Publicado
originalmente en Cultura Cómic (18 octubre 2010)
Yo compro mis comics en Sanborns por varias razones. En primera, siempre hay uno cerca, por
lo que no tengo que desviarme mucho de la rutina. Segunda, después de las
tiendas especializadas en comics, es aquí donde mejor conservan los ejemplares
(al fondo de los estantes, pues arriba se maltratan como cualquier revista).
Finalmente, Sanborns hace caso omiso
de la fecha de salida que marcan las editoriales y pone los ejemplares a la
venta tan pronto los reciben, a veces con días de anticipación.
La semana pasada que entré a un Sanborns sobre insurgentes, casi
esquina con Félix Cuevas, vi algo que capturó mi atención: Una espantosa
rejilla metálica donde se mostraban todos los comics de la tienda y que de
inmediato me hizo recordar aquellos exhibidores de antaño, encabezados por un
letrero que decía Comics, lea uno hoy, justo bajo la cabeza de varios personajes
de los cuales sólo recuerdo ahora a Batman y Archie.
Dichos exhibidores eran prácticamente endémicos
de las tiendas Sanborns. Estaban
hechos en un metal muy frío y cubiertos con una pintura que tendía a
despostillarse y pegarse en los comics. Con sus esquinas puntiagudas muchos
descuidados se golpearon más de una vez. Tenían ocho rejillas en las que se
buscaba hacer lucir los comics de la mejor manera posible.
Sin embargo, ya fuera porque los empleados
acostumbraban llenarlos hasta que nada pudiera entrar o salir, o porque la
gravedad hacía su trabajo y los comics empezaban
a doblarse lentamente hacia el frente, el resultado es que los comics siempre
estaban en mal estado; doblados, con las esquinas maltratadas, páginas rotas, toda
una serie de características que convertían el mint condition en un término relativo.
Pero hay que reconocer que estos grotescos exhibidores
formaron parte de nuestra cultura freaky.
Estas rejillas existen desde que tengo conciencia y mucho antes que las modernas
tiendas de comics. Muchos tuvieron en Sanborns
su primer acercamiento a los comics originales y desde entonces, al igual que
ahora, uno podía leerlos el tiempo que quisiera para finalmente regresarlos al
anaquel si no podía adquirirlo, volver al mes siguiente y, con un poco de
suerte, seguir con la historia que se quedó tan emociónate en el número
anterior.
Aquí supimos que la tipografía de los comics
estaba vinculada estrechamente con mismo arte del dibujante, presentada con un
estilo manual que se diferenciaba mucho de lo que nos presentaba La Prensa, MacDivision, Novaro y Novedades, además de estar en un idioma
que a mis tiernos cinco años estaba muy lejos de conocer.
Los comics no siempre y no sólo se vendieron
en tiendas especializadas o puestos de periódicos. En Estados Unidos su mayor
nicho de exhibición eran las farmacias y fuentes de sodas, antes que surgieran las
primeras tiendas. Nuestro caso no es muy diferente, con comics dentro de una
gran cadena de tiendas (que originalmente empezaron como farmacias).
Gustavo
Martínez
también compraba sus comics en Sanborns,
junto con Carlos Tron. Y fue precisamente por sus deseos
de conseguir comics que no estuvieran tan maltratados que se decidieron a
fundar Comics S.A., la primera
tienda de comics en la Ciudad de México y que abrió las puertas para muchas
otras.
Aunque también es cierto que en los tiempos
de nuestros padres, los comics que compraban en farmacias y Sanborns tenían una esencia poco común.
Un aire de carácter popular, leche malteada, goma de mascar y aroma de papel nuevo.
Para muchos esta fue una era que se ha perdido con el tiempo. Sin embargo
pienso que actualmente muchos regresan a Sanborns
para buscar, hojear y comprar su comics favorito para luego pasar al
restaurante y leerlo en compañía de una taza de café.
Bien se dice que las cosas tienden a regresar
a su origen
Sólo esperemos que no vuelvan esos horrendos
revisteros.
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