Si bien es cierto -como mencioné la semana pasada- que
el cine Hipódromo Condesa fue el más
importante de mi infancia y pre-adolescencia, también es verdad que no fue mi
primera sala de cine. Creciendo en la zona centro de la Ciudad de México, entre
comerciantes ambulante, boneterías, calles hundidas y convertidas en
camellones, iglesias en cada esquina y un kínder que casi es aplastado por un
edificio durante el terremoto del 85, había un amplio catálogo de cines para
escoger: el afamado Real Cinema, el
popular Palacio Chino, el Arcadia, el Ciudadela, el Alfa y Omega.
Para mi buena suerte, mi primer cine fue el Teresa.