viernes, 23 de agosto de 2013

Middle Age Freak; Tiendas, changarros y bazares (V y último)


  
Quien diga que nunca ha comprado un gadget, disco, cómic, película, ropa, juego de video o algún otro artículo freaky en un tianguis, es que realmente no vive en México. La tradición de los tianguis y mercados es prácticamente propia de Mesoamérica, desde la época prehispánica. Esto me recuerda mucho una exhibición en el Museo del Templo Mayor donde, mediante un mural y algunas esculturas, se muestra el interior de un tianquiztli en Tenochtitlan. Pensando en él no puedo evitar sentir que respiro aquel aire de multitud, informalidad e importancia que tenían estos mercados para la sociedad azteca. Igualmente no evito sentir lo mismo cada vez que me sumerjo en alguno de los modernos tianguis.



Independientemente de la necesidad de abastecer la despensa cada semana, los videojuegos fueron los primeros artículos que adquirí en un tianguis. Específicamente en los puestos que existían en las calles circundantes a República del Salvador, en el centro de la ciudad. Uno no puede olvidar aquellos años, antes del desplazamiento masivo del comercio ambulante en el Centro Histórico a las plazas de comercio popular, cuando andar por aquellas calles era perderse en un mar de voces que te llamaban, luces, sonidos, carpas de colores y finalmente, al llegar con tu vendedor de confianza, encontrar el producto que buscas a casi la mitad del precio que pedían en los almacenes.


No creo poder mencionar algún artículo que no pueda encontrarse en un mercado o tianguis, general o especializado. He comprado videojuegos en Meave, zapatos en Granaditas, dulces y juguetes en la Merced, muebles en Lagunilla, ropa en Tepito, comics en la calle de Balderas y tarjetas coleccionables en la de Pennsylvania. Mis primero dados de seis caras que compre para jugar rol los adquirí en un mercado. A la fecha sigo usándolos, a pesar de que me reclamen que están cargados. Uno de los últimos tomos de Maximun Carnage lo compré en un tianguis sobre ruedas, con el mismo vendedor que me conseguía tarjetas coleccionables a buen precio. Un amigo que nos revendía juguetes de Star Wars se abastecía en Tepito. Mis animaciones y consumibles de computadora los compro en las plazas sobre Eje Central.


Entrar a un tianguis es muy diferente a comprar en un almacén, donde sabes exactamente cuando cuesta cada cosa, el regateo está fuera de discusión y prácticamente te sientes como dueño del lugar. Entrar en un tianguis es prepararse física y mentalmente, estar dispuesto a buscar hasta el cansancio, hacer conciencia de que el precio indicado no es el final, saber como regatear y hasta donde, entender cuando retirarse (o fingir que te retiras), estar atento a tu alrededor en todo momento, poner tu mejor cara de poker cuando encuentras aquello que estás buscado, pero todavía no te han dicho el precio, y saber reconocer al vendedor que conoce el producto o el que lo conoce demasiado, asumiendo que tú también. Curiosamente, cuando se finiquita la venta uno puede sentirse mucho más satisfecho ya que se puede saborea ese esfuerzo extra en la transacción, a diferencia de las compras impulsivas propias de los almacenes.


Actualmente quisiera decir que vale más la pena comprar en tianguis o mercados, pero en realidad estos han cambiado en los últimos años. No me refiero solamente a las  habituales desventajas del comercio informal: La proliferación de productos de mala calidad, el ruido, la criminalidad, la venta de piratería, la falta de garantías formales o el perjuicio sobre el comercio establecido. Más bien me refiero a su tendencia a imitar actitudes del comercio formal, caso que se da principalmente en las plazas populares, con precios cada vez más cercanos al de los grandes almacenes y vendedores poco dispuestos al regateo o a la atención de sus marchantes frecuentes.


En la mayoría de los mercados y tianguis aun se preserva parte de ese encanto. Empezaré a inquietarme cuando me ofrezcan la tarjeta de crédito de Plaza Meave y ventas a meses sin intereses.

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