Por estas fechas me preguntan; ¿por qué ves los Oscares?. Nunca
he entendido si me lo preguntan con la condicionante de cambiar mi opinión o realmente quieren saber porqué lo veo. En todo caso he aquí la explicación chabacana.
Cada año, desde que
era niño en mi casa se veía la premiación por la fascinación
colectiva que producía en la familia y también, en ocasiones, por la falta de
una buena oferta programática en la televisión abierta. Con el paso del tiempo
uno va agarrando malas mañas, como esa de ser cinéfilo, y entiende ciertos procesos
cinematográficos de manera, también, muy chabacana. Además de que en
consecuencia de sus amigos, muchos de ellos también cinéfilos, se han armado
quinielas, que nunca se cobran o se respetan.
Si bien es cierto que el despliegue de frivolidad, legitimación y ostentación es tan empalagosa como un final de telenovela en domingo, rescato siempre la defensa del cine que hacen los profesionales -en el sentido más estricto de la palabra- que muchos ganadores realizan, sobre todo los ganadores en las categorías técnicas que siempre, o al menos en muchas de las ocasiones, dicen que es el mejor trabajo del mundo. Esa pasión por su oficio se traduce en su pasión por el cine, eso es algo que pasa con todo mundo que ame verdaderamente este medio de comunicación.
Si bien es cierto que el despliegue de frivolidad, legitimación y ostentación es tan empalagosa como un final de telenovela en domingo, rescato siempre la defensa del cine que hacen los profesionales -en el sentido más estricto de la palabra- que muchos ganadores realizan, sobre todo los ganadores en las categorías técnicas que siempre, o al menos en muchas de las ocasiones, dicen que es el mejor trabajo del mundo. Esa pasión por su oficio se traduce en su pasión por el cine, eso es algo que pasa con todo mundo que ame verdaderamente este medio de comunicación.
Vamos a lo particular:
este año fue interesante, cámara, no. Fue llamativa la selección de películas.
A título personal puedo decir que me emocioné mucho con Los Miserables (Tom Hooper, 2012) particularmente. Estuvo bien que
estuviera No (Pablo Larraín,2012) a
sabiendas que competiría con Amour (Haneke, 2012); la variopinta selección de
las cintas prometía una buena, o al menos divertida, competencia.
Sin embargo este año
no la vi, decidí celebrar viendo
Proyecto x (Nima Nourizadeh, 2012) y Abraham Licoln: cazador de vampiros (Timur
Brekmambetov, 2012) en estados alterados (¡como panqué pues!) con el Doc I.
¿Y porqué no los vi este año? No lo se. La verdad es que si quería, pero quedó-como que-en el imaginario personal, sin embargo fue por no tener las condiciones adecuadas para disfrutar la premiación (no tengo televisión… aun).
La próxima vez seguramente
caeré en las mismas prácticas como ocurre cada “temporada de premiaciones”
(nunca he entendido este mote, el cine se premia todo el año): organizar una
quiniela-que nadie o muy pocos pelan o tildan de actitud Godínez- y cuando llegue el domingo en cuestión al cual le faltan
trescientos sesenta y algo días de espera, podría ser divertido verlo como una
final de futbol. Supongo que entonces tendré que salir a la defensa del tal Oscar.
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