentó René. -No te apures, ya casi llegamos.
-¿A dónde…? ¿A dónde vamos?- preguntó
Raúl, con mucho esfuerzo.
-Es una sorpresa, colega…
Raúl tuvo deseos de gritarle
hasta perder la voz, pero trató de tranquilizarse y no moverse demasiado. Respiró
la suciedad y el polvo que cubría la superficie donde estaba tendido, que lo
hizo toser nuevamente. El movimiento y la vibración en el del suelo eran de
desplazamiento y reconoció el sonido de un motor acelerando.
-Vaya que les diste pelea allá
atrás-, dijo René. –Realmente no entiendo por qué te dieron de baja en la
policía-. Su voz resonaba alrededor de Raúl, como si estuvieran dentro de una
habitación. Una con muros metálicos.
Una vagoneta, pensó Raúl. De
las que usan los del piso quince. Nos dejan copias de las llaves.
-Y esconderse en ese almacén también
fue buena idea-, siguió René. -¿Fue tuya o del doctorcito?
-El Doctor…- musitó Raúl,
tratando de ignorar el dolor de todo su cuerpo. -¿Dónde está el Doctor, René?
-En ese mismo almacén donde se
encerraron. Imagino que regando sangre y sesos por todo el suelo.
Esta vez le fue imposible
serenarse. Raúl lanzó un rugido de furia y se retorció tanto como se lo
permitía aquello que lo tuviera atado de brazos y piernas. Rodo sobre el piso
de la vagoneta hasta que sus hombros y cabeza chocaron contra los costados.
Tras unos minutos finalmente se quedó sin fuerza, inmóvil, mordiéndose un labio
y llorando en silencio bajo la venda en sus ojos.
-Es un nuevo mundo, Raúl. Tal
como lo dice el padre todos los domingos, cuando llevó a la mujer y a los niños
a la iglesia. Es el arrebatamiento y la revolución. El juicio de Dios sobre
todos los que son y han sido. Es el nuevo diluvio, la destrucción de Sodoma y
Gomorra sin fuego ni azufre, porque ahora nosotros somos el brazo de Dios,
llenando las calles de sangre. Los débiles sucumben y los fuertes se liberan.
Raúl, en la oscuridad donde
estaba sumergido, sólo puede escuchar a René, hablando en un todo cada vez más lúgubre.
Luego llega a sus oídos el sonido de los claxon de varios autos, de motores
acelerando, de neumáticos rechinando sobre el asfalto y de metal chocando entre
sí. Escucha también gritos de hombres, mujeres y niños, de cristales
despedazándose y disparos hacia el cielo. También alcanza a oler el humo, que
le lleva aromas de madera y carne quemándose. Trata aún de no moverse y de
ignorar el dolor en su cuerpo, pero sus muñecas y tobillos se sienten húmedos y
tibios. Y cada respiración que infla su pecho duele como si varios fragmentos
de vidrio penetraran su piel al mismo tiempo.
-René… ¿Con qué…? ¿Con qué me
amarraste..?
-Fue lo único que encontré,
colega. Un carrete de alambre de electricista cobre y otro poco de alambre de
púas. Ya sabes, el que usan para rodear los cables que quedan descubiertos,
para que no los roan las ratas. ¿Recuerdas cuando encontramos una atrapada
entre las púas? Cómo me la recuerdas ahora…
-¿A dónde vamos, René..?-
preguntó Raúl, principalmente para evitar sollozar por el dolor. -¿Qué me vas a
hacer?
El auto se estremeció de repente
al chocar contra un objeto que no opuso resistencia y cayó bajo las ruedas de
la vagoneta. –Ups. Lo siento- susurró René sarcásticamente, antes de empezar a
reír a carcajadas…
Raúl sintió que el vehículo dio vueltas
en algunas esquinas, aceleraba en otras calles y cruzaba puentes o pasos a
desnivel, antes de reducir su velocidad y finalmente detenerse.
-Llegamos, colega- comentó René.
Raúl lo escuchó abrir la portezuela y bajar del vehículo, rodear la vagoneta y
abrir la puerta trasera. Trató de arrastrarse lejos de él, pero la mano de René
sujetó el alambre que rodeaba sus tobillos y tiró hacia afuera. El dolor del
alambre tallándose contra sus piernas, pecho y el suelo de la vagoneta lo hizo
gritar, hasta que su cabeza cayó, chocando contra la defensa del vehículo. Su
espalda cayó sobre el pavimento, hundiéndole las púas a todo lo largo de su
espalda. Tomo aire profundamente antes de empezar a gritar por ayuda, tan
fuerte como pudiera. Tres patadas contra su estómago le quitaron el aliento.
Una cuarta, en rostro, provocó que la sangre le cerrara la garganta.
