Quien
diga que nunca ha comprado un gadget,
disco, cómic, película, ropa, juego de video o algún otro artículo freaky en un tianguis, es que realmente
no vive en México. La tradición de los tianguis y mercados es prácticamente propia
de Mesoamérica, desde la época prehispánica. Esto me recuerda mucho una
exhibición en el Museo del Templo Mayor donde, mediante un mural y algunas
esculturas, se muestra el interior de un tianquiztli
en Tenochtitlan. Pensando en él no puedo evitar sentir que respiro aquel aire
de multitud, informalidad e importancia que tenían estos mercados para la
sociedad azteca. Igualmente no evito sentir lo mismo cada vez que me sumerjo en
alguno de los modernos tianguis.
Independientemente
de la necesidad de abastecer la despensa cada semana, los videojuegos fueron
los primeros artículos que adquirí en un tianguis. Específicamente en los
puestos que existían en las calles circundantes a República del Salvador, en el
centro de la ciudad. Uno no puede olvidar aquellos años, antes del
desplazamiento masivo del comercio ambulante en el Centro Histórico a las
plazas de comercio popular, cuando andar por aquellas calles era perderse en un
mar de voces que te llamaban, luces, sonidos, carpas de colores y finalmente,
al llegar con tu vendedor de confianza, encontrar el producto que buscas a casi
la mitad del precio que pedían en los almacenes.
No
creo poder mencionar algún artículo que no pueda encontrarse en un mercado o
tianguis, general o especializado. He comprado videojuegos en Meave, zapatos en
Granaditas, dulces y juguetes en la
Merced , muebles en Lagunilla, ropa en Tepito, comics en la
calle de Balderas y tarjetas coleccionables en la de Pennsylvania. Mis primero
dados de seis caras que compre para jugar rol los adquirí en un mercado. A la fecha
sigo usándolos, a pesar de que me reclamen que están cargados. Uno de los
últimos tomos de Maximun Carnage lo
compré en un tianguis sobre ruedas, con el mismo vendedor que me conseguía tarjetas
coleccionables a buen precio. Un amigo que nos revendía juguetes de Star Wars se abastecía en Tepito. Mis
animaciones y consumibles de computadora los compro en las plazas sobre Eje
Central.
Entrar
a un tianguis es muy diferente a comprar en un almacén, donde sabes exactamente
cuando cuesta cada cosa, el regateo está fuera de discusión y prácticamente te
sientes como dueño del lugar. Entrar en un tianguis es prepararse física y
mentalmente, estar dispuesto a buscar hasta el cansancio, hacer conciencia de
que el precio indicado no es el final, saber como regatear y hasta donde, entender
cuando retirarse (o fingir que te retiras), estar atento a tu alrededor en todo
momento, poner tu mejor cara de poker cuando encuentras aquello que estás buscado,
pero todavía no te han dicho el precio, y saber reconocer al vendedor que
conoce el producto o el que lo conoce demasiado, asumiendo que tú también. Curiosamente,
cuando se finiquita la venta uno puede sentirse mucho más satisfecho ya que se
puede saborea ese esfuerzo extra en la transacción, a diferencia de las compras
impulsivas propias de los almacenes.
Actualmente
quisiera decir que vale más la pena comprar en tianguis o mercados, pero en
realidad estos han cambiado en los últimos años. No me refiero solamente a las habituales desventajas del comercio informal:
La proliferación de productos de mala calidad, el ruido, la criminalidad, la
venta de piratería, la falta de garantías formales o el perjuicio sobre el
comercio establecido. Más bien me refiero a su tendencia a imitar actitudes del
comercio formal, caso que se da principalmente en las plazas populares, con precios
cada vez más cercanos al de los grandes almacenes y vendedores poco dispuestos al
regateo o a la atención de sus marchantes frecuentes.
En la
mayoría de los mercados y tianguis aun se preserva parte de ese encanto.
Empezaré a inquietarme cuando me ofrezcan la tarjeta de crédito de Plaza Meave
y ventas a meses sin intereses.
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