Publicado
originalmente en Reino Geek (10 enero 2011)
De todos los regalos que he recibido en Navidad y Día de Reyes, hay tres juguetes que tengo muy presentes en la
memoria: Mi muñeco de Jabba the Hutt,
con trono y Salacius Crum incluido; mi
vehículo AT-ST, también de El
Regreso del Jedi (era el año de su estreno en México) y mi juego Laberinto, de Ensueño, una plataforma circular sobre la que se tenía que hacer
rodar un balín mediante una palanca, esquivando varios agujeros que había en el
camino. Todos estos juguetes los recibí el mismo año (aún conservo el Jabba y el AT-ST) y recuerdo haber disfrutado con ellos durante todo el día,
junto a los vecinos del edificio donde vivía.
Cada año, el cinco de enero, podemos confirmar la fuerza que todavía tiene esta
tradición en México y en general en todos los países de habla hispana, incluso
por encima de la Navidad y el Año Nuevo. Y es que en Navidad regalamos bajo el amparo de un
tercero, un elemento ficticio al cual hacemos moralmente responsable de las consecuencias
que traiga el regalo.
Pero en la noche del cinco de enero los
padres con gusto se ponen el manto de los Reyes
Magos e inician una cruzada que parece estar impresa en su subconsciente
hispano, iniciando con un subterfugio para sacarle a sus hijos la información
de los juguetes que desean, haciéndoles escribir una carta o llevándolos a los
almacenes bajo la excusa de abastecer la despensa, tomando notas mentales de
los objetos que capturan la atención de sus niños para finalmente, más tarde
esa misma noche, emprender la segunda mitad de la travesía.
Cientos de parejas se lanzan a la calle,
algunas a los almacenes comerciales y la mayoría a las calles donde los
comerciantes ya se han instalado. Lagunilla
y Tepito se convierten en un
hervidero insólito de gente, dejándose escuchar los gritos de propaganda de los
vendedores y los regateos de los clientes que buscan amortiguar sus gastos.
Cada cinco de enero salgo a la Alameda o a
alguna otra zona que haya sido absorbida por esta fiesta popular para empaparme
de una tensión que considero más sana de la que se vive en Navidad o Año Nuevo,
considerando que a la mañana siguiente, a diferencia de lo que sucede en
Navidad con Santa Claus, los padres
aceptarán en silencio las gracias que sus niños ofrendarán a los Reyes Magos.
En estos paseos también me gusta absorber los
aromas de la comida, las fritangas, hot cakes y los plátanos fritos, mezclados
con el olor de la grasa de los juegos mecánicos, el plástico de los juguetes,
los globos y el papel fotográfico de la instantánea que la familia se tomó con
los Reyes, luego de horas de espera.
Es de rigor mencionar que los nuevos juguetes
tecnológicos, gadgets o con carácter de lujo se han apoderado del gusto de los
infantes; consolas de videojuegos, reproductores de música, muñecas u otros
juguetes de edición especial, etc. No pretendo ponerme nostálgico sobre los
juguetes de madera, el yoyo o la falta de imaginación. Después de todo, cuando
éramos niños, siempre hemos añorado los
juguetes de nuestro tiempo. Luego, al volvernos adultos y ponernos el manto de
los Reyes Magos, extrañamos aquellos juguetes que nos dieron tanto placer y
que ahora ya no podremos tener.
Podríamos llamar a esto el Síndrome
Rosebud.
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