-No voy a estar cargándote todo el
camino, así que…- Raúl sintió como René introducía algo para cortar el alambre
que sujetaba sus tobillos y las piernas. Luego lo tomó debajo de los hombros
para obligarlo a ponerse de pie y caminar. Raúl se movía lentamente. El alambre
había desgarrado sus tobillos y le costaba trabajo caminar. Más de una vez
perdió el equilibrio y cayó de rodillas sobre suelo adoquinado o sobre el pasto
de alguna jardinera. Llegó a su nariz el aroma de un duelo silencioso entre los
olores de una coladera abierta y de unas rosas blancas. Raúl se estremeció al
reconocer ambos.
-No… - susurró antes de que René
lo empujara contra una puerta enrejada. Esta se abrió y Raúl cayó sobre
escaleras de concreto, reconociendo la muesca de uno de los escalones. Se
tropezaba con ella casi siempre que bajaba. –No seas cabrón, René…
-Siempre tuve la idea de hacer
esto-, susurró René mientras levantaba a Raúl y lo obligaba a subir el primer
tramo de escaleras. –Ya sabes, esas ideas que vienen mientras estás comiendo y
no piensas realmente en nada… ¿Si crees que esté tu mujercita?
Raúl gritó e intentó defenderse
lanzando a ciegas una patada hacia René, pero este lo sujetó del tobillo y lo
derribó de nuevo contra las escaleras. Lo sintió inclinarse cerca de su rostro
para susurrarle al oído:
-Mira, Raúl. Me costó mucho trabajo
quitarte de encima a todos esos que sólo querían arrancarte la cabeza allá, en
el almacén. Lo bueno es que muchos se distrajeron con tu amigo, el Doctor,
mientras yo te arrastraba fuera de ahí. Así que no te me pongas pesado, colega.
René lo sujetó del alambre que
rodeaba su torso y lo levantó en vilo. Raúl gritó cuando las púas se
incrustaron en su pecho y la sangre empezó a fluir con más fuerza a través de
la camisa de su uniforme. Sujetándolo así, René lo obligó a arrastrarse por los
tramos de escalera que faltaban.
-¡Por Dios, René..! ¡No lo
hagas..! Por favor…- suplicó Raúl cuando se detuvieron en el piso que reconocía
como suyo. René, en cambio, lo sujetó de la nuca y estrelló tres veces su
cabeza fuertemente contra una puerta, gritando:
-¡¡¡Mi vida, ya llegué!!!
Cuando René lo soltó, Raúl, apenas
consciente y sin equilibrio, cayó en la esquina que formaban la puerta y la
pared. La mano de René se acercó a su cara y le arrebató la franela que cubría
sus ojos. Cuando su visión se acostumbró a la luz fluorescente del edificio,
Raúl se estremeció ante la imagen de René, con su uniforme de vigilante
destrozado y largos hilos de sangre que corrían desde las heridas aún abiertas
en su rostro y brazos.
-No quiero que te pierdas esto…
Raúl lo intentó, pero ya no tenía
fuerza ni aliento para defenderse, para suplicar, para advertirle a su esposa,
ni para maldecir o gritar.
-Me pregunto qué tan fácil será arrancarle…
El estallido atravesó la puerta y
mandó el cuerpo de René contra la puerta del vecino. La sangre salpicó todos
los muros y a Raúl, quien vio a René, con una masa sanguinolenta donde solía
estar su estómago, estirando sus brazos para sujetarse a algo que lo mantuviera
de pie, antes de finalmente caer al suelo. Sus miradas se encontraron un
momento. La de René visiblemente sorprendida. La de Raúl, tan serena como le
era posible. Como si tratara de hablarle a través de ella y decirle: ¿Quieres saber por qué me dieron de baja en
la policía? Por hacer perdidizas las armas decomisadas… Grandísimo imbécil…
Levantó la mirada y reconoció a Fabiola
abriendo lo que quedaba de la puerta y salir, sin dejar de apuntar a René con
la escopeta recortada. René, al verla acercarse, lanzó un agudo grito,
salpicando sangre por su boca, antes de que otro disparo borrara su cara por
completo.
Raúl escuchó sollozar a su mujer
antes de que esta volteara. Al ver a su marido tirado al pie de la puerta,
sangrando profundamente por las heridas, los golpes y por el alambre alrededor
de su cuerpo, la expresión de su rostro cambió de repente. Cubrió su boca con
la mano para ahogar un grito y bajó la escopeta mientras se recargaba en la
pared.
-Fabiola…- susurró Raúl cuando
logró recobrar el aliento. -… Ayúdame… El cortacables… Quítame esto… De prisa…
La mujer se dejó caer lentamente
hasta el suelo, sin apartar la mirada de su esposo. –Pensé que… Me asomé por la
mirilla y…
-¡Fabiola, toda la ciudad está
enloquecida..! ¡Hay que irnos ahora..! ¡Ayúdame, carajo..!
-Pensé que eras tú, Raúl… Pensé
que eras tú…
Raúl quedó en silencio al
escuchar las palabras de su mujer. La miró fijamente, sin prestarle atención al
dolor en sus brazos y pecho. Ella empezó a llorar, cubriendo su rostro con las
manos y dejando resbalar la escopeta por las escaleras.
* * *
(Este cuento se vincula estrechamente con otro escrito anteriormente en ese proyecto, y que pueden leer en este vínculo)
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