Publicado
originalmente en Reino Geek (14 de marzo de 2011)
Le decíamos de cariño El
Castillo y lo ubicábamos porque estaba en el interior de la Plaza
Trico, llamada así por la enorme panificadora que dominaba
la esquina de Félix Cuevas y Universidad. Si a pesar de eso alguien tenía
problemas para localizarlo, el gigantesco mural de Superman, pintado sobre
la pared exterior de un edificio residencial vecino, era toda la referencia que
necesitaba.
Recuerdo haber estado en Comics S. A. el día que supe de la existencia de Comicastle. Había buscado, sin éxito,
determinado cómic cuando uno de los clientes me dijo:
Puedes ir a la
otra tienda.
¿Cuál otra?
La que está a
dos cuadras.
Imposible creer tanta suerte. Mis amigos y yo recorrimos Avenida
Universidad, desde la estación del metro Coyoacán y hasta Zapata. Nos perdimos
un momento alrededor de Plaza Trico
antes de entender que la entrada al Castillo
era por el estacionamiento interno.
Comicastle desde que la conocí, era la tienda
más grande de comics y productos relacionados, tanto por su variedad como por
las dimensiones del local. Algunos creen que el nombre de la tienda provino del
acabado tipo enladrillado en los muros de Plaza
Trico, dándole al interior un aspecto casi rústico.
La mayor impresión que tengo del Castillo era su grandeza, y no hablo de prestigio o superioridad
comercial, sino de sus dimensiones físicas y surtido de mercancía, que llegaba
a ser hasta 50% mayor que el resto de las tiendas de la Ciudad de México que
estuvieron en auge durante los años 90. Incluso no podía decir que estaba en Comicastle cuando llegué a visitar sus
sucursales en Ciudad Satélite, Acoxpa
o Guadalajara, tiendas de espacios regulares.
El Castle, el Castillo, era el de Plaza
Trico, donde no podías revisar todo el back
issue en menos de dos horas; donde los libros llenaban los estantes del
suelo al techo; donde los muros más altos se hallaban tapizados con ejemplares
de colección, carteles y su famosa cabeza de dragón rojo hecha en látex, que
parecía custodiar el interior de la tienda y capturaba inevitablemente la
atención de aquellos que la visitaban por primera vez.
También recuerdo el día que llegaban los comics nuevos. La tarde de cada jueves la mesa donde se ponían dichos comics se cerraba al público con una gruesa cortina roja. Y mientras los empleados preparaban los comics nuevos y separaban las suscripciones, los clientes llegábamos y fingíamos estar ocupados viendo cualquier otra cosa, para luego acercarnos furtivamente para echar un vistazo a través de las cortinas. Cuando finalmente la retiraban toda la clientela de la tienda se concentraba en esa zona, revisando los ejemplares, preguntando en el mostrador por sus suscripciones o sólo para leer los comics más recientes, pues nunca había dinero para comprar todos los que uno quería.
Comicastle fue el punto de referencia que
muchos tuvimos para comprender como nos estaban afectando los infames errores de diciembre, pues la tienda
pegaba en una pared el listado semanal de las novedades y su costo, con el
valor de cambio del dólar actualizado. Así todos vimos escalar el dólar desde
los seis pesos hasta los 15, antes estabilizarse alrededor de los once. Años
difíciles a los que, sin embargo, Comicastle
sobrevivió.
Por varias razones (ciertas o rumoradas) Comicastle finalmente abandonó su sitio
de años en Plaza Trico y se movió
dos cuadras sobre Félix Cuevas,
transformándose ahora en Fantástico
y acomodándose en un espacio de casi la mitad de lo que estábamos
acostumbrados. Muchos consideran este un paso inevitable o necesario en la
historia de Comicastle, o incluso se
engañan diciendo que está mejor que nunca.
En cambio yo creo que Comicastle ha muerto y que Fantástico
deberá forjarse su propia historia en un panorama de incertidumbre ante una
economía precaria y un público joven poco interesado en comics actualmente, y
que ya no se inquietan con facilidad ante la mirada (me atrevo a decir triste)
de una cabeza de dragón rojo que todavía los recibe en la entrada.
Casi igual de grande era su local anterior, del otro lado de la entrada del estacionamiento, subiendo las estrechas escaleras al segundo piso... Los sábados (cuando yo podía ir) se hacía una larga fila de suscriptores en las escaleras desde antes de que abrieran, como si se fueran a acabar los cómics... :P
ResponderBorrarAlguna vez un editor de DC (creo que fue Mike Carlin, o algún otro de los editores de Superman de entonces) visitó la tienda y quedó muy impresionado con ese gigantesco mural del Hombre de Acero (original de Jon Bogdanovich), tanto que lo comentó en la sección de cartas del cómic, con foto y todo...
Buena semblanza, buenos recuerdos. Estoy de acuerdo de que ya no es lo mismo con la nueva imagen...
Saludos