Publicado
originalmente en Reino Geek (9 de febrero 2011)
En 1969, el escritor Rafael
Bernal, dentro de su novela más famosa, El Complot Mongol, se
refirió al barrio chino de la Ciudad de México de la siguiente manera:
México, con
cierta timidez, le llama a la calle de Dolores su barrio chino. Un barrio de
una sola calle de casas viejas, con un pobre callejón ansioso de misterios. Hay
algunas tiendas olorosas a Cantón y Fukien, algunos restaurantes. Pero todo sin
el color, las luces y banderolas, las linternas y el ambiente que se ve en
otros barrios chinos, como el de San Francisco o el de Manila. Más que un
barrio chino, da el aspecto de una calle vieja donde han anclado algunos
chinos, huérfanos de dragones imperiales, de recetas milenarias y de misterios.
Bernal falleció en la ciudad de
Berna en 1972, pero no puedo evitar pensar que, de ver el mismo barrio chino en
la actualidad, su opinión podría ser diferente.
Es cierto que nuestro barrio chino sigue siendo solamente
la calle de Dolores, rodeada por grandes
edificios de departamentos viejos. Ese pobre
callejón ansioso de misterios sigue, partiendo perpendicularmente la calle,
llevando hacia el oscuro interior de uno de los ya mencionados edificios. Hay tiendas olorosas a Cantón y algunos restaurantes,
donde los meseros invitan a pasar a los turistas que cruzan por la calle y deteniéndose
un momento para admirar a los budas regordetes y sonrientes que adornan la entrada
a estos restaurantes.
En lo que no concuerdo con Bernal es con la falta de color. Indirectamente beneficiado con los
recientes programas de rescate del Centro
Histórico y la iniciativa privada (inmobiliaria y comercial), el Barrio Chino de la Ciudad de México ha
adquirido nuevas tonalidades, volviéndose un atractivo turístico para los
paseantes que disfrutan, principalmente, sus restaurantes y, en febrero, sus
festividades de Año Nuevo.
Durante algunos años varios amigos y conocidos hemos forjado
la costumbre de visitar el Barrio Chino
para estas fiestas. Entonces somos testigos de una calle de Dolores muy distinta a la descrita por Bernal: banderolas de colores y fuegos artificiales
que iluminan el cielo; los tradicionales bailes de leones y dragones chinos, junto
con el tributo que se les ofrece para un nuevo año de prosperidad; música y cohetes
ensordecedores; venta de artesanías y otros objetos en medio de una celebración
que rompe los límites de la calle de Dolores y se expande a sus alrededores con
puestos de comida, discos, DVD, ropa, juguetes tradicionales chinos en vistosos
colores de plástico moderno. Las calles se convierten en un mar de personas que
buscan (con suerte) ver y tocar a los leones danzantes, o (con paciencia) una
mesa en un restaurante para intentar cenar entre amigos o en familia.
También es cierto que no todo en esta festividad es perfecto.
Hay que lidiar con grandes cantidades de gente que impiden el paso; con personas
que toman la fiesta como pretexto para embriagarse y buscar pleito, sin poder
dar pelea una vez que lo encuentran; con galletas de la fortuna tan deliciosas
como puedan imaginarse, pero con tan mala ortografía en sus predicciones que me
hace desconfiar de ellas. Además mi pan al vapor favorito siempre se agota
antes de que acabemos de presenciar las festividades. Y este año en particular
(el del conejo) no pudimos encontrar a nadie que nos vendiera orejas de peluche.
Pero el próximo año estaremos presentes de nuevo porque,
parafraseando nuevamente a Bernal,
tal vez otras personas hemos anclado aquí, huérfanos de nuestros dragones
emplumados y de nuestras propias recetas milenarias. Haciendo a un lado
nuestros propios misterios.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario