Cuando llegamos a la línea de los treinta años y particularmente en estas
fechas del día del padre, uno tiende a recordar los momentos que marcaron la
relación con nuestros padres. O en casos como el mío, nuestra “geekes”. Porque
mi papá es más
geek que yo. Tal vez los asiduos a esta columna o quienes me conocen
personalmente desde hace tiempo no puedan creerlo, pero les aseguro que es
verdad. Mi papá es más geek que yo y posiblemente gracias a él desarrollé mi gusto por los comics
y las películas de género fantástico.
El primer recuerdo de esta naturaleza que tengo de mi padre es cuando
trabajaba en su máquina de pirograbado, realizando llaveros y otros trabajos en
piel imitando a los personajes de Mafalda u otras caricaturas. Recuerdo muy bien
lo detallado de su trabajo, el olor de la piel quemada y el humo que despedía la
máquina, lo que finalmente terminó afectado su salud y tuvo que dejar de
hacerlo.