Publicado
originalmente en Reino Geek (15 de febrero 2011)
Con un poco de retraso me encuentro escribiendo sobre un
tema en el que me considero inexperto: el amor, y en particular el amor geek. Pero confesarme como una persona
sin experiencia en el tópico, no significa que sea totalmente ignorante del
mismo, o lo que es peor; un escéptico, un no-creyente. Porque el amor geek existe y he sido testigo de él en más
de una ocasión.
Para generaciones anteriores a la nuestra (aquellos que
tenemos más de 30 años de edad), el madurar como personas implicaba un proceso de
transformación que podría incluir tres factores importantes y auto-impuestos en
la mayoría de los casos: Conseguir un trabajo bien remunerado, casarse con la
persona adecuada y hacer a un lado todas las actividades consideradas infantiles,
incluyendo los juegos y sus juguetes, deportes, comics, literatura de géneros fantásticos
y a los compañeros de aficiones.
Considerando esto, aquel que se aferrara a sus juegos y
gustos, nuestro geek promedio, era considerado
un caso extraordinario que nunca podría encontrar el afecto de una relación
romántica genuina, dada su resistencia a madurar bajo dichos parámetros
convencionales. Sus únicos consuelos serían aquellos limitados o impuestos por
sus propias aficiones, figuras bidimensionales con carencia de libre albedrío. Hay
que ser sinceros; las sociedades contemporáneas han funcionado durante décadas bajo
estas ideas, alguna razón habrá.
Pero entonces es cuando me sorprendo y maravillo al
descubrir esas contadas excepciones que van a comprar juntos sus historietas a
las tiendas de comics; que juegan videojuegos cada uno empleando su respectivo gamer tag de usuario; que van a las
convenciones disfrazados como alguna pareja de animación japonesa, o al menos
luciendo vistosas playeras de Star Wars; o que hacen fila en
pareja durante horas para comprar sus boletos para la nueva película de Batman
o el concierto de The Pillows.
Cuando su relación se formaliza se viven otras experiencias,
como el compartir la angustia mutua que nace de la idea de comprar una despensa
completa o el tomo absoluto de la obra de Tolkien
o la edición especial de Halo, aun sabiendo que la despensa
siempre gana; y cuando ya son padres entonces tienen una larga plática con sus
hijos sobre cuales son los juguetes para ellos y cuales los de sus padres, y
por qué no los deben tocar, por más bonitos que sean. Sus peleas o discusiones
menores se resuelven con argumentos de Bradbury,
Kevin Smith o incluso Lovecraft,
juegos de mesa, boliche en pareja o, si no hay más remedio, con un duelo de box
vía Kinect
o Wii.
Que el mundo siga girando a su manera convencional, no me
opongo a eso. Sólo espero seguir viendo a estas singulares ruedas seguir dando sus
vueltas, por más cuadradas que unos las vean.
genial post. saludos
ResponderBorrarcubo rubik
Muchas gracias por tu comentario, Ronny. Qué bueno que te haya gustado y espero nos sigas más adelante.
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