Publicado
originalmente en Cultura Cómic (12 octubre 2010)
Una vez al mes, un grupo de estudiantes
universitarios y algunos conocidos míos organizan la Tertulia de Ciencia Ficción y Fantasía de la Ciudad de México, a la
cual tengo el placer de asistir desde hace más de dos años. En nuestras
reuniones discutimos el libro de ciencia ficción o género fantástico que
hayamos acordado leer la reunión pasada. Así también hablamos sobre alguna
película que llamara nuestra atención o sobre cada idea que indiscriminadamente
vaya surgiendo en la plática. Esto nos ha llevado a largas discusiones sobre
por qué El Pingüino es el único
villano de Batman que no encierran
en Arkham o si Pitufina es una creación artificial equiparable a la criatura de Frankenstein.
Al final de la tertulia siempre acordamos el
libro que vamos a leer para la siguiente reunión. Y resulta que el mes pasado Jorge Armando, organizador de estas reuniones, declaró con gran seguridad:
Leamos El Hombre en el Castillo, de Philip K, Dick.
Aquí muchos nos inquietamos pues los libros
de este autor son muy difíciles de conseguir, y así lo comenté a la mesa en
general.
No,
para nada,
dijo alguien más. Yo he visto ese libro
muchas veces, en las librerías del pasaje Zócalo-Pino
Suárez.
Nada más lejos de la verdad.
La odisea empezó temprano el sábado, en las
librerías de la calle Donceles, en
el centro. Inicié ahí porque todavía guardo la ilusión de que las librerías de
viejo en Donceles son portales de
maravillas bibliográficas, resguardadas por ancianos venerables a quienes sólo
debes mencionarles el nombre de libro que buscas para que lo saquen,
directamente y sin dudar, del estante donde descansa junto con cientos de
ejemplares similares.
Mucho de eso ha cambiado, es cierto. Ahora
quieres atienden estos lugares y buscan los libros son jóvenes que realmente no
deberían (y tal vez ni quieran) trabajar en librerías o en cualquier otro
empleo que involucre interacción con la letra impresa:
¿Es
Bilip Cadic?
No, ‘Philip,
ka, punto, Dick’
Es
novela, ¿verdad?
De
ciencia ficción, sí.
Terminé en la pila de libros basados en el Señor
de los Anillos y la saga Dragonlance.
La situación no mejora en el infame Paseo por los Libros (que para muchos,
incluyéndome, sigue siendo el Pasaje
Zócalo-Pino Suárez). Por el calor y la mala circulación del aire no es raro
que existan dependientes que mecánicamente responden con un no lo tengo cuando apenas se les dice el
título del libro en cuestión. Exonero a Planeta
de este comentario pues fueron los únicos en buscar el libro en su base de
datos, estando, para mi desgracia, agotado.
Y es que a pesar de que Philip K. Dick ha sido uno de los más importantes autores de ciencia
ficción en el mundo, conseguirlo traducido en español es virtualmente
imposible, refiriéndonos a ediciones nacionales pues es sólo a través de
editoriales españolas que nos llegan grandes nombres de la ciencia ficción (con
bajo riesgo editorial): Isaac Asimov, Ray Bradbury o Frank Herbert.
Uno pensaría que a través de la piratería de
libros habría mejor suerte. Sin embargo descubrí con pena que nuestra
relativamente nueva piratería de libros ha caído en el mismo bache que su
contraparte legal, lanzando económicas y malogradas ediciones del Código
Da Vinci, Harry Potter, cuentos de Lovecraft y algunas obras de Asimov o Bradbury. ¿Qué suerte le depara a K. Dick, Robert Heinlein, Brian Aldiss, Jack Vance, Stanislaw Lem u
otros autores de este género cuando ni siquiera la piratería se ocupa de ellos?
La odisea siguió en las librerías Rosario Castellanos y El Péndulo,
grandes boutiques que cargan con sobreprecio toda su mercancía, pero uno podría
considerar que lo vale cuando se ve atendido por jóvenes que si bien pueden
estar tan poco preparados como en los ejemplos anteriores, al menos tienen la sabiduría de reconocer su ignorancia y
dirigirse de inmediato a su base de datos donde nos indican, con el mínimo de
duda, que el libro que buscas no está disponible en esa tienda, pero que hay un
ejemplar en la sucursal de Monterrey, pudiendo traerlo en un tiempo estimado de
una semana haciendo el pedido por Internet y pagando los 246 pesos que cuesta
el libro, más gastos de envío. Piensen que fue por el precio o el tiempo de
espera, pero obviamente me desanimé.
Las librerías necesitan generar ganancias con
los bestsellers del momento. Si yo
estuviera en su caso sin duda haría lo mismo, no las culpo por eso. Pero sí es
triste ver que ninguna hace el esfuerzo por convertir la literatura de géneros
en un elemento rentable de las librerías, como sucede en España, Estados Unidos
y otros países donde existen divisiones o editoriales completamente
especializadas en este material.
Mi odisea por El Hombre en el Castillo de
Philip K. Dick terminó en un
restaurante Vips cuando, luego de conectarme
a Internet con la intención de localizar algún archivo descargable o ejemplar
de segunda mano en venta, al revisar mi correo descubro que Jorge Armando, intuyendo la situación por la que muchos miembros de la
tertulia estábamos pasando, nos había enviado un documento pdf directamente
tomado de un sitio latinoamericano donde existen decenas de obras de ciencia
ficción traducidas al castellano pues, al parecer, ellos tampoco pueden
encontrar a Philip K. Dick en sus
librerías.
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