domingo, 31 de diciembre de 2017

Middle Age Freak: Madrid by Freak



 Pienso que viajar es, principalmente, una cuestión de costumbre y dejarse acostumbrar. Pero viajar por el interior de tu país natal, cercado por sus fronteras, no es igual a “saltar el charco”, como se dice popularmente, y pisar otra tierra, otra nación, hablen o no tu mismo idioma. Pero creo, fervientemente, que este último viaje a Madrid fue cuestión de acostumbrarse.



Primero, acostumbrarse a sus dimensiones. Si bien algunos conocidos me habían descrito Madrid comparándola con Guadalajara en cuestión de dimensiones, realmente pienso que Guadalajara actualmente es una ciudad que ha crecido más allá de su propio bien. En cambio, Madrid resulta ser una metrópoli que puede ser recorrida a pie con un mínimo esfuerzo y en poco tiempo.


Considero que no tomaría más de un día darle una vuelta a la ciudad y tocar sus puntos más emblemáticos: diez minutos andando a paso moderado desde Puerta del Sol a la Plaza Mayor, otros diez desde ahí al Palacio Real y a la Catedral de Almudena, a poca distancia del Río Manzanares. Luego otros diez minutos para llegar al Temblo de Debod, un pedazo de Egipto reconstruido en esta ciudad, para luego bajar por Calle de la Princesa durante quince minutos hasta llegar al punto donde se convierte en Gran Vía y de aquí comienza un recorrido de cuarenta minutos porque los escaparates, las marquesinas del “Broadway madrileño” y del Cine Capitol, la fachada del edificio de teléfonos y el Parque España, todo llama la atención y nos insta a detenernos para levantar la mirada y apreciar las fachadas barrocas y las desembocaduras caprichosas de sus calles, que suben y bajan. Siguiendo Gran Vía llegamos a la Fuente de Cibeles, el Ayuntamiento de Madrid y la Puerta de Alcalá, que sigue ahí viendo pasar el tiempo, junto al Parque del Retiro. Regresando un poco y descendiendo por Paseo del Prado, empezamos a recorrer la zona de los museos; del Prado, el Thyssen-Bornemisza y el Reina Sofía, ver la fachada de la estación de trenes de Atocha antes de, finalmente y en menos de diez minutos, regresar Puerta de Sol para cenar.


Madrid también es una cuestión de acostumbrarse a comer. A que la fruta es casi un lujo y la carne abunda; que el refill de bebidas prácticamente no existe, pero si la venta de cerveza sin condición de alimentos; que la tortilla española es una delicia de pocos euros y que el jamón ibérico y el aceite de oliva van con todo; que conseguir caldos o sopas es muy complicado y que el mazapán español y las castañas definitivamente no me gustan; que no hay tiendas de conveniencia y misceláneas son sustituidas por tiendas de chinos. Y sobre tiendas hay que habituarse a no encontrar viejos conocidos como Liverpool, Walmart o Sanborns, sino almacenes como Primark o el Corte Ingles, con la gigantesca imagen de John Hamm en anuncios espectaculares sobre la calle de Preciados.


También hay que acostumbrarse a un transporte público eficiente, regido por horarios estrictos, paraderos subterráneos de autobuses impecablemente organizados y a un metro donde sus estaciones son curvas, corren en sentido contrario y medio mundo va leyendo mientras cargan su teléfono en puertos USB adosados en el vagón.


Es acostumbrarse a noches que no paran, bares llenos de gente comiendo y bebiendo, sentados o de pie, que caminan por la calle buscando alguna entretención luego del museo, el cine o el teatro, pasando frente a artistas callejeros, cantantes, músicos, magos, bailarines y estatuas vivientes que hacen palidecer a los que ya tenemos en casa.


Y es también habituarse a su gente, cordial y amable aunque sus tonos naturales de voz y su hablar directo indiquen lo contrario. Personas que no están acostumbradas a tener en consideración el espacio personal de otros y se quedan paradas platicando a mitad de la calle o empujan a otros con naturalidad, pero no dudan en disculparse y hacerse a un lado si alguien les indica que obstruyen el paso. Gente que ofrece un consejo si te ven con duda, especialmente que no lleves tu billetera en el bolsillo trasero pues los carteristas en Madrid son verdaderos artistas. Gente que bromea de sí misma o de ti sin importarle si son encargados y tú un cliente. Personas que te miran con extrañeza si estás comiendo sin una bebida en la mano o reconocen tu acento de inmediato.


En mis últimos días en Madrid creo haber estado más que acostumbrado, tal vez sólo así se consiga realmente viaje y absorber la tierra que pisas. Y traer contigo algo más que un recuerdo, pues en mi caso ahora, de vuelta en México, ya no dudo en alzar la voz para pedir permiso, y le he encontrado gusto a bañar mi pan tostado con aceite de oliva y jitomate y a echarle rodajas de limón a mi Coca-Cola.

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